Capítulo 5. La fiesta

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SIENNA

Sienna: "No creo que pueda hacer esto, no puedo entrar, no puedo Michelle."

Michelle: "¿Lo dices en serio tía? Todo el mundo MATARÍA por entrar en la Casa de la Manada. ¿Qué pasa?"

Sienna: "Este vestido es exagerado. Y con la Bruma..."

Michelle: "Para ya. Estás buenísima. Entra ahí y diviértete. ¡Puede que incluso encuentres un compañero para la temporada! ¿Qué es lo peor que puede pasar?"

¿Lo peor que podía pasar? Oh, Michelle. No tienes ni idea, pensé.

Acabábamos de aparcar y nos dirigíamos hacia las imponentes puertas delanteras de la Casa de la Manada.

Todo el mundo iba vestido de punta en blanco. Con cada paso podía sentir que se acercaba mi perdición.

Quería dar la vuelta y volver corriendo a mi casa.

Sí, incluso con tacones. Así de desesperada estaba.

- Oh, esto va a venir tan bien para nuestro estatus en la manada – dijo mamá, ajena a mí –. Qué ganas tengo de conocer al Alfa. Si yo tuviera unos años menos...

- Mamá, por favor – le rogué –. Para.

Por suerte, mi madre volvió a distraerse rápidamente y no tuve que explicarle por qué necesitaba que se callara tan urgentemente.

La Bruma estaba apoderándose de mí. Todo el día había intentado reprimirla, pero entonces... la Bruma había decidido que era un buen momento para intentar apoderarse de mi cuerpo.

Justo cuando teníamos que ir a la cena, por favor, le rogué una vez más a mi cuerpo, no tengo tiempo para esto.

Pero mi cuerpo me envió a la mierda. ¡Arg! Ahora estaba manteniendo una conversación con mi cuerpo. Se me iba la olla. Maldita Bruma.

Una recepcionista humana nos recibió y nos condujo al comedor.

Lámparas de araña, viejos retratos de antiguos alfas y una docena de mesas, con una cubertería de plata digna de la realeza. Se notaba que ahí no vivían plebeyos como nosotros.

Cuando nos sentamos, me di cuenta de que nuestra mesa era la más cercana a la del Alfa.

¿Coincidencia? Recordé la extraña mirada de Jeremy cuando trajo la invitación a casa.

Pero no le di más vueltas. Era una coincidencia, nada más.

Al menos desde mi asiento tenía una buena perspectiva al ver al resto de damas presentes.

Definitivamente, yo no era la más guapa, eso estaba claro. Había otras chicas jóvenes, más o menos de la edad del Alfa, de veintipico, que eran simplemente espectaculares.

Con sus largas y esbeltas piernas, sus labios carnosos y sus brillantes ojos dorados... Sabía que no podía compararme con ellas.

Yo tenía más curvas, mi pelo rojo fuego me caía alborotado por la espalda y mis ojos azul hielo eran menos... tradicionales, por decir algo. Pero lo que me faltaba en sofisticación sabía que lo compensaba con intensidad.

Nadie en esa habitación ardía más que yo. Para bien o para mal.

- ¿Qué hace una chica como esa aquí? – oí a una de las chicas susurrar a sus amigas.

Se rieron.

Zorras...

Tampoco es que ellas fueran de la realeza. Pero claramente se lo creían.

Lobos milenarios (libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora