Capítulo 28.

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No recuerdo que edad tenía cuando llegué al castillo de Loftus

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No recuerdo que edad tenía cuando llegué al castillo de Loftus. Recuerdo que me convertí en un soldado porque era lo más honorable que podías hacer en este lugar. Mis padres eran panaderos, ellos me habían enseñado lo que era el trabajo duro, despertarse cuando el resto del mundo dormía y trabajar hasta que el cuerpo dolía. Mi madre era amable y cariñosa, mi padre era algo frío y descuidado; sin embargo, siempre se preocuparon por mí.

El día en que Alana -mi dragona- me eligió, ellos sabían que tendrían que ofrecerme al castillo para que pudiera servir como un rastreador, solo existía el dragón del Rey para las batallas, así que no fue difícil que me aceptaran. Mi disciplina y gran dedicación a la causa hizo que escalara rápido en rango. Alana se convirtió en una experta en batallas y me gané la confianza de Maximus en cada guerra que lo pude acompañar.

Tendría tal vez 27 años cuando Arawn llegó al castillo. Un mercader vino a ofrecer al niño a cambio de tres monedas de Heil. Un soldado fue a buscarlo a casa de sus padres y lo trajo aquí, luego de haberlo golpeado hasta el cansancio. Cuando lo conocí tenía la cara hinchada por los golpes, el cabello largo y muy mal humor. En cuanto llegó, me pregunté por qué no había matado al soldado que le había hecho eso, tal vez no era un guerrero pero ya tenía un dragón, solo respondió:

—Dejaron a mis padres vivir. Era un intercambio justo.

Con tan solo nueve palabras y once años, ese niño se había ganado todo mi respeto.

Vivir en el castillo para un General como lo era yo no era nada complicado. Las guerras siempre nos traían riqueza y gloria; lo que implicaba tener cantidades exageradas de dinero y la atención de las mujeres en el reino. En los prostíbulos se peleaban por atenderme, cosa que me hacía sentir orgulloso. Sin embargo, jamás traje a Arawn conmigo a estos sitios. Le enseñé a pelear cuerpo a cuerpo, a defenderse de personas que eran mucho más grandes y pesadas que él. Le mostré cómo usar una espada, cómo usar una daga, una ballesta y todo tipo de armamento que usábamos aquí. Incluso le mostré cómo cortarse la barba y cómo tratar a una dama.

El niño siempre se mostró dispuesto a aprender y dispuesto a servir. El problema era que Arawn siempre fue muy curioso. Hacía preguntas que la mayoría de los soldados no se atrevían a preguntar. Traté de enseñarle la cualidad de la discreción, pero era la única cosa que no parecía mantenerse dentro de su cabeza. Aludía mi falta de éxito a su edad, pero mientras más crecía más me daba cuenta de que tal vez era la única cosa en la que no sería bueno.

Cuando conocí a Emilia todo cambió. A Arawn y a mí nos habían enviado a una misión de recaudación, un herrero había tratado de estafar a la corona en la venta de unas espadas para la guardia. En el camino encontramos una posada y ahí estaba, tan bonita y amable como siempre fue. Como General, creí que ella se vería atraída por las medallas o el nombramiento, pero me trataba igual que a cualquier comensal extranjero.

Desde esa primera vez que la vi y las pocas palabras que habló conmigo, no pude irme más. Iba y la visitaba cada que me era posible desaparecerme del castillo.

DRAKONS: Hijos de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora