XXXIII

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La tragedia que Seokjin había causado llegó a sus oídos, con mucha indignación e incredulidad salió de su alcoba, dando pasos fuertes y firmes, queriendo implantar el infierno en Seokjin. ¿Cómo se había atrevido? Aun pisoteaba por encima de él, aun le escupía en la cara y se burlaba vilmente.

Y aquella era la reacción que Seokjin esperaba, ver el enojo y desesperación de Jimin, saber el porqué de su actuar, el porqué de su cambio tan drástico. El alfa sabía que algo pasaba en Jimin, algo había cambiado, algo había despertado. Porque ya no era el precioso muñeco que solía pasear de la mano, ahora era alguien con voz y decisión propia.

Y por supuesto, Seokjin no lo podía permitir.

Eso le daría alas, podría salir de su jaula. La jaula que llamaba como amor eterno.

El omega apareció en la puerta de su oficina, caminando con pasos pesados y mirándole a los ojos, fijamente. Seokjin podía reconocer aquel mirar, con tanta rabia y rencor. Era completamente distinta a las miradas tiernas que el omega solía propinarle.

Habían cambiado a su omega, lo habían puesto en su contra.

Le destrozaba el corazón, pero no podía hacer nada, más que reforzar la cadena que llevaba del cuello de Jimin; uniéndolo con su propio cuello. La marca del destino, el camino que la misma luna había elegido para ellos, uniéndolos en una eternidad por el cuello.

Aunque Jimin luchará con todas sus fuerzas, jamás se libraría del deseo lunar. Aunque lo mirara como si fuera la persona más ruin del mundo.

—Dime, ¿por qué hiciste eso? —Exigió, golpeando sus dos manos en el escritorio de Seokjin.

—¿Hacer qué? —preguntó, demostrando con el tono con el que hablaba lo poco que le importaba. Manejando los papeles encima de su escritorio, colocando unas cuantas firmas a órdenes para el ejército.

—Sabes muy bien de lo que hablo. —Dijo irritado. Le molestaba mucho cuando Seokjin se subía a su podio donde no veía a nadie más. Por eso es que tomó los papeles de sus manos y los dejó lejos, tirándolos al piso. —Responde.

Enfureciendo, obviamente, a Seokjin, quien se levantó de su asiento—por fin—encarando por completo a Jimin. Lucían como dos enemigos, si alguien ajeno no viese las marcas de reclamo que poseían en sus cuellos fácilmente los haría pasar como enemigos.

—Soy el rey y mis órdenes se deben de seguir, Jimin, estamos en una guerra. —Dio pasos al costado, saliendo de su escritorio para así estar nariz con nariz frente a Jimin. Llegando a estar frente a él, prosiguió. —Una guerra que nos garantiza más prestigio en nuestro continente, más tierras y por ende más trabajo.

—Pero estás perdiendo esa guerra y con eso, estás trayendo mucha desgracia y sufrimiento a tu pueblo.

—¿Mi pueblo? —Soltó una corta risa, más bien, aire atorado en sus pulmones. —Si solo son campesinos.

—Son lo que le dan comida a tu ejército, armas y ropa. Sin ellos, sabes que nada puede salir bien. Y si los pones en tu contra—Fue interrumpido.

—¿Qué? ¿Qué pasará?

—Serás el causante de que tu cabeza ruede. —Dijo, sin expresión alguna en su rostro, firme como un roble, logrando estremecer al alfa que tenía enfrente.

—¿Otra vez con eso? —Dio un paso adelante, quitándole espacio personal a Jimin. —¿Por qué de repente tienes un pensamiento propio? ¿ah? ¿Quién te ha puesto tantas ideas en la cabeza?

—¿Qué acaso no puedo pensar por mí mismo?

—¡Claro, claro! Puedes hacer lo que quieras, mi amor. —Acaricio su mejilla, peinando los mechones que se escurrían por la frente del omega. —Pero, este repentino cambio de pensar, es bastante extraño. Cuando por años, solo te redujiste a ser el lindo omega que todos tienen como rey.

Dollie ; km omegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora