Capítulo 5.

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Estaba sentado en un banquito pequeño a un lado de mi hermana, estaba tan cercano al suelo que sentía las rodillas cerca de mi rostro

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Estaba sentado en un banquito pequeño a un lado de mi hermana, estaba tan cercano al suelo que sentía las rodillas cerca de mi rostro. Ella estaba acomodando los tomates y las calabazas. Sacándolas de una caja de cartón a las mesas de madera con mucho cuidado. Como si fuera una experta en la decoración.

Ella lucía especialmente adorable hoy. Se había puesto un vestido nuevo. Llevaba su cabello trenzado y su frente descubierta. Aún podía recordar cómo ella le rogaba a mi madre que la peinara de tal forma que sus lunares no quedaran expuestos. Ahora los lucía con orgullo.

Me parecía curioso cómo un hombre cuando llega a la vida de una mujer indicada podría potenciar maravillas, o destrozos. En ella, era como si le diera toda la seguridad, protección y complicidad que ella necesitaba. Sonreía más, confiaba más, brillaba más. Era como si me hubieran devuelto a la hermana que perdí en cuanto mi corazón dejó de latir.

Me mantuve a su lado y traté de ayudarle a acomodar todo lo que había en la carreta de ventas. La verdad es que el sitio había mejorado mucho, incluso parecía un lugar decente con frutas y vegetales de calidad. Las personas que se acercaban a comprarle eran sirvientes de casas de nobles, personas con dinero. Los plebeyos y demás personas en el pueblo podían solo comprarse un par de manzanas y algunas naranjas. Nunca les alcanzaría para algo más de eso mucho menos un racimo de uvas.

Yo no tocaba la mercancía, aunque moría de hambre. Esta mañana habíamos desayunado solo pan de los que había enviado mi madre. Elu se sirvió un poco de queso y se comió dos manzanas. Yo no me podía dar esos lujos, yo no tenía dinero ni una novia rica que me pagara la comida.

Cuando se hizo tarde y los clientes comenzaron disminuir decidí dar una vuelta por los alrededores. No me haría mal andar por aquí, después de todo me iría por la noche y regresaría a la cabaña en el bosque donde nadie parecía tener futuro alguno: mi hogar predilecto.

La tarde era bonita, el día estaba despejado y soleado. Me preguntaba cómo la estaba pasando Umbrá, ahora que estaba en una zona un poco más poblada. La marca de la luna no había presentado ninguna señal de amenaza, así que supuse que estaba bien.

La ciudad cerca del sendero al castillo de Loftus era muy llamativa. La gente por aquí usaba ropas muy coloridas. Las mujeres usaban vestidos con terciopelo e incluso llevaban joyas al cuello. Los hombres usaban trajes y zapatos que parecían cómodos y caros. No había tanta seguridad aquí como la podría haber en cualquier otro pueblucho. Esta era la zona de los ricos. Algunos hasta osaban saludarme. Nunca me había sentido con tanta clase.

Las calles eran empedradas, había banderas con el sello del León que representaba a Loftus, por todas partes. Colores rojos decoraban cada establecimiento y los detalles dorados destacaban entre todo.

Caminaba con tranquilidad por las calles, cuando un oficial se me acercó y me miró con sospecha. Lo sé, un hombre de ojos dorados puede ser aterrador a plena luz del día, ahora imaginémoslo con harapos sucios y el cabello ligeramente largo del frente, unas botas llenas de lodo y una capa desgastada.

DRAKONS: Hijos de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora