12. SALVA

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🎵 Hugging You- Tom Rosenthal 🎵

Abrazar a Darío es como sostener un huracán en miniatura.

Un huracán frágil a quien proteger, a quien cubrir sin presionar demasiado; algo que podría acabar por arrasar con todo.

Al abrazarle sin pedir permiso tenía mucho que perder. Pero tenía que hacerlo, porque por la manera en la que me miraba era fácil saber lo solo que se estaba sintiendo. Así que he hecho añicos el espacio y he situado mis brazos en su espalda. Él ha hecho un amago de apartarse, pero ha acabado por abrazarme a mí también. Simplemente los dos nos hemos quedado quietos bajo la noche, las estrellas y el grafiti.

Y sigo abrazándole ahora mismo.

Entonces lo escucho: el sollozo parecido al ruido de algo que se parte por la mitad. Darío ha empezado a llorar con violencia y yo, con el corazón en un puño, le abrazo con más fuerza. El chico ha enterrado su cara en mi hombro y yo coloco una mano firme en su espalda mientras con la restante le acaricio la nuca y el pelo.

—Lo siento —dice Darío, con la voz suave que me habla al oído.

¿Por qué está pidiéndome perdón? ¿Por llorar?

Yo empiezo a llorar también y ni si quiera sé por qué. Bueno, en realidad sí que lo sé. Es porque yo también tengo mucho por lo que disculparme.

En estos momentos soy la misma persona que el Salva de ocho, nueve, diez y once años. Y él es el Darío de esa edad. Y regreso a todas esas veces en las que quise hacer algo más. A la angustia en los días en los que Darío no se presentaba en el colegio o no estaba en el parque a la hora de siempre y no dejaba de preguntarme si estaría bien. Esas veces en las que deseaba preguntarle si ese moratón que tenía en el pómulo se lo había hecho su padre. Esas veces en las que observé a mi madre llamar a la policía cuando escuchaba golpes en la casa de nuestros vecinos. Esas veces en las que habría deseado simplemente haber estado ahí para él, haberle demostrado que podía ayudarle.

—Lo siento —digo yo también, haciendo que mis palabras caigan en forma de beso encima de su hombro —. Lo siento —repito.

Yo tengo muy claro por qué pido perdón.

Y dejo que siga llorando, llenándome entero de mocos, y yo le sigo abrazando y acariciando su nuca y su pelo y deshaciendo el nudo en el estómago que había aparecido en mi interior.

No sé cuánto tiempo paso abrazándole, pero sé que el chico ha conseguido tranquilizarse y poco a poco el puzle que hemos formado vuelve a su posición original.

—Perdón —repite Darío, arrugando la nariz—. Menuda he montado en un momento...

—No tienes nada por lo que disculparte —digo —, yo sí que lo siento, que te he dejado bastante manchado de pintura marrón.

Consigo que sonría. Solamente un poco, pero eso ya me vale. Rebusco entre mis bolsillos y encuentro un pañuelo arrugado, pero sin usar. Raisa siempre me hace tener pañuelos encima por si me entra pis o hay alguna emergencia. Se lo tiendo y él lo coge con ganas. Me doy cuenta de que mi teléfono se ha iluminado con algunos mensajes... imagino que de Raisa. Pero ahora no creo que sea el momento de responder.

—¿Nos sentamos en el césped? —pregunta Darío después de limpiarse la cara y ya un poco más tranquilo.

—Claro —respondo, buscando un sitio en el que no haya ninguna mierda para poder sentar ahí el culo.

Hace ya rato que no aparece ningún coche por la carretera, como si estuviesen queriendo dejarnos intimidad. Al mirar el cielo, hasta las estrellas permanecen algo ocultas tras un enorme nubarrón.

Perdona si te llamo Cayetano | A LA VENTA EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora