Trasnoches y meriendas

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—Desde luego, vaya carica me traéis... —La madre de María las miró negando con la cabeza, con reproche.

María y Chanel habían aparecido en la cocina, eran las siete de la mañana y tenían cara de no haber dormido mucho.

—Es que llegamos tarde... —Dijo María, bostezando y sentándose en la banqueta de la cocina.

—Ya. —Su madre la miró reprobatoriamente. —Ya escuché la moto a las dos de la mañana, anda que... —Miró a Chanel. —¿Un cafecito, verdad, reina?

—Por favor...

—Venga sí, desayunad que luego os lleva el Antonio, eh. —Dijo Merche. —Que yo tengo que irme con la abuela a hacer la compra.

El padre de María las llevaría a la estación de tren para coger el AVE que salía a las 9:00 con destino Madrid. Por suerte, la maleta de María ya estaba hecha y Chanel no había traído equipaje, porque la noche anterior no tuvieron mucho tiempo de ordenar ropa.

Chanel se sentó en la otra banqueta, al lado de María, y apoyó la cara sobre su brazo, cerrando un poco los ojos. María sonrió y acarició su cabeza.

—¿Dónde estuvisteis? ¿La llevaste donde los helaos? —Miró a su hija.

—Sí. —Asintió María. —Fuimos a Plaza de España, al Ayuntamiento, la catedral...

—Es buena guía turística, eh. —Chanel miró a María con la sonrisa torcida, y a la castaña le salió una risa tonta.


Merche las miraba negando con la cabeza. Parecían dos quinceañeras.

—Desde luego, vaya tonteo me lleváis.

—Mamá...

—Mamá, mamá, ¡mira que risilla más tonta, si estás colorá! —Rió.

—Es verdad, estás roja. —Rió también Chanel, y María se tapó la cara.

—¡Que no!

Forcejearon un poco, la morena intentando quitarle las manos de la cara y María resistiéndose. Merche le puso la taza delante y bufó, exasperada.

—Estate quieta ya y tómate el colacao, hazme el favor, que me vas a tirar la taza... —La miró. —Qué tonta te has levantao, hija.

—Es que tiene falta de sueño, Merche... —Rió Chanel.

—Ya, ya me imagino yo la falta de sueño...


———

—Eres una lianta. —Rió Chanel.

—Shhhh. —María la hizo callar, riendo, y puso un dedo sobre sus labios, empujándola un poco contra la pared del garaje.

Chanel chocó contra varios cepillos y el cortacésped, e hizo un poco de ruido.

—Al final los despertamos. —Rió un poco María.

—La que me ha empotrado contra la pared has sido tú... —Dejó caer la morena.

—Ven.

María tiró de su mano y la llevó a través del patio trasero hasta la entrada de casa. Volvió a pedir silencio y cuando abrieron la puerta, con mucho cuidado de que no chirriara esta vez, se quitaron los zapatos y subieron las escaleras muy despacio, intentando no hacer nada de ruido. María se tropezó con uno de los escalones y Chanel contuvo un grito para luego echarse a reír. La castaña estaba agarrada a la barandilla de la escalera como un náufrago a un mástil de un barco, estallándose de risa e intentando acallar las carcajadas.

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