Una amiga

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—Eh, Mery, ¿quieres que te de la mano?

—No, estoy bien.

Raquel alzó las cejas, sorprendida y poco convencida, y miró a Pol, sentado a su derecha. El chico se encogió de hombros y señaló con la mirada, discretamente, al pasillo contiguo de filas, donde Josh, Chanel y Exon estaban sentados.

—Tía, que no me importa, eh. —Raquel volvió a intentarlo.

—Está bien, Raquel. —María la miró por primera vez en todo este rato. —Es solo un avión, no vamos a morirnos, tengo que superarlo.

—Vale, vale. —Aceptó Raquel. —Pero estamos aquí, ¿vale?

María asintió y volvió a mirar por la ventanilla. El avión se aproximaba a pista y notaba los nervios en su barriga. Cerró los ojos con fuerza, asiéndose con fuerza del bajo de su camiseta, y respiró hondo.

En otro escenario se habría sentado junto a Chanel. Habría buscado su mano y habría respirado mucho más tranquila. Habría inspirado y el olor a jazmín de su pelo le habría hecho olvidar que iba a pasarse las próximas doce horas sobrevolando un océano.

Pero eso habría sido en otro escenario.


En el escenario actual, María se había pasado los tres días posteriores a la fiesta de Avalon esquivando a la morena. Quedarse a solas con ella le provocaba pánico y solo de pensar en el momento que casi tuvieron en su habitación se moría de vergüenza.

Eso era exactamente lo que le pasaba: estaba muerta de vergüenza.

Cuando por fin había asumido que lo que tenía hacia Chanel no era solo una profunda relación de amistad, la maldita casualidad hizo que su teléfono sonara en el instante más inoportuno del mundo.

Justo cuando sus labios iban a rozarse, cuando por fin iba a saciar la sed que tenía y que no sabía por qué tenía...

El destino le recordaba que tenía asuntos pendientes.

María suspiró, apoyando la cabeza en la ventanilla del avión, y abrió los ojos. Estaba atardeciendo en Los Ángeles, y pasarían la noche entera volando. En cuanto aterrizaran, pasaría por casa y cogería un AVE hasta casa de sus padres, en Sevilla. El trabajo gordo ya estaba hecho, y tan solo quedaba pulir y seguir ensayando para la presentación de la canción en la preselección nacional, en el Benidorm Fest. Chanel tenía que quedarse en Madrid hasta Nochebuena para la rueda de prensa de presentación de la candidatura, pero María y el resto del cuerpo de baile podían ir a casa por Navidad desde el mismo momento en que aterrizaran en Barajas.

Y aunque necesitaba descansar y necesitaba sentirse acogida en su tierra, la sensación de separarse de Madrid, y de todo lo que ello implicaba, hacía que el estómago de María se sintiera más pesado que nunca.

Necesitaba arreglar los flecos sueltos en los que se había convertido su vida y a la vez le aterrorizaba tomar algunas decisiones, entre ellas, poner las cosas claras con su pareja.

Sobre todo porque cada vez que pensaba en ella, veía el rostro de Chanel acercándose a sus labios.

—Mery.

María salió de su ensoñación y miró a Raquel, que la observaba atentamente.

—Estás sudando tía. —Raquel negó con la cabeza, preocupada, y le retiró el pelo de la frente.

—Estoy bien solo...

—Cállate ya y dame la mano.


Raquel agarró su mano fuerte y la llevó a su regazo. Le dio un pequeño beso en la cabeza y le sonrió.

—No tienes que... —Empezó María.

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