Capítulo 2.

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Desperté agitada sintiendo que el cuerpo se me entumecía

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Desperté agitada sintiendo que el cuerpo se me entumecía. Había estado durmiendo con el cuerpo rígido, como si me hubiera estado muriendo de frío. Una mujer estaba parada frente a mi cama, ella sostenía un vestido del color del vino. Era fino y parecía incómodo. Asentí y ella lo dejó sobre mi cama. Por la ventana podía vislumbrar el sol, sería una mañana cálida. La puerta que daba a la pequeña habitación donde tomaba mis baños diarios estaba entreabierta, por lo que podía notar el agua humeante que sobresalía en la tina de bronce.

Me levanté con cuidado, amarrando los listones de mi bata y caminé a pies descalzos hacia donde una de mis doncellas me esperaba. Al acercarme, ella bajó la mirada, nadie tenía permitido observarme el rostro, mucho menos a los ojos, el que lo hiciera podría perder la cabeza. No lo decía porque mi mirada podría causarles locura, sino porque estaba penado por la ley y quienquiera que atentara con hacerlo, sería enviado a la guillotina.

—Esta mañana lo haré sola, gracias.

Cerré la puerta detrás de mí y caminé hacia donde estaba el único espejo en este cuarto tan reducido y que tenía solo una ventana que daba hacia el jardín de los girasoles. Me desaté los listones y dejé caer la tela que se sostenía de mis hombros. La suave seda se deslizó hasta el suelo. Mi piel quedó al descubierto y los suaves trazos negros que recorrían la piel en mi costado izquierdo se marcaban en contraste con mi piel clara.

Ahora no había ningún mensaje en especial, solo eran algunas líneas rectas y lunares dispersos desde el inicio de mi cuello hasta final de mi tobillo derecho. Estas marcas me atravesaban el cuerpo. Las garras en mis manos no habían aparecido. Esta vez solo eran finas y rosadas uñas en la punta de mis dedos. Mis ojos dorados, con el iris de una serpiente eran los mismos que veía todas las mañanas en este espejo. Yo era la misma. Mi reino era el mismo. El día era común... como siempre.

Me lavé el cuerpo con cuidado. Mi piel se tornaba rosada de tanto en tanto, cuando las líneas y lunares decidían quedarse quietos y no formar patrones o mencionarme nombres de personas que yo desconocía. Había una marca que había aparecido en mi mano izquierda hace un par de años. Era negra y tenía la forma de media luna. Había estudiado algo sobre estigmas en la biblioteca del castillo, especialmente sobre las que aparecían en mi cuerpo.

Esta en especial denotaba cierto enlace con la noche. Era el símbolo de lealtad entre tú y la luna. Cuando ella te llamara, tú tendrías que responder, quisieras o no. Se decía que dominaría tu cuerpo, tus pensamientos y hasta tus acciones. Algunos relatos decían que terminarías obedeciendo a tal grado que terminarías hecho un demonio. La verdad yo no estaba segura de nada, pues jamás había escuchado a la luna, pero había algo que siempre me pasaba y lo detestaba... tenía sueños... sueños muy vívidos, a veces incluso parecían recuerdos.

No eran simples sueños de nubes de colores o caballos alados. Soñaba sobre un hombre, la vida de él. Soñaba sus batallas, sus luchas, sus tragedias, sus traiciones. Había días, en que no solo me despertaba sintiéndome cansada, sino que despertaba sufriendo. Despertaba llorando, despertaba rogando por piedad, por aire. Incluso, despertaba herida, con costillas rotas, fracturas. Cuando llegaba la noche: temía no volver a despertar.

DRAKONS: Hijos de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora