20. La fragilidad de la fortaleza

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Zamas fusionado extendió los brazos hacia los costados, cerró los ojos y se concentró, enfocando su mente exclusivamente en su ki interno e intentando guiarlo hacia el exterior para que saliera en su totalidad. Por la altura en que se encontraba, los sonidos de la naturaleza prácticamente no lo alcanzaban, así que podía concentrarse plenamente en su tarea. Le exigiría un gran trabajo mental, pero era la última prueba que le quedaba para probar su valía como dios.

Lentamente, el cielo de la tarde se fue tiñendo de unos precoces tonos anaranjados. La fusión mantenía los brazos extendidos, pero los minutos habían transcurrido sin piedad, convirtiéndose en horas. Y él no había logrado ningún resultado. A pesar de mantener los ojos cerrados, podía percibir el tiempo pasado y la inminencia del ocaso, lo que lo inquietó un poco. Ya había recuperado su fortaleza y agilidad física, como también su capacidad de manipular algo de ki, así que ¿por qué no lograba recuperar su antiguo poder? Usar el ki propio jamás había sido una dificultad para él; era algo natural que todos los Kais podían hacer desde su nacimiento, dada su naturaleza divina y posterior entrenamiento. Pero todo ese poder que había llegado a tener en un principio estaba ausente, y sin señales siquiera de su existencia.

—Vamos, vamos, vamos —se dijo a sí mismo la fusión en voz baja, frunciendo el ceño, ya perdiendo la paciencia ante el desalentador pronóstico.

Sin embargo, su mantra no tuvo ningún éxito: nada de su poder lograba emerger. Era como si su esfuerzo estuviera dirigido a algo que ya no existía, que ya no estaba con él. Y esa idea en sí misma era desesperante.
El sol ya estaba cerca del horizonte cuando la fusión se tomó un respiro: abrió los ojos, dejó salir un resoplido de frustración y descendió hacia la superficie. Cuando sus pies se posaron en la tierra del valle, frunció sus labios y golpeó el suelo con los dos puños.

—¿Por qué, ¡POR QUÉ!? —vociferó la fusión, su voz haciéndose eco en el bosque circundante.

Su concentración ya se había roto por completo; su paciencia tenía un límite y todos estos días trabajando y esperando por la liberación de su poder la habían agotado.

—¿¡Qué rayos sucede!? ¿¡Por qué está pasándome esto!? —continuó gritando, estridente, en lo que seguía golpeando el suelo en cuclillas—. ¡No puedo perder mi poder, soy un dios! ¡¡SOY UN DIOS!!

El último grito le hizo doler la garganta, pero más a su propia alma. De repente, sintió cómo varias lágrimas desbordaron sus ojos, mientras continuaba apretando los puños.

—Soy un dios... —gimoteó.

La frustración era demasiado grande. No importaba lo que hiciera o cuánto se esforzara, no podía recuperar su poder y su dignidad. Había perdido eso por lo que tanto había luchado desde el principio. Y enfrentarse a esa posibilidad, ahora una realidad, lo golpeó como una bofetada. La deidad se arrodilló sobre el suelo y se echó a llorar, ahogado en decepción. Había intentado todo lo que tenía a su alcance, pero no pudo cambiar nada. Había creído firmemente en lo que sus contrapartes le habían dicho: no se deja de ser un dios, el poder no se puede perder... ¿Pero qué tal si no era así? ¿Qué tal si el poder de Zeno-sama realmente lo había hecho perder su divinidad? El poder del Dios de Todo estaba fuera del entendimiento de los demás, incluso de los otros dioses, así que todo era posible. De la misma forma que había corrompido su carne, pudo haber hecho lo mismo con su espíritu, destruyendo su ki y condenándolo a una forma mortal, vulnerable, impotente. Algo que Zamas fusionado jamás podría aceptar. Durante todos esos días había logrado mantener la compostura y su orgullo, en especial frente a sus contrapartes, pero había tocado su límite: ya no pudo retener todas esas emociones que había venido reprimiendo. Sus lágrimas seguían cayendo en medio de su desconsolación. Las diminutas gotas brillaban por un segundo antes de disolverse en sus manos o el polvo de la tierra con la luz del sol que ya se había puesto.
Luego de unos minutos, Zamas fusionado enjugó su rostro con las mangas de su camiseta.

Oportunidad contra el DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora