Oportunidades

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—¿Estás nerviosa?

—Muchísimo.

—Qué fuerte, es que mañana te vas.

Chanel sonrió y suspiró. Realmente estaba nerviosa, muy nerviosa, pero a la vez estaba tranquila. Tenían todo más que ensayado y lo más perfecto posible, y solo quedaba dar lo mejor de ellos y disfrutar. Mañana, por fin, volarían hacia Turín.

—Yo iré el viernes, con papá y mamá.

—Tengo tantas ganas... —Chanel se abrazó a Betlem, apretándola contra ella, y dejó un beso en su cabeza. —Gracias por venir a ayudarme...

—No hay de qué. —Betlem, sentada en su cama con las piernas cruzadas, doblaba camisetas para meterlas en la maleta de su hermana. —Ya sabes que me encanta hacer esto.

Chanel asintió.

—Oye... —La morena carraspeó un poco. —Siento mucho que no haya salido lo tuyo con Miguel... —Dijo con algo de pena.

—No pasa nada. —Betlem bajó la cabeza, doblando unas bragas. —Creo que con toda esa tontería me di cuenta de que no estaba bien con él, ¿sabes?

—Sí, lo entiendo. —Asintió Chanel, doblando un pantalón.

—Y, no sé. Quizás no teníamos que estar juntos.

Chanel la miró admirada.

—Eso es muy maduro por tu parte, quiero decir... Asumirlo así tan pronto. —Dijo sorprendida.

—No todas somos tan románticas como tú... —Se burló su hermana, sacándole la lengua.

—Bueno, yo sé que lo dejaste porque no te gustó el bikini que te regaló... —Rió Chanel, siguiendo la broma.

—¡Tía! ¡De todos los bikinis que hay, va y me regala el más soso de todos! —Se exasperó, echando las manos arriba. —¡Es que tiene un gusto pésimo!

—Eso no te pasaría si estuvieras con una mujer... —Dejó caer la morena.

—Bueno, cuando María te regale un bikini hablamos. —Amenazó, con el dedo en alto, y Chanel rió. —Y dame ese pantalón, que no sabes ni doblarlo...

——

María sí que estaba nerviosa, muy nerviosa. Estaba en casa preparando la maleta para los diez días que pasaría en Turín cuando Nacho Cano la llamó y le dijo que se personara en su despacho. María intentó disuadirlo recordándole que mañana se iba a Italia, pero Nacho fue inflexible: necesitaba verla y necesitaba verla ya. En otras circunstancias habría comentado el asunto por el grupo de WhatsApp, donde llevaban toda la tarde mandándose fotos de ropa y maletas, pero algo le decía que era mejor no decir nada.

—¿Se puede? —María entró con cautela al despacho de Nacho, intentando mantener su nervios a raya.

—Ah, María, pasa, pasa. —Le sonrió. —Siéntate.

María le respondió forzadamente a la sonrisa y tomó una silla para sentarse enfrente de Nacho. La gran mesa que tenía delante le hacía más ardua la tarea de relajarse, porque sentía que había un abismo entre ella y su otro interlocutor. Ahora entendía porque en las consultas de los psicólogos no había mesas y había divanes.

—¿Qué tal, cómo llevas la maleta? —Preguntó, intentando parecer interesado.

María lo miró un poco parada, no había venido para hablar de estas tonterías.

—Bien, bueno... A mitad la he dejado. —Rió un poco nerviosa.

—Qué emocionante, es una gran aventura, eh. —Le dijo Nacho, mirándola alegre.

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