Capítulo 6. La marca

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SIENNA

Me había olido en el comedor. Había olido mi Bruma y me había seguido hasta ahí.

Pero, ¿podía Aiden Norwood oler que estaba a un metro de distancia, tan solo resguardada por una fina puerta de metal, y que estaba con las bragas por los tobillos y con los dedos dentro de mí tan cerca del orgasmo?

- La Bruma puede golearte en los lugares más imprevisibles – gruñó. Pero había una diversión casual en su tono que me enfureció.

Sin pensarlo apenas, le espeté.

- Vale, ¿y?

Nadie le hablaba así al Alfa. ¿Acaso quería que me matara?

Saqué los dedos lentamente. Mi cuerpo gimió de frustración, pero mi mente, que por suerte seguía funcionando, volvía a recuperar el control.

Cuando me incliné para subirme las bragas, Aiden susurró, y fue como si no hubiera ninguna puerta entre nosotros.

- ¿Y entonces, mujer? ¿Por qué no le pones remedio?

Pero no era una pregunta. Era una orden.

Un puro macho alfa en todo su esplendor dando una orden a uno de sus miembros de menor rango. Llamándome mujer, como si no tuviera nombre. Condescendiente. Juicioso.

Me levanté de golpe y me ajusté el vestido, incapaz de controlar mi temperamento.

- ¿Qué te da derecho a hablarme así? – me quejé –. ¿Y a entrar en el baño de mujeres y decirme lo que tengo que hacer? ¿Quién demonios te crees que eres?

No tuve tiempo de recapacitar, de arrepentirme de mis palabras o de pedir perdón porque, al instante, la puerta se abrió de golpe.

Ahí estaba.

Aiden Norwood, en todo su esplendor, aterrador y hermoso a la vez. Me miró, con los ojos verdes dorados encendidos, rezumando agresividad.

Menos mal que me había subido las bragas a tiempo, o quién sabe qué habría pasado.

- ¿Qué quién me creo que soy? – preguntó –. ¿Necesitas un recordatorio?

En ese momento, al olerlo, me di cuenta de que el Alfa no se movía solo por la ira. La Bruma le estaba afectando. Un montón de preguntas me daban vueltas por la cabeza, pero no tuve tiempo de responderlas. Porque su Bruma hizo que la mía resurgiera con una intensidad repentina e insoportable.

Pronto mi rabia se derritió de puro calor.

Quería, deseaba, necesitaba que se acercara.

Como si pudiera leer mis pensamientos, se acercó y entró en el cubículo.

Parecía que el corazón se me fuera a salir del pecho y las piernas me temblaban.

- ¿Qué haces? – balbuceé.

- Sabes quién soy – dijo mientras daba otro paso –. Dilo.

- Eres... eres el Alfa.

- Di mi nombre.

¿Podía atreverme acaso? Nadie debía pronunciar ese nombre, salvo sus asesores más cercanos y sus parejas sexuales.

No. Negué con la cabeza, no quería ceder. Quería resistir. No.

Intenté esquivarlo para salir del cubículo y él levantó una mano cortándome el paso.

- ¿De qué tienes miedo? – preguntó.

Intenté apartar su mano y me agarró la muñeca.

Debería haber tenido miedo. Debería haberme aterrorizado al verme acorralada por un hombre lobo (el Alfa nada menos) en unos baños.

Lobos milenarios (libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora