Matarnos en la cama

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#Simone

Nunca me había pasado tal cosa. Nunca una mujer me había rechazado de esa manera. Ni siquiera sé si fue un rechazo o qué fue lo que hice mal. Ni siquiera sé qué pasó por su cabeza en ese momento. No sé si es porque es muy pequeña, porque sea una niña todavía, porque no le gusto, por miedo, porque es virgen... no, no creo que sea por eso, ya la he tocado antes y no parecía estar molesta ni decepcionada con ninguno de mis movimientos.

Lo que sí que sabía sobre seguro, era que no podía seguir tocándola, y que por mucho que me acercase a ella, no estaba preparada para tener sexo, por mucho que yo quisiera. Lo supe cuando la miré a los ojos y entendí que esa noche no iba a conseguir nada de ella. Mucho menos de su cuerpo.

- No te enfades conmigo, por favor - me dijo con un hilo de voz.

Joder. Estaba a punto de llorar otra vez.

¿Cuantas veces la había visto llorar ya en las últimas veinticuatro horas?

- No me enfado, Lana.

Mierda. Mierda. Mierda. Su cara. Qué cojones hago llamándola por su nombre. Qué demonios es lo que le tengo que decir.

- Voy a ducharme.

La veo asentir antes de volver a bajar la cabeza para hundirla en entre sus piernas. Me levanto en dirección al baño sin saber qué hacer para no meter más la pata con ella. Apenas puedo observarla, allí completamente desnuda en esa enorme cama. Tan pequeña. Tan delgada. Tan guapa incluso llorando.

Cerré los ojos nada más cerrar la puerta del baño tras de mí y me miré en el enorme espejo que había ante mi. Prácticamente desnudo y totalmente derrotado, apoyé mis brazos en el lavamanos mientras me perdía en el reflejo de mis ojos pensando en la cantidad de mujeres con las que había estado. Mujeres mayores que yo, de mi edad, más pequeñas. Strripers, jovencitas de discotecas, esposas maduritas de algunos narcotraficantes, empleadas de la limpieza... y entre todas ellas caí en la primera vez que toqué a una mujer.

Me metí bajo el grifo de la ducha mojándome la cabeza con agua fría, dejando caer cada chorro por todas las partes de mi cuerpo. Me paré y apoyé la frente contra la pared, notando todo el frío en mi nuca mientras me venían a la cabeza los recuerdos de aquel día.

Rossana. Una mujer mayor, de cuarenta y dos años, rubia, mitad rusa y mitad italiana. Había estado muchas veces con mi tío, era lo más parecido que había tenido a una mujer desde que murió mi tía. Era guapa, alta y muy voluptuosa. Era cariñosa y se portaba muy bien con todos en la familia Viatello. Pero aquel día, durante la cena de navidad, a mis quince años, se me descontroló el sentido común.

La pillé en ropa interior, roja, vistiéndose para bajar a cenar con todos. Yo apenas era un niño. No controlé mis ojos, ni mi mente, ni siquiera mi mano cuando tuve que correr a encerrarme en el baño de mi habitación. Luego no supe cómo mirarla, y todo lo que veía era sus curvas ciñéndose a la fina tela de encaje que se había grabado a fuego en mi mente.

Esa misma noche, quise espiarla al cambiarse mientras mi tío despedía a los invitados y mis primos dormían. Creía que tenía el mundo en mis manos. Lo estaba consiguiendo, esa noche me iba a ir con un nuevo motivo para despertarme al día siguiente. Iba a contarle todo a mis colegas en la siguiente reunión de familias, iban a flipar. Ninguna niña de nuestra edad se podía compara a lo que yo había visto en ella.

Sin embargo, a la mañana siguiente me desperté con esa misma mujer sentada en mi cama, con su mano en mi pen* y el pestillo de mi habitación puesto. Tuve que pellizcarme para creerme que era verdad lo que estaba sucediendo, y supe que sí cuando ella se rió de mí infantil gesto y me calló con un beso antes de bajar sus labios por todo mi cuerpo. Yo no pude hacer nada, no sabía nada, más que estaba disfrutando tremendamente del placer y me dejé hacer.

Me acosté tres veces con ella esa misma mañana. Y se fue de mi habitación sin decirme nada. Se fue durante meses de casa, y nunca le dije nada a mi tío. Se fue y me dejó con con la incertidumbre durante mucho tiempo, acerca de cómo había sido con ella, si la había cagado o no. Sabía cuánto había disfrutado yo, lo mucho que me había gustado, pero... ¿y ella? ¿Le habría gustado como le había tocado? ¿O pensaría que solo era un crío sin experiencia?

Estuve atormentándome durante meses por ello. Comía al lado de mi tío, brindaba con él, iba a sus fiestas para aprender sobre el negocio... y no me quitaba a su mujer de la cabeza. Pero nunca volvió, y a mí me costó unos cuantos meses volver a confiar en mí y en mis habilidades sexuales... hasta que decidí pensar que yo podría ser el mejor en ello. Y acerté.

Fue entonces cuando pensé que quizá eso era lo que le pasaba a Lana. Quizá tenía miedo conmigo. Quizá no confiaba en ella misma. Quizá sentía vergüenza. Bastante habría pasado ya contándome todo el tema de su cicatriz y enseñándome su cuerpo.

¿Y si estaba ahora mismo atormentándose al otro lado de esa puerta por algo que para mí ni siquiera tenía importancia?

¿A cuantas mujeres me había tirado yo? ¿Doscientas? ¿Sabría el mundo con cuantas de ellas había disfrutado?

Joder.

Con el pelo mojado y las gotas de agua aún en los hombros, me puse un bóxer pensando que así se sentiría más cómoda al verme. Pero ni siquiera me vio, estaba tumbada de lado en el filo de la enorme cama, haciendo que ella se viera completamente diminuta en ella. Juro por mi sangre, que si no la hubiera escuchado sollozar, me hubiera quedado ahí quieto mirándola toda la noche.

Di seis pasos. Seis, hasta llegar a ella y agacharme al filo de la cama para poder verla. Joder, nunca había hecho nada así. Ni quiera tengo hermana, y no sé consolar.

- No estás llorando - le digo al ver como todas sus lágrimas están agolpadas en sus ojos, sin salir de ellos.

- No quiero llorar.

Es justo lo que quiero, joder.

- No sé que ha pasado Lana, pero sea lo que sea está bien. No tiene porqué pasar nada hoy si tú no quieres, no vamos a ir a mi ritmo.

- ¿No estás enfadado?

Casi quiero tirarme encima de ella y explicarle con mi cuerpo, que yo no puedo estar mal con ella. La deseo de tantas formas posibles, y me atrae tanto, que un enfado sería más un castigo para mí que para ella.

- Nena, tenemos todos los días del resto de tu vida y la mía, para matarnos en una cama. No pasa nada si no empezamos hoy.

Me sorprendo cuando se lanza a mi y me rodea el cuello con sus brazos antes de dejarme una cadena de besos por toda la cara. Yo la cojo en brazos, poniéndola de pie conmigo, y me tumbo en la cama con ella encima. Así nos quedamos durante un buen rato. Ella siguiendo con sus dedos cada uno de mis tatuajes, y yo mirándola a ella.

Pero justo cuando pienso que me voy a dormir, su voz enciende todas las alarmas.

- ¿Qué clase de tinta es esta? ¿Porqué no parece un tatuaje normal?

Mierda.

IngénitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora