Bienvenida.

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#Lana

El tal Simone no volvió a entrar en el camarote por horas. Vino un doctor a curarme las heridas de los pies, chequearme y preguntarme cómo estaba. Después vinieron dos chicas para traerme ropa nueva, blanca y de lino, con unas sandalias marrones. Cuando se fueron me encerré en el baño que me había indicado anteriormente el hombre misterioso. Entonces me percaté de que estaba lleno de comodidades para mí, la bañera estaba llena, con espuma hasta arriba, pétalos de rosas blancas y algunas velas alrededor, que hacían que el baño oliesen de forma exquisita.

Me asusté. Era mucho para mí, y por ello recorrí todo el lugar en busca de alguna cámara o cualquier objeto sospechoso. ¿Qué pasaba si el loco ese me había preparado todo esto para vigilarme mientras me bañaba? ¿Sería tan degenerado?

Para cuando me dí por vencida, la espuma ya había bajado, pero el agua seguía manteniéndose a temperatura perfecta. Me hundí en la bañera como si no hubiera conocido el agua nunca, primero me senté dejando que el calor del agua calase en mis huesos, y luego fui echando mi cuerpo poco a poco hacia atrás hasta lograr pegar mi espalda al respaldo de la bañera. Y poco a poco, fui hundiéndome.

Ya debajo del agua se me aclaron algunas ideas, por fin mi cuerpo volvía a estar relajado. Y por algún extraño motivo que desconozco, justo en ese momento, no sentía ningún miedo de que pudiera pasarme. Me sentía después de mucho tiempo... segura.

- ¿Lana? - escucho a lo lejos.

Es la voz de Simone.

- Estoy en el baño.

- Solo quería saber que estabas bien, vendré a preguntar si tardas mucho más, pero tómate tu tiempo.

Una pequeña sonrisa me salió mientras miraba fijamente la puerta tras la que él hablaba. ¿De verdad habría hablado antes enserio? ¿De verdad iba a estar dispuesto a cuidarme? ¿De verdad iba a respetarme? ¿Enserio no iba a pretender no hacer nada conmigo ahora que podía? ¿Ni con mi cuerpo? ¿De verdad era cierto todo lo que prometía?

- Estoy bien, gracias -susurro esto último.

Y tras oír la suela de sus zapatos alejarse del baño, me dispuse a limpiar mi cuerpo, a lavarme la cabeza como si no hubiera un mañana, a eliminar con la esponja todos los sitios por donde me habían tocado los matones. A tratar de poner mi mente en blanco. Y de un momento a otro, mientras me levantaba de la bañera para salir de ella, supe que me sentía feliz. Aterrada, pero sorprendentemente contenta.

Quizá esté podría ser un nuevo comienzo para mí.

- ¿Lana?

-Estoy aquí - le contesté abriendo la puerta del baño ya con la ropa que me habían dado puesta, y con la toalla sucia en mis manos.

- Tenía miedo de que hicieras algo ahí sola- me dijo de una forma que pensé incluso que se lo estaba diciendo más para él mismo que para mí.

¿Lo habría dicho con un doble sentido?

- ¿Dónde puedo dejar la toalla sucia? - pregunto evadiendo el tema. Él me mira como si no tuviera ni idea de que estoy hablando, así que me quita la toalla y la tira al suelo tras de mí antes de cogerme de la mano y empezar a tirar de mí.

- Vamos.

En cuanto salgo del camarote me doy cuenta de la cantidad de servicio que tiene a su disposición, todos andando de un lado para otro mientras hacen sus tareas. Intento pasar por desapercibida escondiéndome a su paso tras su cuerpo, pero se me hace imposible, la mayoría de sus trabajadores me miran con cara alarmante, espantados cuando posan sus ojos en nuestras manos entrelazadas.

¿Qué? ¿Tan malo era Simone? ¿Y porqué a mí no me lo parecía?

- Aquí estás, vámonos- dice un hombre mayor vestido de chaqueta con cara de pocos amigos.

Quiero preguntar quién es, pero ante la seriedad de Simone, prefiero quedarme callada y seguir su paso intentando no caerme por la velocidad que lleva. Hasta que salimos a cubierta y el sol choca de lleno con mis ojos claros, obligándome a cerrarlos al instante. El corazón me late a toda prisa cuando comienzo a abrirlos de nuevo y me doy cuenta de que tengo ante mí un paisaje que no he visto nunca antes en mi vida. Simone me suelta para despedirse de él que supongo que es el capitán, y vuelve a agarrarme de la mano para tirar de mí mientras se lleva el móvil al oído y contesta una llamada en otro idioma del que no entiendo más que dos o tres palabras.

- Señor, señorita - nos dice un hombre vestido de chófer cuando al bajar del barco llegamos al muelle.

- Llévatela y procura que no le pase nada. Tengo asuntos que atender, ya voy.

No me dio tiempo a contestarle, quejarme o seguirle. Se dio media vuelta para hablar con el hombre que venía con nosotros, mientras el chofer tiraba de mi junto con lo que supongo que eran guardaespaldas a nuestro alrededor. Me apreté la cruz de madera de mi pecho mientras le esperaba en los asientos de atrás de un impresionante coche negro. El chofer no habló nada conmigo, y yo no tenía fuerzas para más.

- Simone - susurré sobresaltada cuando entró con una sonrisa al coche y se sentó a mi lado.

- Todo bien, Fabriccio. Arranca - le dijo al chófer sonriendo en mi dirección.

- Relájate, Lana. Esta va a ser tu vida a partir de ahora, y algo me dice que acabará por gustarte - comenta antes de poner su mano en mi rodilla izquierda y echar la cabeza hacia atrás para cerrar los ojos y descansar sobre él reposa cabezas.

- Simone.

- ¿Qué pasa? - pregunta abriendo un ojo en mi dirección.

- ¿Y si no me gusta?

- La respuesta es simple. Pero no me preocupa, porque sé que te va a gustar.

Fue todo lo que dijo antes de volver a su posición y descansar por lo que a mí me pareció más de media hora. De hecho, me pasé todo el camino mirándolo de reojo. Parecía tan relajado así.

- Señor, hemos llegado.

Simone abrió nuevamente los ojos y me miró.

- ¿Lista?

Negué con la cabeza haciéndole reír.

- Bienvenida a tu nueva casa.

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