(CAPÍTULO 3) REVELACIONES MALDITAS

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Martin salió con Rachel de ese lugar oculto del Museo. Tenía la Daga escondida bajo su abrigo. Mientras caminaba hacia la enorme puerta principal, uno de los Guardias de seguridad tomó su radio comunicador y comenzó a hablar, sin apartar su mirada de él. En cuanto bajaron las escaleras para dirigirse a la avenida, muchas patrullas de policía se encontraban rodeando el lugar.

—¿Qué demonios ocurre? —preguntó Martin.

Varios oficiales comenzaron a apuntarlo. Uno de ellos tomó un megáfono y empezó a hablar:

—Martin Williams; quédese donde está. No tiene escapatoria.

—¿Por qué hacen esto? —preguntó Rachel—. Me dijiste que la policía te dejó en libertad.

—Eso hicieron. No comprendo...

De pronto, Marcel llegó en su camioneta y la aparcó detrás de la barrera de patrullas. Se bajó y caminó directo hacia Martin.

—¿Qué está ocurriendo, Marcel? ¿Por qué...?

Marcel le propinó un fuerte golpe en el rostro, provocando su desplome contra el suelo.

—¡Oiga!, ¿qué le sucede? —expresó Rachel.

—¡Eres un hijo de perra, Williams! Todo este tiempo fuiste tú.

—¿De qué hablas? —preguntó Martin.

—¿Qué es esa mierda? —preguntó Marcel, mirando la Daga sobre el suelo.

Él sacó los guantes de su abrigo y la levantó. Lentamente le quitó la tela y comenzó a observarla.

—¿Con esto pretendías continuar haciendo tus cultos satánicos? ¿Algún sacrificio en especial, Martin?

—Marcel; no comprendes. Esa Daga tiene...

—No me importa para qué diablos ibas a utilizar esta maldita cosa —Marcel se agachó, lo tomó de su abrigo y lo levantó bruscamente—. ¿Querías rendirle culto al diablo, Williams? Pues te tengo una buena noticia..., en este momento lo tienes al frente. Voy a hacer de tu vida un infierno. Nadie se burla de mí.

—¡Marcel, escúchame!

—¡LLÉVENSELO! —exclamó Marcel.

—¡No puede llevárselo así, debe escucharnos!

—¿Y quién rayos es ella, Martin? ¿No me digas que no te conformaste con Molly Cooper?

—¿Con quién? —preguntó Martin.

—LA MUJER CON LA QUE ESTABAS EL DÍA QUE ARROJASTE A TU HIJA AL VACÍO.

—YO NO MATÉ A MI HIJA.

—VETE A LA MIERDA, MARTIN. ¡LLÉVENSELOS A AMBOS!

—¿Qué? —preguntó Rachel.

Dos oficiales esposaron a Martin, mientras otro, tomaba a Rachel de su brazo.

—¡Suélteme! Tengo mis derechos —dijo Rachel.

—Marcel desenvainó su arma y apuntó a Martin.

—Tiene derecho a cerrar la boca para que no le ponga una bala en la cabeza a este maldito.

Martin observó a Rachel y negó con su cabeza. Rachel volteó la mirada y decidió callar.

—Eso imaginé. Ambos son tan inteligentes.

—¿Los llevamos a la Delegación, Señor? —preguntó un oficial.

—Sí, a la Delegación. Pero a Martin lo quiero tras las rejas. Llévenlo al calabozo del sótano. Creo que se sentirá bien en la oscuridad.

Martin y Rachel fueron puestos en custodia. Marcel comenzó a contemplar la Daga. El brillo de la Gema del Sol era maravilloso.

—¡Davis!

—¿Sí, Montreal?

—Lleva este cuchillo a Ciencias Forenses —dijo Marcel, cubriendo la Daga nuevamente y entregándosela al Oficial Davis.

Davis se colocó un par de guantes y tomó la Daga.

—Esto no es un cuchillo. Es una Daga, Montreal.

—Me importa una mierda si es un cuchillo o una Daga, solo quiero que la analicen. Es posible que sea la principal arma homicida.

—Desde luego.

—Necesito que mantengas tus ojos sobre esa mujer. Yo tengo algo que resolver con alguien que viene a New York.

—¿De quién se trata?

—Solo haz lo que te digo.

—¡Ok! —dijo Davis, retirándose.

Detrásde la puerta de vidrio del Museo, se hallaba Aurore. Desde ahí, observaba todolo que estaba ocurriendo. Sabía que no podía interferir, porque sería tratadacomo una cómplice de Martin; pero sentía que debía hacer algo para ayudarlo. 

La Sombra de MargaretDonde viven las historias. Descúbrelo ahora