1. Huyendo del destino

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El miedo era literalmente paralizante. El terror recorrió violentamente todo el cuerpo de Zamas fusionado al ver a ese diminuto sujeto aparecer en medio del campo de batalla. Era ridículo que un mero mortal hubiera sido capaz de invocar a Zeno-sama de forma instantánea, pero sin embargo ahí estaba: el único ser capaz de acabar con su utopía con tan sólo un pestañeo se encontraba a unos metros de él. Era la única circunstancia que jamás hubiera esperado y que, incluso de haber previsto su realización, nunca pudo resolver sobre una acción a tomar en la remota posibilidad de que sucediera. El Dios de Todo era la única deidad por encima de él, quien podría acabar con su plan en un instante. La desesperación inmovilizó el cuerpo de la fusión en ese letargo que para él se sintió cómo una tortura. Mientras, un malherido Goku festejaba con absurda alegría que su llamada por Zeno-sama hubiera sido contestada, a la vez que le comentaba al pequeño dios sobre el responsable de toda esa destrucción. El peor escenario posible se había materializado.
Zamas fusionado recién reaccionó cuando notó que un brillo comenzó a irradiar de las manos de Zeno, en lo que Goku y compañía escapaban con prisa y temor en la máquina del tiempo. Cuando por fin su cuerpo pudo moverse, Zamas emprendió vuelo, simplemente alejándose de él, en un fútil intento de huida que no le serviría por mucho tiempo. Sabía que no era capaz de escapar de Zeno-sama, pero ¿qué más podía hacer? Su instinto de supervivencia, probablemente heredado de la genealogía saiyajin de Black, lo hacía huir aunque ya no tuviera posibilidades. Incluso si se detuviera a pensarlo, se negaba a abandonar su plan aun en esas circunstancias; había sacrificado demasiado para llegar hasta allí, ¡su utopía no podía ser destruida así como si nada!
Pero una idea irrumpió repentinamente en los desordenados pensamientos de la deidad: ¡el Anillo del Tiempo! Aún lo tenía en su mano y podría usarlo para desaparecer y, al menos, escapar de la inevitable destrucción. Zamas fusionado concentró su poder sobre el artefacto, intentando saltar hacia el futuro, pero nada sucedió. Sus esperanzas decayeron de nuevo, pero era lo esperable: si toda esa línea temporal fuese a desaparecer, no habría un futuro al cual huir. Era simple lógica. La única opción era volver al pasado, pero Zamas fusionado no lograba concentrarse sobre ello; el poderoso brillo que lo perseguía se expandía a menor velocidad pero pronto lo alcanzaría y acabaría con todo el planeta y el universo. Con un último atisbo de esperanza, la deidad decidió su táctica final: utilizó toda su fuerza para sobrevolar la superficie terrestre a la mayor velocidad que pudo para adelantarse varios cientos de kilómetros, detenerse y poder utilizar el Anillo del Tiempo a conciencia. Extendió su brazo e intentó poner toda su concentración en la tarea, pero el anillo seguía sin reaccionar. La desesperación de Zamas fusionado se acrecentó en cuanto reparó en la dura realidad: el Anillo del Tiempo sólo podía llevarlo de regreso al tiempo desde donde hubiera saltado la última vez y él no recordaba cuándo fue eso; lo había usado tantas veces que ya desconocía su último paradero. Además, técnicamente, él nunca había viajado en el tiempo: quienes lo habían hecho eran Zamas y Black, no él, una nueva entidad nacida de ellos pero otro individuo al fin. Incluso si deseara regresar a un pasado que recordara, ¿cómo funcionaría si no fue él quien viajó realmente? Zamas fusionado tragó saliva. ¡Un tecnicismo estaba por matarlo! Pero no se rindió ante la adversidad: el dios cerró los ojos y mantuvo su brazo en alto, pronunciando distintas fechas y concentrando su ki en el anillo, intentando escapar. Los nervios lo traicionaban; no podía pensar claramente mientras sentía tan de cerca la inminencia de su muerte. Ciertamente ya era tarde: el resplandor del poder de Zeno-sama enseguida alcanzó su ubicación. Zamas fusionado suspiró entrecortadamente; no dejaba de pensar en la posibilidad de escapar, pero ya sentía cómo esa vasta ráfaga de poder comenzaba a carcomer el lado derecho de su cuerpo, corrompiendo su carne y pulverizando esa perfecta anatomía que tanto amaba. Abrió los ojos una última vez para despedirse de ese mundo y logró ver un suave brillo en el anillo, pero ya no le importó. Era el fin.

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Un suave susurro recorría los alrededores. Un sonido de copas de árboles meciéndose con el viento, las suaves llamadas de pequeños animales y el murmullo de una fuente de agua cercana. Los sentidos de Zamas fusionado se reactivaron lentamente en tanto despertaba, abriendo un ojo con incomodidad. Estaba vivo. O parcialmente.
La figura de Zamas fusionado yacía maltrecha y desparramada sobre la húmeda superficie del bosque. Cuando recuperó la consciencia, intentó levantarse y al instante logró percibir la gravedad de su estado: casi la mitad de su cuerpo se encontraba mutilada y desfigurada, con unos grotescos trozos de carne color violeta sustituyendo sus miembros y piel. Ahora que había despertado podía también sentir el intenso dolor que lo envolvía por completo a causa de sus heridas. Dolor, una sensación que jamás había experimentado en ese cuerpo y que dejó en evidencia la aberrante verdad: ya no podía regenerarse. Su inmortalidad era inútil. Gimoteando, Zamas fusionado se levantó con mucha dificultad y logró pararse, donde pudo aseverar que sus heridas eran de gravedad pero no lo suficiente para rendirse, y volvió su atención a reconstruir lo que había sucedido. Lo último que recordaba era ser absorbido por el resplandor de Zeno-sama, lo que explicaba su mal estado... pero si se encontraba en ese lugar era porque su plan había funcionado: había podido regresar al pasado y salvarse de la inevitable destrucción. ¡Lo había logrado! Aunque, ¿valdría la pena? No sabía dónde ni cuándo estaba, no tenía forma de sanar su cuerpo y no podría defenderse en caso de una batalla: no sólo su regeneración, todo su ki divino había desaparecido, convirtiéndolo en eso que él tanto odiaba, un mero mortal, miserable e impotente. Parecía más una pesadilla que una salvación.
Pero no dejó que eso lo desanimara; no todo estaba perdido en tanto sus ideales siguieran de pie. Levantó su brazo derecho con dificultad y aseveró que el Anillo del Tiempo aún se encontraba en su dedo índice, pero se veía maltratado y había perdido su brillo natural; era claro que aquel estallido que había carcomido su cuerpo también había dañado el anillo. Pero incluso si aún funcionara no le servía en esas circunstancias, así que simplemente comenzó a caminar por aquel bosque, tratando de orientarse. Ya no poseía la habilidad de percibir ki cercanos y tampoco recordaba mucho sobre la geografía terrícola, así que no le quedaba otra opción más que explorar, muy a pesar del dolor que lo aquejaba. Sin embargo, llegó a un claro con una pequeña laguna iluminada por el escaso sol de la tarde y recobró la esperanza: él conocía ese lugar. Era cerca de la cabaña que Zamas y Black habitaron durante su estadía en la Tierra. La deidad sonrió e intentó recordar el camino a la cabaña para poder refugiarse allí. Ignoraba en qué momento histórico se encontraba, pero aun si fuera antes de la llegada de ellos dos, podría hacerse cargo de los humanos que habían habitado la vivienda anteriormente y usarla como escondite para recuperarse; todavía poseía poder suficiente para eliminar obstáculos insignificantes como los humanos corrientes.
Descifrar y recorrer el camino le tomó mucho tiempo y esfuerzo; el sendero era en pendiente y su cuerpo se encontraba muy debilitado, perdiendo parte de sus carnes violáceas en el camino y respirando con dificultad. Pero finalmente llegó; la cabaña estaba en pie tal como la conocía. La fusión subió las escaleras y entró, preparada para enfrentar cualquier contratiempo... pero nada encontró. Silencio, oscuridad, soledad; todo en esa sala parecía preparado para torturarlo. Zamas arrastró sus pies por el lugar e intentó reconocer las habitaciones y el mobiliario; sabía que Zamas y Black habían reordenado la vivienda luego de usurparla y eso podría indicarle si eran ellos sus actuales inquilinos o no. Pero la ligera oscuridad del ocaso y el cansancio y dolor que lo oprimían le impedían percibir la escena con claridad. Cerró los ojos con fuerza y batió la cabeza unos segundos, pero eso no lo ayudó a concentrarse; sus sentidos lo estaban abandonando. Con pasos lentos, se dirigió al ventanal que daba a la terraza, donde se detuvo a pensar en su siguiente plan de acción, pero sus pensamientos enseguida fueron invadidos por el inmenso dolor que lo agobiaba, que lo obligó a tomar su brazo desfigurado para soportarlo. Suspiró con dificultad. Nada estaba saliendo como lo esperaba: había sacrificado todo lo que tenía y lanzado a la incertidumbre arriesgándose por algo mejor, pero quizás eso no existía, no ya. Quizás todo ese esfuerzo sí había sido en vano.
El repentino sonido del riel del ventanal deslizándose despertó a la deidad de su letargo, en lo que levantó la vista y se topó con las de Zamas y Black, quienes se percataron de la presencia del intruso recién al abrir el ventanal. Zamas fusionado se los quedó viendo inmóvil, al igual que los otros dos, que lo observaban perplejos. Un incómodo silencio se sucedió por varios segundos. Era como observarse a sí mismos en un espejo desfigurado.

Oportunidad contra el DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora