No ha vivido para contarlo.

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#Lana
Otro tema prohibido más. Otro enigma del grandísimo y poderosisímo Simone Viatello.

El tatuaje.

El maldito tatuaje.

¿Qué más? ¿Cuantos temas íbamos a dejar en el limbo? ¿Acaso iba a haber un momento en el que pudiéramos ser del todo sinceros los dos? ¿No le había dado yo suficiente confianza hasta ahora? ¿De verdad tenía motivos para desconfiar de mí?

- Quiero dar un paseo - susurro levantándome de la cama y metiendo mis pies en las zapatillas blancas alguien había mandado a bordar con el apellido del hombre que yacía a mi lado.

- ¿A dónde crees qué vas tú sola? - dice poniéndose de pie de inmediato. Yo simplemente hago como que no existe, como la bata blanca de seda que también han preparado para mí y me dispongo a salir.

- Puede que tenga unos cuantos de años menos que tú, y quizás menos trayectoria, pero no me voy a quedar aquí como una esquicla viendo cómo me ocultas miles de cosas tuyas mientras yo no hago más que abrirme a ti.

- No vas a ir a ninguna parte, nena.

- ¿Quién ha dicho eso? - digo en tono irónico mientras me acerco a la puerta para irme.

Es cuando veo la oscuridad del pasillo, cuando entiendo sus palabras. El miedo me recorre todo el cuerpo, y de repente tengo un nudo en la garganta. Mis manos empiezan a temblar, pero me cruzo de brazos y cierro los ojos con fuerza antes de echar a correr por el enorme pasillo mientras escucho a Simone vociferar.

- Pero que cojones es esto.

- ¡Ah! - exclamo al torcerme el tobillo bajando las escaleras.

¿Es que nadie podía encender la luz aquí?

- ¡Lana! ¡Quédate quieta en este mismo momento o te juro que te meto un balazo en ese pie!

Me muero de miedo al escucharlo. Mucho más al escuchar el seguro de una pistola dejando vía libre a quien apriete el gatillo. Así que respiro, respiro y no paro de respirar, porque de algún modo siento que me falta el aire en los pulmones.

Y yo sigo sin ver mucho más que la oscuridad. Solo un poco de luz de luna que se refleja por... ¡sí! ¡Eso es! ¡El jardín! ¡La piscina esta tarde! ¡El césped!

- ¡Guardias! - grita Simone a lo lejos.

¿No corría él? ¿O corría mucho yo?

- Ya la tenemos jefe.

Dos hombretones. Cogiéndome como a un dibujo animado, cada uno de un brazo y levantándome a medio metro del suelo. Pero todo lo que puedo pensar es en el ataque de pánico que me va a entrar si tardo dos minuto más en darle la espalda a la luna que entra por la puerta de cristal. No me ha dado tiempo de salir fuera, pero tengo la sensación de que me voy a morir aquí dentro.

- ¿Qué pasa muñeca? ¿No entra el aire en tus pulmones? - dice con un suave tono de vez mientras se pone frente a mí y la luna le alumbra gran parte de su cara.

- Solo quiero... - pero no puedo acabar la frase, mi pecho está respirando tan acelerado, que estoy segura de que voy a desmayarme.

Entonces noto dos dedos en mi cuello. Sé lo que está haciendo. Yo hice lo mismo con mi abuela para ver si se había muerto.

- No hagas tanto esfuerzo, te va a estallar el corazón - dice mirándome como con... ¿pena? - ¡Bajadla!

- Aire - susurro cuando mis piernas tocan el suelo. Ni siquiera puedo mantenerme en pie.

- ¡Encended las luces! ¡Ahora!

Los hombretones hacen lo que dicen, y de repente el aire vuelve a mi.

Siento mi cuerpo como si no le hubiera dado oxígeno por tres días, así que me dejó caer sobre el suelo sin importarme lo ridícula que me vea ante sus ojos. Es él quien ha decidido retenerme aquí aunque yo no me queje, así que no creo que quiera dejarme por cómo luzco para él.

- Te odio - digo mirándole fijamente a los ojos cuando mi respiración se acompasa.

- Eso no es verdad.

- Odio tener que ser yo quien tenga que arrancarte aunque sea un mínimo detalle de ti para poder hacerme a la idea de que no vivo con un desconocido.

- Te he metido en mi casa, sabes a que me dedico, conoces a mi familia. No sé qué más quieres de mí.

- Quiero no ser yo quien tenga que esforzarse por conseguir una relación mínimamente normal entre los dos.

-Yo no soy normal, muñeca.

- No tus inseguridades tampoco.

- ¿Que inseguridades?

- Las que te hacen ocultarme cosas sobre tu vida, por ejemplo.

- Me hablas como si no pudiera matarte en este mismo momento - dice haciendo de notar que tiene un arma en la mano mientras se agacha para quedar frente a mi.

- Es normal tener inseguridades, lo que no es normal es tenerlas siempre.

Le veo suspirar, agachar la cabeza y mirar al suelo pensativo, antes de levantar la mano y pasar el arma por mi cara con delicadeza... como si me estuviera dando una caricia mientras me mira a los ojos.

- Ese tatuaje no tiene tinta. Es una marca de fuego, grabada a hierro en la piel - dice extendiendo su mano con la pistola aún sin seguro.

- ¿Qué significa? - pregunto mientras bajo el arma con sutileza para que no se dé cuenta de lo que estoy haciendo. Pero él se da cuenta cuando el temblor de mi mano choca con la suya, y sonríe negando con la cabeza mientras poco a poco va bajando la mano.

- Gracias - susurro.

- Este es el símbolo de la dinastía Viatello. Lleva cientos de años divagándose por el mundo. Primero primos, luego hijos, luego socios... tengo negocios por casi todo el mundo y esto es lo que los une. Una marca, un nombre.

- Eso eran los gritos que escuchaba en tu casa, cuando me escondí entre los matorrales - susurro enlazando piezas. La imagen del hombre tapándose el brazo al salir. El símbolo que encabeza la entrada de su casa en ese enorme cuadro.

Él asiente.

- Todo aquel que haya querido unirse a nosotros, ha de tenerlo. Es una declaración de lealtad hacia mí, y hacia mi nombre. Si traicionas tu promesa, eres hombre muerto.

- ¿Te han traicionado alguna vez? - pregunto con miedo.

¿Qué pasaría conmigo si alguna vez me quisiera ir de su lado?

- Solo hay alguien que me debe algo, todavía estoy por cobrarme su venganza. El resto... no han vivido para contarlo.

IngénitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora