Capítulo 4.

1.1K 116 2
                                    

Abrí los ojos y lo primero que noté fue el olor a sangre que había en el lugar

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Abrí los ojos y lo primero que noté fue el olor a sangre que había en el lugar. Me traté de enderezar pero me dolían las costillas. Era como si hubiera recibido cientos de patadas en el pecho. Oh, cierto. Las había recibido anoche. Me senté, tratando de moverme con todo el cuidado posible. Aunque ninguna de mis precauciones era lo suficientemente buena como para evitarme el dolor.

Me recargué en la pared más cercana y apoyé mi brazo derecho en los barrotes. Mis ojos aún no se acostumbraban a la penumbra, por lo que me costó un poco encontrar a Arawn.

—Has estado durmiendo todo el día —volví el rostro hacia el final del calabozo y ahí estaba sentado, de brazos cruzados.

—¿En serio? Porque siento como si no hubiera pasado un segundo —gemí y él se puso de pie para luego ubicarse a mi lado. Se quitó los harapos que usaba como camisa y los desgarró para formar una venda, lo enredó en mi hombro y los ajustó con fuerza.

—Eso hará que cuando la luna comience tu proceso de curación, los huesos se suelden como deben —jadeé pues me dolía mucho.

—También hará que la reina te castigue por ser tan bueno conmigo —él se encogió de hombros— ya ni siquiera te importa, ¿verdad?

—No, no me interesa.

Arawn, había estado desde siempre en esta celda, era uno de los reclusos que siempre veía cuando venía a visitar a Laelaps. Él nunca gritaba, ni se quejaba, rara vez me prestaba atención. Me sonreía a veces.

Después de lo ocurrido con mi padre me trajeron aquí. Georgina se encargó de que la grachod me sellara con unas cadenas de Selim, estas eran otro artífice creado por ellas. No había manera de romperlas, solo la espada de mi padre lo haría. Mientras más te movías, más se encajaban en ti. Tenía cicatrices en las muñecas, los tobillos, la cintura y el cuello a causa de estas. Me habían desgarrado la piel un par de ocasiones. Las usaban cuando me torturaban. Las usaban cuando me marcaban el cuerpo con hierro o para retenerme.

Me metieron en otra celda, pero uno de los presos trató de matarme, no contaba con que mis garras eran venenosas, por lo que amaneció muerto en la mañana. La Reina me cambió a esta celda tiempo después de que comencé a asesinar a cualquiera que intentara ponerme un dedo encima.

Arawn ni siquiera se inmutó cuando entré aquí. Él permaneció alejado de mí el tiempo suficiente para que yo me diera cuenta de que él no era peligroso. Al menos nunca me había amenazado. Descubrí que comía todo lo que le daban, hacía ejercicio y siempre se mantenía haciendo teorías sobre la mazmorra, cuánto medía, cuanto tardaba la luna en reflejarse, cuánto medían todos los guardias y cuánto pesaban. Era muy inteligente, siempre mantenía su cerebro trabajando.

Yo en cambio estaba demasiado dolorida como para poder ejercitarme o levantarme. Cuando me sentía con más energía, trataba de estirar los brazos fuera de los barrotes para poder alcanzar la luz de la luna que se filtraba por la única ventana de la mazmorra.

DRAKONS: Hijos de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora