Ahí estaba él, dándose un baño en una bañera de oro valorada en muchos ceros. Desnudo, con una cruz de madera colgada al cuello mientras fumaba mirando por la ventana. Le caía un mechón de pelo negro sobre su cara, apretaba la mandíbula y se mantenía pensativo.
Negocios.
Pensé mientras me miraba al espejo preguntándome si debía darme media vuelta y volver con él, o ponerme el pendiente que me faltaba antes de salir por la puerta que tantas veces había cruzado.
Tomé la segunda opción.
Salí dejándolo allí mientras él tatareaba nuestra canción y yo me limpiaba las lágrimas del rostro.
Esta sería nuestra última vez juntos. No volvería a él nunca más. Había acabado conmigo.