2. El Hotel

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Martin y su hija se encontraban corriendo por la 8ª Avenida al Oeste de Central Park, en dirección al Hotel Campbell. Margaret parecía haber regresado a la normalidad.

Ambos ingresaron al Hotel, muy agitados. El interior de este lugar era hermoso. El suelo estaba cubierto con una alfombra de color vino, que adornaba majestuosamente la estancia. En el fondo, se hallaba la gran estatua del fundador del Hotel: Laurence Campbell; acompañada en sus costados, por amplias escaleras con pasamanos dorados.

Martin sentó a su hija en un bello sofá que formaba parte del recinto.

—Margaret; escúchame bien. Papá tiene que hablar con alguien en la Recepción. Espérame aquí —dijo Martin, agachándose a nivel de su hija y tomándola tenuemente de los hombros.

—Papá, tengo mucho miedo. ¿Qué está sucediendo?

—No lo sé, hija. Ya te lo dije. Sé que todo esto es extraño, pero por los momentos no tengo manera de explicarlo.

—Pero esa cosa en nuestro hogar...

—Margaret; no pienses en eso de nuevo. ¡Prométemelo!

—Está bien, papá. No pensaré más en eso. Por favor date prisa.

Martin abrazó muy fuerte a Margaret, la soltó y se dirigió a la recepción.

—Hola, Rob; buenas noches —dijo Martin a un joven que se encontraba encargado de la Recepción.

—Señor Williams; que gusto verle.

—Gracias, Rob. Necesito una habitación. Es urgente.

—¿Algún motivo en especial, Señor? —preguntó Rob, mostrando un gesto de picardía.

—No, Rob; nada de eso. Vine con mi hija.

—¡Vaya! Disculpe mi impertinencia.

—Descuida. Solo dame una habitación con pase especial. Luego me encargaré de hablar con Adam.

—Usted sabe que eso no es un problema. Permítame revisar el sistema.

—¡Gracias!

—Solo me queda la No. 10-01. Hoy tenemos un evento especial con el Alcalde y las mejores habitaciones están copadas.

—No hay problema. La necesito.

—Muy bien, aquí tiene. Que disfrute de su estadía —dijo Rob, entregándole una llave que portaba el emblema del Hotel en una placa dorada.

—Gracias, Rob; siempre tan atento —dijo Martin, estrechando su mano.

Martin se dirigió nuevamente al lobby.

—Margaret; ya tenemos habitación. Nos hospedaremos solo por esta noche. Necesito pensar qué vamos a hacer.

—De acuerdo, papá.

Margaret y su padre tomaron el elevador en compañía de una señora de avanzada edad, que portaba un traje muy elegante de lentejuelas y tenía una cabellera frondosa de color rojo.

—¡Buenas noches! —dijo Martin.

—Buenas noches, señor —respondió la mujer—. Que hermosa jovencita. ¿Es su hija?

—Sí, es mi hija Margaret.

—Un gusto, Señora.

—Y muy educada por lo que veo —dijo la mujer, sonriendo. De pronto, las luces del elevador comenzaron a encenderse y apagarse de manera extraña, y todo quedó totalmente a oscuras.

La Sombra de MargaretDonde viven las historias. Descúbrelo ahora