Capítulo 24

14 3 1
                                    


"Hay que saber cuando quitar una vida, y también cuando perdonarla."

Akiva

Ya no quedaba lugar para el miedo dentro de la pequeña celda de cinco paredes y una cortina de agua que derretía la piel de cualquiera que buscara cruzar sin permiso.

No había sonido, tampoco sensaciones, de ningún tipo, todo lo que quedaba era un cascarón vacío y solitario, el cual no cesaba de observar las costras de sangre seca que cubrían la piel enfermiza, con una tonalidad azul y verde por el frío excesivo que calaba su cuerpo, royendo en el interior para aferrarse a sus huesos con furia.

Una chispa de magia iluminó la punta de sus dedos, la escarcha imaginaria que lo congeló fue derritiéndose paulatinamente, igual que la nieve santa que lloraba en cascadas al llegar el sol de primavera.

La punzada del dolor lo embriagó al ser jalado sin piedad por ese par de brazos que en repetidas ocasiones marcaron en su piel puntos morados de distintos tamaños que no se borrarían en poco tiempo. El general parecía estar diciendo algo, maldiciendo con palabras crueles e hirientes que JiuJiu no escuchó, llevaba horas sin poder escuchar nada; en el fondo estaba a la deriva, el cansancio y también la pesadez de sus párpados se volvieron cada ves más y más insoportables.

Tratado peor que un animal, su cuerpo ya resentía la falta de cuidados y medicinas, la lucidez era un punto muerto que iba y venía sin ser constante, no duraba en la realidad demasiado antes de volver a sumirse en un estado neutro de nubes y perdición.

Cerró los ojos un segundo.

Olvidó un segundo.

Y su conciencia lo ayudó a escapar, volando lejos, tan lejos como le era posible.

El gélido resoplido de la nieve mezclada con el aire le dio la bienvenida. Despertó en un mundo conocido, onírico e irreal; era un día en el que las cosas marchaban con lentitud, rayando al aburrimiento, Lan-Sui entrenaba con Halia en la cumbre nevada al sur del territorio. Las túnicas de una rebelde se mecían con valor, desafiando las corrientes feroces de aire, el cabello blanco estaba atado por primera vez en una coleta alta, sostenida por un broche en flor, brillaba en ira y también en letalidad. 

¿Por qué estaba ahí? 

JiuJiu no podía rememorar. Tal vez fue cuando su enojo se volvió un huracán incapaz de ser contenido, o fue el día en el que tuvo que entrenar para manejar el poder creciente de su juventud. 

No recordaba el motivo, pero sí el hecho de haber ido apresurado a buscar a su hermana para traerla de regreso. Fue la primera vez que estuvo separado de Lan-Sui por tanto tiempo, más de lo que duraba una sonata de arpa, más de lo que su corazón podía soportar. 

—SuiSui. —Llamó, deteniendo al instante la secuencia desenfrenada de movimientos.

Lan-Sui bajó a Halia pero no la envainó, su suspiro se perdió en la nevada como el humo de una pipa, giró para ver a su hermano y el corazón de JiuJiu se detuvo en seco. Las esquinas de los ojos de fénix estaban rojos, no por el frío o la molestia, sino por las lágrimas que se volvieron témpanos en el filo del mentón que descendía en una caída recta a la nada.

—Puedo soportar el peso de cargar con las vidas que tomo. —La primera frase de Lan-Sui salió acompañada de una melancolía extraña. —¿Pero porqué tendría que soportar verte a ti ser igual que yo? No eres una asesino, no naciste para ser un asesino. Si alguien te ofende dime y mataré en tu lugar. —En medio de una tormenta su voz se escuchaba firme y clara, sin temor a perderse lejos junto a los copos que volaban de un lado a otro, interponiéndose en la visión de ambos. —Jamás contamines las manos que usas para curar con la sangre de la muerte. ¿Lo prometes?

The Princess And The Demon Witch IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora