Capítulo 10.

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~La noche antes

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~La noche antes...~

Corría con todas mis fuerzas hacia el pasillo que me llevaría a la salida del castillo. Cerca de quince soldados estaban persiguiéndome con espadas, ballestas y lanzas. Tenía heridas en ambos brazos y dos flechas insertadas en mis hombros donde habían tratado de clavarme a la pared. Las garras en mis manos estaban empapadas de sangre debido a mis peleas con ocho guardias al salir del calabozo.

Alexander había logrado mantener a la reina dormida junto con Eleonor, mientras Arawn trataba de dejar a Jefté fuera de nuestro camino.

Anoche me habían torturado tanto que ni siquiera la luna puro curarme bien. Meera había sido asesinado en el pasillo de la armería, dos reclusos que se nos habían unido en la lucha también habían sido asesinados y yo estaba a punto de unirme a ellos en las filas del infierno.

Cuando llegué al salón donde se realizaban los eventos de gala, me topé con alguien a quien no esperaba ver.

Podía reconocerlo, podía ver cómo sus ojos grises me observaban con ternura, podía ver cómo alzaba las manos para atraparme. Las canas en su barba, la manera en que su capa ondeaba, todo en él era tan familiar. Llevaba esa corona que tanto le gustaba y lucía, así como una sonrisa en el rostro, esa que me aseguraba que él estaba aquí, que nada me podía hacer daño.

—¡Papá! —grité con fuerza, él se inclinó como si estuviera a punto de atacarme pero en su lugar agitó una lanza la cual se detuvo en el pecho de un guardia que corría detrás de mí.

La fuerza con la que mi corazón se agitaba era tan grande que creía que me destrozaría por completo de dentro hacia afuera.

Corrí hasta donde él estaba, me dolían las piernas, los brazos, la cabeza, el pecho, todo. No me movía con facilidad, él me abrazó y alzó una mano deteniendo a los guardias, todos por completo. Estaban detrás de mí, inmóviles. Incapaces de dañarme más. Ese era el don de mi padre.

Jadeando comencé a escurrirme de los brazos de mi padre hasta que llegué al suelo, él me giró sobre mi espalda, me miró con media sonrisa y quitó el cabello que cubría mis ojos.

—Lamento haber tardado tanto...

—¿Dónde estabas?

—Todo está bien hijita —susurró en mi oído— no te pasará nada, te protegeré. Papá ha llegado.

—¿Por qué te casaste con ella? —pregunté y él soltó una sonora carcajada.

—¿Qué te puedo decir? ¿Amor?

Reí y él sonrió para mí. Las lágrimas comenzaron a salir de mis ojos con rapidez, los jadeos incontrolables provocaban que mi cuerpo se moviera por lo que las heridas dolían más que nunca. El sabor de mi boca era como el del hierro, el ardor de mi piel, la manera en que mi cabeza palpitaba todo hacía que yo quisiera morir. Ya quería morir.

DRAKONS: Hijos de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora