Cerré la puerta de un portazo y salí corriendo por la calle sin mirar atrás. Nadie salío de esa casa en mi busca, nadie se preguntó dónde estaba, nadie se dio cuenta. Así que corrí, corrí, y corrí, deseando llegar a cualquier otro lugar que no fueran esas cuatro paredes. Pero para mayor desgracia, comenzó a llover. El agua de mis lágrimas se mezclaba con las gotas de lluvia, yo iba descalza, y ahora el vestido blanco de verano con pequeñas flores azules, que me había puesto esta mañana, estaba completamente adherido a mi piel.
No me importó, no me importaba nada más que llegar a cualquier lugar con un techo bajo el que poder resguardarme de la lluvia, tenía frío y mucho miedo, pero no podía dejar de moverme. No ahora que había salido de esa cárcel. No después de todo lo que había pasado.Uno, dos. Uno, dos. Uno, dos.
Mis pies chocaban con el frío asfalto. No podía detenerme, no sabiendo todo lo que ahora sabía. No podía parar. Pero entonces... oí el motor de un coche cerca de mi, tan sumamente cerca, que pensé que él corazón se me saldría de un momento a otro. Ni siquiera me giré, no quise mirar atrás, todo lo que quería era huir, desaparecer para siempre.
- ¡Pero mira que tenemos aquí! ¡Eres una joyita!
- ¡¿Qué haces sola en un lugar como este, preciosa?
-Es una delicia. Mira como se le marca la ropa al cuerpo, no todos los días se ve algo así.
Me maldije mil veces por no haber dejado mi pelo suelto ese día para cubrir mínimamente la parte baja de mi espalda. Pero me importó poco al ver la cara de esos tipos, Uno tenía un sobrero y bigote, y el otro estaba calvo y llevaba puesta una gabardina en ese momento. Daban tan malas sensaciones que todo el ambiente gritaba la huida. No podía entretenerme en observarlos a ninguno de ellos. Era correr descalza por el frío asfalto o morir, y yo no había salido del infierno para volver a él.
- ¡Ven aquí, guapa! ¡Es una tontería que sigas corriendo! ¡No puedes más!
- ¡Nosotros te llevaremos donde puedas descansar! - contestó el del bigote haciendo que ambos se rieran a carcajadas.
Un trueno sonó fuertemente mientras resplandecía sobre el cielo que parecía oscurecerse ese día a la velocidad del viento. Mis pies doloridos sufrían por el roce de los elementos que había en la carretera, junto con otra que alguna astilla. Pero entonces los escuché, y supe que solo me quedaba una opción.
- Bájate y cógela, no vamos a estar todo el día tras ella. El jefe nos espera y quiero divertirme antes.
- Ve bajando la velocidad.
No lo dudé ni un mesero segundo y aceleré mi paso cuanto pude mientras le pedía a Dios no resbalarme con los charcos de lluvia o que me concediera la oportunidad de que algún coche pasase cerca de mí y me ayudase a sobrevivir. Pero no pasó nada de eso. Me resbalé y caí de lleno en un charco de agua sucia que acabó por empapar aún más mi ropa. Lloré por el dolor de mis rodillas ahora raspadas, y tragué duro antes de levantarme con el corazón temblando y tomar la única opción que me quedaba si quería vivir.
El bosque.
- ¿Pero que cojones hace? - eso fue todo lo que escuché antes de adentrarme entre árboles y ramas.
En cualquier otro momento, el bosque me habría dado mucho miedo. En el pueblo siempre se había hablado de los lobos y las hienas que habitan en él y que salen a comer a lo largo de la noche. Pero hoy me daba mucho más miedo ser asesinada. O lo que es peor, violada.
- ¡Ahí está!
Corrí y corrí en cuanto los escuché. Gritaba y lloraba a medida que sentía como me hincaba piedras y palos en la planta de los pies. La tierra estaba mojada por la lluvia, los pies se me hundían a cada paso y el coche se había metido en el bosque hasta lograr venir a por mí a 80km por hora. Ahora solo estábamos esos dos desconocidos en su coche y con las luces alumbrándome a mí mientras corría delante de ellos para poder huir a la vez que les oía reírse. Se estaban divirtiendo, estaban disfrutando de mi situación. De mi desesperación.
Yo estaba luchando por sobrevivir, y para ellos no era más que un juego.
Hasta que el coche se paró y supe al instante el por qué.
- Vaya, vaya. Te has quedado sin escapatoria - comenta el del bigote mientras sale del asiento del piloto y se dirige poco a poco hacia mí.
- Ha sido divertido, pero esto ya empieza a cansarme. Necesito diversión, pequeña- le apoya el calvo posicionándose a su lado mientras la imagen de las luces del coche alumbrando el paso de sus piernas por la tierra mojada que mancha el filo de la gabardina, se me queda grabado a fuego en la memoria.
- ¡¿Quiénes sois? ¡Dejadme en paz! - grito.
Ya no hay árboles por los que poder hacer zig zag. No hay carretera para que pase alguien y me salve. Todo lo que tengo soy yo y mi fe.
- Ten cuidado princesa, te podrías caer - dice el del bigote dando unos pasos hasta mí haciéndome retroceder hasta quedar en el abismo del acantilado.
Un paso en falso y no viviré para contarlo.
- Sí, nadie quiere que te hagas daño. Solo queremos pasarla bien - dice el calvo esta vez acercándose hasta quedar a dos metros de mí.
- ¡Quieto!
Sorprendentemente me hace caso. Ambos lo hacen. Están expectantes a lo que voy a hacer. Así que me giro y me pongo de cara al abismo mientras miro al cielo, me presigno con la cruz de oro que llevo colgada en mis manos y le doy un beso en señal de adiós.
- Siempre conmigo, sálvame.