Fuego en la tercera planta II

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María suspiró con desahogo cuando sintió los dedos de la morena entre sus piernas. Se movía despacio sobre ella, sus ojos cerrados y su boca abierta, y Chanel sintió un tirón eléctrico en su vientre que la avisó de que ella también empezaba a sentirse necesitada. Comenzó a respirar agitada porque la visión de María cabalgando sobre sus caderas, apoyando sus manos sobre la cama, la estaba desquiciando.

La castaña pareció intuirlo, y cuando abrió los ojos y vio la mirada de Chanel, excitada y llena de fuego, sacó su mano de entre sus piernas y se tumbó sobre ella, besándola intensamente. Se recreó un poco en sus labios, en el roce de sus vientres, piel con piel, y cuando sintió que necesitaban oxígeno, recorrió con sus labios su cuello y su clavícula, y se detuvo un poco en la parte alta de su pecho. Chanel jadeó y enterró sus dedos en su espalda.

—Me tienes fatal... —Resopló, y María recorrió con su lengua su cuello, hasta llegar a su oído.

—¿Ah, sí? —Su voz excitada, susurrada, hizo que Chanel perdiera la cabeza. —Déjame comprobarlo...

Sin separar sus labios de su cuello, María bajó una de sus manos a las bragas de la morena, que por inercia levantó un poco las caderas. Presionó un poco entre sus piernas y Chanel atragantó un gemido en su garganta. María rió, una risa excitada en su oído, y la morena se mordió el labio con necesidad cuando sintió su aliento caliente en su piel.

Bajó con besos hasta su abdomen, recreándose en su pecho y notando el corazón de la morena bombear con fuerza. Chanel tenía un pecho pequeño, pero firme, suave, y María descubrió que adoraba sentir cómo se endurecía al tacto de su lengua.


Colocó sus manos a ambos lados de su cadera, colando un dedo por sus bragas, y la miró entonces, una mirada muy diferente a la que hubiera podido dedicarle en cualquier otro momento. Chanel se reclinó un poco, apoyándose en sus antebrazos, y alzó la ceja.

—¿Qué pasa? —Hablaban en susurros, en una decisión no consensuada de mantener la intimidad de la habitación.

María estaba despeinada y agitada, y su pecho subía y bajaba de manera hipnótica. Chanel apretó sus labios y pasó la lengua por su labio inferior, humedeciéndolo, aguantándose las ganas que tenía de enzarzarse en una guerra privada con las tetas de María.

—¿Puedo?

Chanel sabía perfectamente que se refería a retirar la última prenda que quedaba sobre su cuerpo, y poniendo los ojos en blanco, y con más ansiedad de la que le gustaría reconocer, asintió con la cabeza.

—Por favor. —Rogó.

María deslizó sus bragas negras por sus piernas, despacio, y contuvo la respiración al levantar la vista y ver a Chanel completamente desnuda. No es que no se hubieran visto antes así, pero desde luego no la había mirado así. No se había fijado en los huesos de sus caderas, ni en lo prietos que se veían sus muslos, ni en el pequeño lunar que decoraba su vientre con gracia justo encima de su ombligo. Su piel morena, su pelo ondulado, sus labios hinchados tras los besos, sus ojos velados, sus manos que temblaban cuando se asían a su cintura.

—Dios. —Jadeó. —Eres preciosa.

Chanel cerró los ojos, sonriendo, y se abandonó en el colchón cuando las manos y los labios de María comenzaron a recorrerla.

Nunca se había sentido tan excitada y a la vez tan adorada cuando se había acostado con alguien. Había tenido todo tipo de amantes, chicas y chicos, más suaves, más apasionados, más ansiosos y también más tímidos, pero la forma en la que María apretaba su pecho y besaba sus muslos no tenía nada que ver con nada que hubiera conocido anteriormente.

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