Capítulo 11.

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Uno

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Uno... Dos... Tres... Cuatro... Cuatro segundos bastaron para darme cuenta de lo que estaba sucediendo. Un hombre con aspecto descuidado, con mirada dorada y lunares en los brazos apareció frente a nosotros. La Reina se había quedado quieta, los ojos de ella estaban blancos y su boca se abría como si le faltara la respiración. El hombre le había clavado la espada del Rey en la espalda, justo en el centro, atravesándole el corazón. Él retorció la espada y el cuerpo de la reina cayó frente a nosotros. La había matado.

—¡Date prisa! ¡Son demasiados!

Volví el rostro hacia una de las torres donde estaban los guardias y ahí podía ver a otro hombre con las manos alzadas y sangre en su nariz. Las venas en su cuello estaban marcadas. Un dragón verde lo rodeaba, parecía protegerlo. Yo lo había visto antes, pero no sabía exactamente dónde.

Más guardias comenzaron a salir del castillo, todos corrían hacia nosotros. Uno de los rastreadores salió del trance en que estaban, por lo que rápidamente un dragón acudió a la plaza, era un dragón bronce de tierra.

La manera en que se movía sobre el suelo de la plaza lo asemejaba a una víbora. Era rápido, y lucía furioso. El jinete alzó las manos y pude ver cómo las piedras debajo de nosotros se comenzaban a mover.

—¡Libérame! —pedí al hombre que sostenía la espada.

—No vengo por ti.

—Si no me liberas eso te matará.

El dragón se alzó, nuestras piernas se quedaron enterradas en el suelo por mandato del jinete, formando unos grilletes con rocas. No había forma de esquivarlo o movernos.

Una bola de fuego gigante se dirigía hacia nosotros. El hombre, con un rápido movimiento trozó las cadenas que sostenían mis manos y antes de que el fuego pudiera alcanzarnos abrí mis brazos, como si partiera el viento haciendo que el fuego se redirigiera hacia los costados. El fuego era de mi propiedad. El fuego no me tocaría. El fuego no me mataría. Ese era mi don.

Junté mis manos provocando una ráfaga de aire frío que azotó al dragón como si fuera un látigo. Él por su parte se giró y dirigió su cola hacia nosotros como un látigo a toda velocidad. Sin embargo, otro dragón apareció.

Esta vez no creía lo que veía. ¿Era un dragón rojo? ¿No había desaparecido por completo? Creí que solo formaban parte de cuentos y leyendas, no que realmente existiera el dragón rojo sangre, maligno del que todos hablaban.

Esta feroz bestia detuvo con una de sus garras la cola del dragón bronce. Después de rugirle vi cómo con sus fauces le arrancaba una de sus extremidades.

El dragón bronce gimió dolorido, el jinete se debilitó y los grilletes de roca se destruyeron.

El hombre que estaba a mi lado estaba cortando con mucho cuidado las cadenas de Selim con la espada del Rey. De hecho era el único artilugio que podría cortar unas cadenas así. Me levanté y le ayudé a sostener el cuerpo de la princesa quien apenas y respiraba. Él cortó las cadenas en sus muñecas y después la cadena que tenía en el cuello.

DRAKONS: Hijos de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora