Mocoso.

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#Simone

Quizá no habría hecho nada con ella aquella noche, pero la había querido más de lo que había mostrado alguna vez en mi vida por cualquier otra mujer. No tenía nada que ver. Ni con la mujer que me hizo hombre, ni con la que me jodió, ni con la que se fue, ni con la que volvió. Era diferente, no a todas. Sino diferente. A secas.

- Buenos días - susurraba desperezándose con una sonrisa a mi lado.

BUM. BUM. BUM.

- Buenos días, nena - me acerqué para darle un beso, al que instintivamente se negó, pero no tardó ni un segundo en rectificar y devolvérmelo aún con más fuerza.

- Perdón - respondió cuando se separó.

- Por lo menos te has dado cuenta de que no soy el malo.

La vi negar con la cabeza mientras sonreía con los labios cerrados y me acariciaba la cara.

- ¡Viatello! ¡A trabajar!

- Noooo- la oí susurrar mientras se dejaba caer de nuevo sobre la almohada como una niña pequeña.

- Me ha llamado a mi, no a ti, nena - digo divertido.

¿Estaba insinuando que quería que me quedase allí con ella? ¿Sabría lo que significaría para mí todo aquello?

- ¿Donde estamos?

- Hawaii- respondo dejándole un beso antes de ponerme en pie - muy hábil.

Su sonrisa se me clava en la mente, y me deja embobado.

Hasta que dos disiparos me ponen alerta. A ella también.

- ¿Qué es eso?

- Nada grave, vístete.

No tardo ni dos segundos en coger mi pistola y posicionar a Lana tras de mi. Yo llevo un vaquero y ella mis zapatillas. Sé que ella no está en condiciones de echarse a correr, pero yo le puedo volar la cabeza a cualquiera en dos segundos.

- ¡¿Qué demonios es esto?! ¡¿Qué está pasando?!- gritó enfadado cuando veo a toda mi familia reunida en el salón.

Un niño de unos seis años, con un arma en la mano mientras uno de nuestros chóferes le agarra fuertemente de la nuca para que se esté quieto. Todo me parece surrealista.

- Señor, este niño se ha colado en la casa esta madrugada. Es uno de los niños pobres de la isla, se puso debajo de uno de sus coches cuando llegó y se ha tirado toda la noche ahí escondido. Por lo visto ayer abrieron la puerta del jardín y se coló en la casa por comida. Esta mañana lo ha encontrado su hermana robando comida de la alacena.

Miro a Lana de reojo para ver si se siente mínimamente avergonzada, puesto que la puerta del jardín la abrió ella en un intento absurdo por sacarme de quicio antes de acabar sentados en el suelo para hablar toda la noche. Sin embargo, no encuentro ni una pizca de remordimiento ni vergüenza en su cara, de hecho, muestra tal indiferencia por el tema, que me deja sorprendido.

- Suelta eso, mocoso - le digo quitándole la pistola de las manos de un tirón.

La agitó levemente en mis manos. Debe tener entre una y ninguna bala por lo poco que pesa. Además es de las malas, de las baratas. Seguramente de algún contrabandista del pueblo o la zona de donde venga el niño.

Apunto directamente hacia la cabeza del guardia, ningún miembro de mi familia se pone de pie. Pero yo miro de reojo a Lana, para que observe como paseo la pistola por la cara del hombre, antes de girarme por completo hacia ella.

- Aprende nena - digo antes de volver a centrarme en el trabajo.

- ¿Cómo puedes permitir que se cuele en esta casa un crío? ¿ No crees que no eres nada... eficaz?

- Señor, no fui yo. Le juro que...

PUM.

Silencio.

Los ojos cerrados de Lana. El grito de Sophie a mis espaldas. La figura de mi tío poniéndose en pie. El crío tapándose los oídos.

Gloria.

- ¿Ves? - digo dirigiéndome al niño- No puedes disparar si está el seguro puesto. Te lo explicaría, pero esta me la quedo yo.

Todos suspiran de alivio a mi alrededor. Estoy dando una lección. Yo no creo traumas a niños.

Me acerco a Fabio antes de salir al jardín en busca de mi desayuno.

- Torturale antes de matarle, y que sea delante de otros pocos como este. Que entiendan que no puede haber ni un solo fallo.

- ¿La tortura del agua?

- Sí, por ejemplo.

- ¿Y el crío? ¿Qué hago con él?

- De él ya me encargo yo - digo observando cómo Lana se intenta acercarse a él.

La paro poniendo mi mano en su pecho.

- ¿Qué haces? - susurro enfadado para que solo me oiga ella.

No puede mostrar un comportamiento tan dulce ahora que es mi mujer. Tiene que mostrarse fría, distante.

- Voy a darle algo de comer - me dice con una mirada tan desafiante, que me deja perplejo.

- No - sentencio.

- Si el no come, no lo haré tampoco yo.

Me paralizo. El silencio se ha hecho en mi salón. Todos nos miran, no están acostumbrados a que alguien me rete. Yo tampoco, a ser ciertos. Así que decido callar a todos con una simple mirada, que hace a mis sobrinos retroceder. Ellos sí conocen de lo que soy capaz de hacer.

Para cuando llego a la cocina, me encuentro al niño sentado en la encimera mientras Lana le habla a la vez que le prepara un sándwich con las cosas que el servicio ha comprado. Él niño la mira, con un vaso de agua vacío en las manos. Está sediento, y hambriento también, pero sin duda alguna lo que más está es hipnotizado con ella. No puede apartar sus ojos de su cara. Y le entiendo, porque esa niña parece una bruja capaz de captar al más fuerte, pero me niego a tener que compartirla con nadie.

Mucho menos con un crío.

- Toma, espero que te guste. Pero cómelo lento, no sé hace cuanto no comes y puede hacerte daño.

El niño asiente, y sin decir ni una sola palabra, procede a comer lentamente sin dejar de mirarla. Es como si estuvieran conectados. Ni siquiera han sentido mi presencia allí, están absortos el uno en el otro.

- ¿Entiendes lo que te digo? - pregunta ella echándose su larga melena hacia atrás.

El niño asiente, y entonces comienza a comer más lento.

- Eso es, ¿sabes hablar?

- Sí - susurra el intruso antes de hacer un puchero en cuanto comienza a hablar.

No voy a ver a nadie llorar hoy.

- Bien se acabó, me voy a trabajar. Que se termine el sándwich y lo sacas de aquí, si no sabes que hacer, habla con Fabriccio. Pero no lo quiero aquí - digo mirando directamente al crío que traga gordo al escuchar mis palabras.

- Claro que sí.

- Bien.

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