Capítulo 1

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Abrí mis ojos lentamente y me senté en la cama de la habitación vip donde estaba. Observé a mi alrededor en busca de mi madre, pero no la vi. Pasé las manos por mi rostro con algo de sueño y toque mi barriga. ¿Ya me habían operado?

—Hijo, estás despierto.

Levanté mi vista al oír a mi madre y le sonreí. Yo era mudo desde que nací así que usaba lenguaje de señas para comunicarme con todos. Por suerte oía perfectamente y estaba adaptado a vivir así. Incluso podía hablar sin mirar por un segundo mis manos porque conocía perfectamente cada gesto, seña o ademán.

—Hola, madre. ¿Cómo fue mi operación?

—Fue un éxito —afirmó alegre—. Te debes recuperar en unas semanas. Siempre y cuando no hagas disparates.

—No los haré —aseguré y eleve una mano en señal de promesa.

—Más te vale —advirtió con tono regañón.

—¿Podría conocer a quien me opero para agradecerle?

Mi madre se mostró levemente nerviosa ante pregunta, sin embargo me dio su mejor sonrisa y asintió.

—Obviu.

—Es obvio mamá.

Reí interiormente ante su intento de estar al día con la juventud y revoleé mis marrones ojos, herencia de mi padre, los de mi mamá eran azules.

—¿Puedo entrar? —preguntó una voz femenina.

—Sí —respondió mi madre.

Acto seguido entró por la habitación una chica de aproximadamente veintisiete años, con pelo gris y ojos de un verde esmeralda, además, vestía de enfermera.

—Hola, soy Mariana, ¿cómo te sientes?

Di por hecho que la chica no sabía lenguaje de señas así que le hice un gesto con el puño cerrado y el pulgar alzado en muestra de que estaba bien.

—Oh, estás bien. Que bueno —expresó amistosa y revisó el cuentagotas—. Si llegas a sentirte muy mal toca el botón rojo detrás de la cama.

Miré detrás de la cama en que estaba sentado, tras ver el botón observé a mi madre, y le pedí de favor que le diera las gracias.

—Mi hijo le agradece la atención Mariana —dijo mi madre—. Ambos quisiéramos saber dónde está la chica que lo opero.

—Estaba operando a alguien más, acabo recién, en cuanto termine de cambiar su ropa viene —comentó Mariana observando a mi mamá—. Con su permiso me retiraré.

Mariana salió de la habitación y al mismo tiempo entró otra chica. Esta vez había llegado una de pelo largo, color chocolate, y ojos marrones con toques de verde. Lo raro era que ella traía su ropa de doctora de color violeta oscuro. No era alta ni baja y no estaba maquillada, pero su belleza natural me pareció refrescante.

Ella le hizó un gesto con la cabeza como saludo a mi madre y uno a mí. Entonces me sonrió y comenzó a mover sus manos logrando robar mi atención; ella estaba usando lenguaje de señas.

—Buenas tardes, soy la doctora Narciso Flores, pero me puedes decir simplemente doctora.

Asentí asombrado y automáticamente miré a mi madre para preguntar:

—¿Por qué no habla?, ¿es muda?

Narciso y ella se miraron. Mi madre le abrió los ojos sonriéndole; eso era raro. Me olía a gato encerrado.

—Sí hijo, tu doctora es muda —afirmó mi madre mirándome directo a los ojos.

Narciso le hizo un gesto de salir y ambas se fueron de mi habitación.

No lo creía, mi doctora no hablaba tal como yo. Sonreí y pensé que nos entenderíamos muy bien. Cuando la viera le pediría ser mi amiga.


N/a
Aviso desde ya que no tengo nada en contra de Argentina. Solo necesitaba un país para la historia.

Incluso Samuel es de Argentina, y la historia transcurre allá.

Es más, les dedico los capítulos a los de Argentina. Saludos.

Dímelo con señasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora