Qué Dios nos bendiga.

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#Simone

Bajé con ella de la mano. Bueno, más bien la llevaba a rastras tras de mí.

Pero no me importaba.

Estaba Preciosa, guapísima, despampanante. Tenía una belleza inhumana, inocente y de lo más perturbadora. Por más que trataba de pasar las horas trabajando lejos de ella, tenía su rostro marcado a fuego entre mis pensamientos. También era delgada, gruñona y muy suya, muy de tomar sus propias decisiones. Y eso me gustaba.

Era así. No había más.

Estaba al lado de una niña, con cuerpo de modelo y cara de inocente, que además de tener un carácter del demonio, no era para nada amigable. No me facilitaba las cosas, y tenía miedo a casi todo lo que no debía. Especialmente a la oscuridad.

Ahora la llevaba hacia la que sería su nueva familia. Mi familia. Nuestra familia. Y no me va a preocupar en lo más mínimo lo mucho que le cueste a ella o a ellos hacerse a la idea de que esa chica va a estar a mi lado hasta el día de mi muerte. Tendrán que acostumbrarse a ello.

Yo nunca he visto tanta verdad en unos ojos como aquellos en el acantilado. Lo supe en ese momento. Ella era para mí.

Y los ojos nunca mienten.

- Simone, espera.

Me vuelvo hacia ella en el último escalón de las inmensas escaleras donde la vi esconderse, y la miro fijamente. Está tirando de mí como si pudiera moverme, tiene garra, tiene coraje, y eso me hace sonreír.

- ¿Qué haces? ¿De que te ríes?

- No me río.

- Si que lo haces, ¡te estás riendo de mí! - intenta soltarme para cruzarse de brazos como la niña chica que me demuestra que es, pero yo soy más rápido y se lo impido atrayéndola hacia mí y tocando con mi pulgar sus labios.

- Sonrío porque estoy orgulloso de que no estes lloriqueando. No cualquier chica de dieciocho años se atreve a besar a un tío que va constantemente armado, incluso cuando le roza los labios.

La oigo coger aire por la impresión de mis palabras, y sonrío más aún plantando mis labios sobre los suyos que ahora son míos.

- Me da terror tu familia, ¿ellos también van armados como tú?- se muerde el labio casi sin darse cuenta, y yo cojo aire intentando obligarme a pensar en que nos están esperando.

Maldita sea la niña.

- Los hombres sí, las mujeres no suelen llevar armas, pero nunca te fíes. En mi familia nunca se sabe.

- No me tranquilizas- su gesto me hace querer besarla otra vez.

- No te preocupes por nada, acabarán rendidos por ti. No les queda otra. Tú has sido mi elección.

La veo vocalizar rápidamente, pero se retrae arrepintiéndose de lo que va a decir, y decido tirar de ella tras de mí. La llevo de mi mano por toda la casa como si fuese una reina, el servicio nos miran andando. Entonces sé lo que me espera en las próximas fiestas de gala, eventos de caridad para el blanqueo de capitales, fiestas y demás. Por primera vez en mi vida, tengo a alguien que merece ir a mi lado.

Por eso aprieto su mano antes de salir al jardín de mi casa, donde nos encontramos a todos los Viatello esperando. Mujeres bellas, arregladas, con pelos largos y cuidados, unas postizas, curvas de plástico y joyas en el cuello valoradas en cantidades inimaginables. Mis primas. Y mis primos. Mi tío. Y por supuesto, sus nietos.

- ¡Ya están aquí! ¡Ya están aquí! - anuncia Sophie haciendo que todos se pongan en pie y se giren para mirarnos.

Echo mi brazo por encima del hombro de Lana cuando la noto esconderse tras de mí disimuladamente. Ella me mira alarmada en ese momento, pero yo solo le sonrío dejándole un beso en la mejilla frente a todos que la hace ruborizarse.

- ¡Tío Simone! ¡Tío Simone!

Suelto a Lana para coger a los dos niños que vienen hacia mí en brazos. Uno trae una pelota en sus manos y el otro una tirita en la ceja. Los dos me abrazan mientras se ríen cuando les hago cosquillas y los elevo en el aire.

Me fijo en la ropa de ambos cuando los vuelvo a dejar en el suelo sonriendo frente a mi, están manchados de tierras por todas partes, no quiero imaginar como se habrá cabreado Sophie con ellos.

- ¿Ya has terminado? ¿Puedo comer ya? - pregunta Steffano mientras mi tío le manda una mirada inquisidora.

Yo asiento, y cogiendo la mano de Lana otra vez, me siento en un extremo de la mesa presidiéndola aún de pié. Después lanzo una mirada a Lana para que tome el asiento de mi izquierda y se ponga a mi lado, lo cual hace sin rechistar ni soltarme de la mano. De alguna manera, creo que ese gesto le hace sentir más segura.
Así que cuando la veo serenarse ante mis ojos, aprovecho para darle un apretón de manos indicándole que voy a hablar. No dice nada, pero me observa fijamente de manera que me hace sentir admirado, empoderado.

De repente me siento listo para lo que viene.

- Familia, os presento a Lana Marie Santoro. Ella será una más de nosotros en cualquier momento, y por lo tanto, pido que se le trate como a un Viatello más.

- ¿Está hablando enserio? - escucho decir a uno de mis primos, ganándose una mirada fulminante de mi parte. Mientras, mi tío se mantiene de pie, ergido, con su característico traje de chaqueta, recto y con el mentón alzado mientras me observa fijamente.

- Estoy hablando completamente enserio. Ahora no lo veis, pero pronto encontrareis muchos motivos por el que admiraréis a esta mujer - digo llevando mis ojos hacia ella, que se ruboriza al instante.

- Simone - susurra para que solo la oiga yo.

- Se acabará casando conmigo tarde o temprano, así que tenedla siempre contenta y me tendréis contento a mí.

- ¡Eso es genial! - exclama Sophie alzando su copa para brindar. Yo la imito y aprieto la mano de Lana para que siga el gesto.

- ¡Por la nueva integrante a la dinastía Viatello! - grita Estéfano.

Y cuando todos alzan la copa, miro hacia el frente esperando ver lo que quiero encontrar. Mi tío toma su copa mientras sus hijos, yernos y nuera esperan expectantes.

- Que Dios bendiga esta familia - suspiro y bebo un sorbo de mi champán mientras le mantengo la mirada a mi tío. Sé que me está advirtiendo, pero le voy a demostrar que voy completamente enserio.

- Que Dios nos bendiga.

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