Sacrilegio.

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No estoy ni dos segundos en el aire cuando unos brazos fuertes me rodean y me tiran bruscamente a la tierra mojada, lejos del lugar donde me encontraba antes. Ni siquiera me da tiempo de ver quién es, sólo sé que en cuanto me percato de los pies del de la gabardina  a mi lado, me muevo por el suelo tan lejos como puedo de él.

- ¡Quieta! - ordena una imponente voz.

Entonces levanto la cabeza, ahora los dos matones tienen las manos unidas por delante de su cuerpo, y la cabeza gacha a modo de rendición. Mientras, el tipo que me ha apartado el acantilado se mantiene recto, firme y con una pistola apuntándome la cabeza sin dejar de mirarme. Sus ojos me inspeccionan entera, deteniéndose en mis piernas llenas de barro, antes de volver a mirarme a la cara.

Llevaba un traje negro con camisa blanca y lo lucia de manera impecable. Estaba perfectamente peinado con su pelo negro engominado hacia atrás. Tenía la mandíbula marcada y los ojos más azules que había visto en mi vida. Pero no emanaba nada bueno, todo lo que proyectaba en ese momento daba miedo. Él era a simple vista un ser aterrador.

- ¿Ibas a matarte?

Estoy por quejarme y decirle que prefería morir a dejarme ser abusada por esos dos tipos, pero de repente... no me salía la voz.

Él mismo bajó el arma y la guardó en la parte trasera de su pantalón antes de ponerse en cuclillas frente a mí al verme tan agobiada. Por más que lo intentaba no me salía la voz. No emitía sonido alguno. Movía los labios, la boca, me tocaba la garganta. Estaba frustrada.

¿Qué cojones me estaba pasando?

- No te preocupes. No es a la primera persona que le pasa, he visto esto muchas veces. Recuperarás tu voz, solo tienes que relajarte y no forzar tu garganta o dañarás tus cuerdas vocales. Átala, nos la llevamos.

- Señor, ¿eso significa que... - hablo por primera vez el del bigote y sombrero levantando la cabeza hacia donde estamos el guapo desconocido y yo.

¡¿Qué?! ¡¿Qué?! ¡No! ¡No! ¡Dios mío, no! ¡Necesito gritar! ¡Qué alguien me salve!

- Quieta - ladró el calvo reteniéndome por la espalda con ambas manos.

No podía ser. Estaban compinchados, me iban a matar. A violar. Que sé yo.

- Pero señor, sabe demasiado. No podemos quedárnosla.

- He dicho que me la llevo, y punto. Una palabra más y te volaré la cabeza - susurra el guapo mientras le clava la punta de la pistola al del sombrero, que parece estar temiendo por su vida.

Cobarde de mierda.

- Está bien señor, noso... nosotros nos haremos cargo - responde el imbécil con la voz entrecortada.

¡No! ¡No! ¡Que no se acerquen a mi! ¡No estos dos! ¡No!

- ¡¿Qué le habéis hecho?! - pregunta el guapo al verme negar con la cabeza loca de la desesperación.

- Nada señor, usted la ha visto. ¿Qué le íbamos a hacer?

- Es solo una loca que estaba intentando suicidarse, vaya usted a saber porqué.

- ¿Y porqué no os creo? - pregunta el hombre sin dejar de mirarme.

- Nosotros no mentimos jefe, no lo hacemos.

- A mi coche. Ahora.

Intento gritar para evitar a toda costa que esos dos matones vuelvan a tocarme. De hecho, retrocedo como puedo hasta conseguir ponerme en pie para intentar salir corriendo nuevamente aunque sea para tirarme por el maldito acantilado. Nadie puede asegurarme que él destino que me espera con esos hombres sea mucho mejor que acabar con mi vida.

- ¡No! ¡Por favor no! - grito cuando la voz me sale de forma desgarradora por fin.

Las manos me queman, los pies me duelen, mis ojos no paran de llorar y estoy completamente perdida. Todo lo que me queda es aferrarme a la cruz de mi cuello. Algo que no le pasa por desapercibido al jefe de los asesinos.

- Tranquila, no pienso matarte.

- Por ahora - comenta el calvo en voz baja, ganándose una mirada fulminante de su jefe mientras a mí me recorre un escalofrío de los pies a la cabeza.

- A mi coche. Ya.

- ¡No! ¡No! ¡Suéltame! ¡Suéltame! -grito mientras pataleo en el aire intentando deshacerme del agarre de esos dos, pero por más que quiero no lo consigo. Solo veo la tierra mojada a medida que se echan a andar conmigo en brazos. Hasta que escucho la puerta de un coche abrirse. Me tiran dentro de él. No me da tiempo a estabilizarme, de repente el coche está moviéndose a toda velocidad. Como si fuese a doscientos kilómetros por hora por mitad del bosque lleno de árboles. El guapo ni siquiera se inmuta.

- No lo intentes- dice sin dejar de mirar hacia el frente.

¿Cómo se ha dado cuenta de que he intentado abrir la puerta desde dentro? ¿Cómo lo ha visto?

- ¡Esto es un secuestro! ¡Es un delito! ¡No puedes hacerme esto!

No se ríe ni habla, pero sonríe ligeramente como si se estuviera burlando de lo que le he dicho.

- La vida que te estoy por ofrecer, no es la de un rehén. Así que ahora cállate y mantente quieta por un puto segundo hasta que lleguemos.

¿Llegar? ¿Llegar a dónde?

- ¡¿Qué?! ¡No! ¡¿A dónde me llevas?! ¡¿Quién eres?!

- Me llamó Simone Viatello, y te llevo hacia un lugar mejor del que podías haber tenido esta noche.

- En cuanto salga de aquí iré a la policía y te arrestarán por lo que estás haciendo - escupo mirándole a través del retrovisor con furia mientras él me mantiene la mirada por unos segundos sin desacelerar la velocidad del coche.

- La policía no va a hacerme nada, preciosa. Pero yo sí que te lo puedo hacer a ti si no empiezas a comportarte.

- ¿Qué vas a hacerme? ¿No te parece suficiente con estar secuestrándome?

- Abre el compartimento que hay detrás de mi asiento.

Chillo intentando retroceder en mi asiento cuando veo tres tipos de pistolas diferentes y dos cartuchos de balas en él. El hombre se queda mirando mi reacción fijamente mientras comienza a frenar con el coche poco a poco. Yo estoy con mis piernas recogidas sobre el caro cuero que me rodea, estoy ensuciándolo todo de tierra y restos de sangre por los cortes de esta noche sobre mis pies. Pero ahora solo me preocupa dejar de temblar ante él.

El coche se para. Sube de un tirón el freno de mano y se pagan todas las luces dejándonos en un paisaje negro como la nada.

- Este coche está lleno de armas. Yo siempre voy protegido. Mis hombres también llevan unas cuantas. No hagas que tenga que atravesarte el cráneo con una de ellas, tienes una cara especialmente bonita como para tener que arruinarla. Sería todo un sacrilegio.

IngénitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora