Reencuentros y cacahuetes

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—¡Ey! ¡Qué pasa tía!

—Qué energía te veo... —Chanel rió abriendo haciéndose a un lado en la puerta de su casa, y dejando pasar a Raquel, que le chocó los cinco antes de entrar.

—Creo que ha bebido algo antes de venir... —Suspiró María, que venía detrás de ella. —Hola. —Sonrió un poco tímida.

—Hola. —Chanel le sonrió de vuelta.

Raquel había pasado prácticamente hasta la cocina, pero María se mantenía en el umbral de la puerta, casi que esperando una invitación.

—¿Ni un abrazo me das? —Preguntó la morena. —Tengo que ser siempre yo la que...

Se interrumpió, sonriendo con satisfacción sobre el hombro de la castaña, cuando esta prácticamente se echo sobre sus brazos.

María se separó un poco después, y la miró sonriendo, tocando un poco su pelo.

—Eh, qué guapa estás. —Dijo. —¿Te lo has cortado?

—Un poco, las puntas, que de tanta plancha y...

—¡Pasáis o no! —Gritó Raquel desde dentro de la casa.

—Ay sí, coño. —Chanel se apartó y dejó pasar a María. —Vaya mierda de anfitriona estoy hecha...


La fiesta comenzaba a las 22:00, un par de horas antes de las campanadas. Habían convenido que lo mejor era no salir de fiesta, dada la aún vigente situación sanitaria, y aunque muchos invitados luego irían a algún sitio, Chanel, los chicos y algún amigo más se quedarían en casa de la anfitriona. Raquel había hablado con Chanel y había propuesto que se arreglaran todas en su casa para luego salir juntas hasta el sitio de la fiesta. Una forma de ahorrar tiempo, dinero, y sobre todo, de usar el maquillaje de la morena sin levantar sospechas.

—¿Me dejas la base de brilli—brilli? —Raquel, en sujetador y medias, se pintaba en el espejo del baño de Chanel.

—Debe estar en el neceser, en el cajón.

—Joder tía, tienes de todo aquí... Te cojo el rimmel también, eh. Oh, y esta sombra verde...

Chanel aguantó la risa para terminar de delinearse los labios sin perder el pulso, y una vez acabados, miró a María, que se maquillaba sentada en su cama, con el espejo en la mesilla de noche.

—¿Tú cómo vas, amor?

—Bien... —Dijo despacio, concentrada.

—¿Necesitas ayuda? —Preguntó acercándose.

—No, ya casi... —La sombra de Chanel tapó la poca luz que reflejaba en el espejo, y miró hacia arriba para encontrarse a la morena con los labios perfectamente pintados, un rojo fuego que casi parecía irreal.

Se quedó pasmada mirándolos y su mano derecha perdió un poco de fuerza, pintando sin querer su mejilla izquierda.

—¡Cuidado! —Chanel rió. —Deja, que eso se seca enseguida y luego para quitarlo...

Agarró una toallita del cajón de la mesilla y se inclinó sobre el rostro de María para quitar la línea negra.

—A ver...

María notaba que su respiración se estaba haciendo densa. O quizás era el aire de la habitación, que cada vez era más espeso. Chanel tenía unas pequeñas manchitas en las mejillas, como pecas muy, muy suaves, y deseó tocarlas con los dedos. Sonrió sin darse cuenta.

—¿De qué te ríes? —Preguntó la morena, bajito, sin apartar la vista de la toallita con la que le limpiaba la cara a María.

—Tienes muchas pequitas. —Alzó la mano sin pensarlo, y tocó sus mejillas. —Aquí.

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