🎵 Hoguera existencial- Dani🎵
Ojalá pudiera ponerme en la frente un cartel gigante que dijera: estoy bien, dejadme en paz. Entiendo que mis amigos se preocupen por mí, sobre todo después del accidente, pero creo que ya es suficiente, ¿no? ¡Que dejen de llamarme!
Mierda. Por una vez me gustaría concentrarme en estudiar para mis exámenes sin más distracciones. En esas estoy ahora mismo, con la pierna estirada en otra silla sobre un par de cojines y el escritorio repleto de libros y apuntes. Pero me es imposible hacerlo pues los ojos se me van a la escayola en la que, entre firmas de mis amigos, un dibujo de Raisa y los garabatos de pollas destaca la palabra Amor. Y a mí se me ocurre que quizás debería mandarle un mensaje a Darío. Responderle a alguno de los mensajes que me ha mandado él. Y se me ocurre entrar en su cuenta de Instagram con esa única foto que tiene en el feed. Y se me ocurre mirar todas las instantáneas que tenemos juntos que solamente son dos, pero duelen igual o incluso más.
Y entro en un bucle y así no hay quien estudie.
De pronto escucho dos golpes secos en la puerta. Mi madre no llama a la puerta nunca, ella prefiere entrar sin avisar, así que cuando mi cerebro ata cabos sobre quién podría querer entrar no me da tiempo ni a decirle que no pase. Mi hermano ya está en mi habitación. Juanjo me pasa un palmo de altura y ahora que yo estoy sentado todavía me parece más alto.
Hacía mucho tiempo que mi hermano no venía aquí: ¿puede que la última vez fuese jugando a la play cuando nuestros padres nos regalaron un juego a los dos por Navidad? Ha pasado mucho tiempo. Ahora me siento hasta intimidado.
—¿Cómo estás? —me pregunta con cautela.
De niños, mi abuela decía que éramos como dos gotas de agua: los mismos ojos, la misma sonrisa, hasta cierta edad el mismo corte de pelo. Después llegó la diferencia de altura y después llegaron ochocientas diferencias más.
—Pues aquí, con la pierna jodida —respondo, sin inmutarme.
—Sabes que tienes la silla de ruedas en el salón y que el instituto tiene rampas, ¿no? —pregunta.
—El tema es que tengo que estudiar, ¿sabes? Así que me da aún más palo ir a clase —respondo.
Mi hermano desvía la atención a los garabatos que hay en mi escayola y por alguna razón eso me da un poco de vergüenza. Después se sienta encima de la cama que emite un ruido al ceder ante su peso.
—Oye... quería hablar contigo —murmura Juanjo.
—Pues dispara —respondo, acomodándome un poco más para poder mirarle a la cara.
—Estuve hablando con Jonathan el otro día —empieza y yo maldigo en voz baja porque este es casi el peor inicio de conversación posible—. Bueno. Él me llamó, en realidad. Y me contó lo que te pasó el día del accidente.
—Joder, no puede dejar de meterse en mi vida... —suspiro.
—Es tu amigo, Salva. Es normal que se meta en tu vida —dice él—. Hizo bien en contármelo. Yo no tenía ni idea, te lo juro. Y cuando vea a esos hijos de puta les voy a partir las piernas, que no merecen menos.
—No te metas, ¿vale? —en mi cabeza mi voz suena fuerte e intimidante, en la realidad creo que todo ha cobrado el tono de súplica—. De verdad que no es asunto tuyo.
—Sí que es asunto mío, Salva, me cago en la puta—suspira Juanjo con urgencia—. Y... te prometo que no sabía nada. Si hubiese estado delante no se te habrían acercado, de verdad. No estás tan metido en casa por su culpa, ¿no? Te prometo que no se van a acercar a ti.
—Déjalo, ¿vale? No tiene importancia —suspiro.
—Y ellos no tienen nada que ver con tu accidente, ¿no? —pregunta otra vez.
—Que no. Joder, que ya se habían ido. Yo tuve el accidente después porque soy gilipollas y me pareció buena idea irme a patinar cuando estaba claro que no estaba en condiciones —suspiro.
—Salva, de verdad que lo siento —murmura.
Mi hermano me mira de un modo que hace que sea consciente de la verdad de sus palabras, pero eso no hace otra cosa que enfurecerme. Cierro el puño con fuerza clavándome las uñas en las palmas.
—Sabes que lo que me han hecho tus amigos no es peor que lo que me haces tú en casa, ¿no?
—¡Yo jamás te habría pegado, Salva! ¡Jamás! —exclama, poniéndose de pie.
—¿Y qué? —inquiero yo, con ganas de levantarme también—. ¿No crees que es peor que mi hermano se pase el día insultándome? ¿Crees que no me hace sentir mal?
—Salva, todo esto... tuyo... está siendo un poco difícil para mí.
—¡¿Y para mí no?! —exclamo—. Mira, de verdad, que me la suda. Pero no vengas a criticar a tus amigos cuando tú estás haciendo lo mismo y ni siquiera eres capaz de pedirme perdón.
Juanjo mueve la cabeza.
—¡Pues claro que te quiero pedir perdón! —exclama—. ¡Para eso he venido! Quería pedirte perdón por todo lo que te he hecho pasar en el último año y decirte que ya no seguiré haciéndolo, ¿vale? Voy a dejar de ser un capullo.
—Vale —suspiro.
—Y... —mi hermano ha bajado la cabeza que ahora alza para clavar sus ojos en los míos de nuevo—. He seguido tu consejo y he buscado todo el tema de la bisexualidad en internet.
—Enhorabuena —murmuro —. ¿Has encontrado algo interesante?
—Sí, muchas cosas —dice, sonriendo y al ver que sigo mirándole añade—. ¿Sabías que Freddie Mercury era bisexual?
A mi me entra la risa.
—No lo sabía —digo aun riéndome.
—¿En serio? —inquiere.
—No, Juanjo, joder, claro que lo sabía. Literalmente es el primer hombre que te saldría en cualquier lista de famosos bisexuales.
Pongo los ojos en blanco y mi hermano alza los brazos.
—Esto... también te quería decir otra cosa... —mi hermano se rasca la nuca antes de seguir hablando —. Que esos cabrones ya no son mis amigos y que si quieres meterles un pleito me parecerá bien.
—¿Qué dices ahora, tío? —no doy crédito a lo que estoy oyendo—. No voy a denunciar a nadie.
—Te pegaron porque eres bisexual, Salva. Eso es un delito de odio, que lo he leído yo en internet —dice y yo ya empiezo a arrepentirme de haberle dicho que buscase en internet.
—¡No me pegaron por ser bisexual! ¡Me pegaron porque soy un bocazas! —exclamo.
—Bueno, como veas. ¿Te apetece jugar a la play o algo? —pregunta otra vez.
—Ya te he dicho que tengo que estudiar...
—Sí, es verdad. Pues que vaya bien —dice, acercándose a la puerta—. Y no te enfades con Jonathan.
Niego con la cabeza y cuando mi hermano se marcha de la habitación por fin sigo sintiéndome triste, enfadado y desconcertado, pero quizás con espacio para algo más.
***
Un capítulo más, un capítulo menos.
¿Qué pasará ahora?
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Perdona si te llamo Cayetano | A LA VENTA EN FÍSICO
RomanceDARÍO tiene dieciséis años, estudia en el instituto privado más elitista de Valencia y (casi) todos sus amigos se llaman Cayetano. Una noche, Darío se cuela en una discoteca y tiene un encuentro con Salva... o más bien, un reencuentro. SALVA también...