17. El principio del fin

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Luego de un rato de relajación, Zamas fusionado se calzó el tapado, saludó a sus contrapartes y salió volando nuevamente a su nuevo sitio de entrenamiento. Con los ánimos renovados luego de unas horas de descanso, aterrizó en la llanura y empezó su rutina. Hoy recuperaría su poder a como dé lugar. No tenía más qué esperar.
Empezó con ejercicios simples, tratando de hacer fluir su ki por su cuerpo primero. La energía se sentía débil, pero no quedaba otra forma que ir acumulándola de a poco. Empero, a pesar de sus esfuerzos, no logró crear ninguna reacción o descarga de poder considerable; todo lo que lograba sacar era propio de un mortal promedio. Intentó encauzar el ki a través de sus extremidades, pero ninguna lograba proyectar mucho. Probó concentrar y lanzar la energía directamente a través de una técnica, uniendo sus manos y usándola para un Kamehameha... pero el resultado siempre era el mismo. Inútil.
Fue variando las técnicas y los movimientos, como también la velocidad y la concentración de ki en cada descarga. Las horas lo acompañaban. No obstante, no logró avanzar nada. Su ki parecía dormido. Inaccesible.

—Maldición... ¡Maldición! —vociferó al viento, su paciencia al límite.

Se detuvo un momento y recordó lo que Black había mencionado: "tu divinidad sigue ahí dentro". No podía ser de otra forma. Él era un dios; nació como tal y debería morir como tal (si es que eso fuera posible). Su ki, su inmortalidad, su esencia divina; todo debería estar en alguna parte, y no podía ser otra que dentro de él mismo. ¿Qué necesitaba para llegar a ello? Black había mencionado algo sobre abrir su propio pecho y revolver dentro de su cuerpo para encontrar lo que buscaba. Literalmente, no era una idea viable... pero tal vez sí funcionaría en otro nivel.
Forzando nuevamente su perseverancia, Zamas fusionado empezó a concentrar su ki en el centro de su pecho. Quizás ese había sido su error desde el principio: intentar sacar afuera su ki cuando primero debería encontrarlo en su interior, reencontrarse con él. Acercó sus manos a su pecho y empezó a enfocar todo su poder en ese punto, pero sin tratar de expulsarlo. Si era menester usar su cuerpo como envase, lo haría. La energía seguía condensándose. Algo definitivamente había ahí dentro.
Pero, en un segundo, su mente se distrajo. Repentinamente, se le vino a la mente la imagen de lo que pasaría si todo ese poder se activara involuntariamente cuando aún estuviera en él. Su pecho sería abierto de cuajo como un papel; su cuerpo, destrozado. Su capacidad de regeneración, si no reaccionara a tiempo, si es que aún la tenía, no le permitiría sobrevivir. Podría morir en la explosión. Seguramente moriría en la explosión.
Zamas fusionado abrió grandes los ojos y, en un rápido movimiento, expulsó toda la energía que venía concentrando en el pecho, como rechazándola, lanzándola caóticamente por los aires. Las descargas se dispersaron, algunas destruyendo algunos arbustos cercanos, otras disolviéndose a lo lejos. La deidad permaneció respirando con dificultad unos minutos. Por un momento, el pánico lo dominó y no pudo continuar con su plan original. Usar su propio cuerpo para explotar su ki no era una buena idea; en este momento, no podría soportarlo. No se decantaría por esa posibilidad si su vida estaba en juego; las probabilidades no estaban a su favor. Suspirando profundamente, acomodó sus pies sobre el suelo y volvió a intentar con otras técnicas. Tampoco era probable que hubiera una única forma de recuperar su ki. Aunque necesitara probar todas las maneras, posturas y mantras que conociera, no descansaría hasta lograrlo.

La noche ya había caído. Zamas estaba terminando de cocinar la cena y acomodando los utensilios en la mesa cuando oyó a alguien entrar por el ventanal.

—Bienvenido, Zamas —lo saludó con una cordial sonrisa.

Zamas fusionado, en contraste, tenía el semblante tan serio que el Kai se inquietó por un momento.

—¿Estás bien? —preguntó, preocupado.

—No. No estoy bien. Definitivamente algo en mí no está bien —contestó la fusión con obvio fastidio, lanzando su traje y faja sobre el futón—. No puedo controlar mi ki. No reacciona. No sé dónde está. No importa lo que haga, no logro encauzarlo —despotricaba, haciendo ademanes apresurados—. No sé qué me pasa... pero estoy perdiendo la paciencia buscándolo.

Oportunidad contra el DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora