🎵 Somebody Else -Flora Clash 🎵
La madrugada pasada, cuando Raisa, Isaac, Jonathan y yo volvíamos juntos a casa, mis amigos celebraron su enfrentamiento con los amigos de Darío como quien celebra que ha ganado la final de la Champions League... perdón si fallo en mi referencia, cumplo el cliché de tío que no es hetero que no tiene ni puta idea de fútbol.
Pero yo no me estaba riendo. No fue una mala noche... pero, yo qué sé. Darío no estaba contento. Se fue al baño a hablar con el auténtico Cayetano y cuando regresó casi una hora más tarde no parecía él mismo. Me dijo que estaba bien y que no estaba enfadado porque hubiésemos venido ni nada... El tema es que yo ya le conozco un poco y sé que algo había pasado.
En perspectiva, me habría gustado ahorrarme esta intromisión en su mundo.
En fin, le veré hoy, porque me ha pedido que quedemos en la biblioteca en la que Raisa pintó su mural de Rebeldes. Está a tomar por culo de mi casa, pero me da igual, si me hubiera mandado la dirección del jodido fin del mundo habría ido de todas formas. Quizás debería hacer que se me notase un poco menos la desesperación y las ganas de verle...
Ahora estoy en la cocina, desayunando con mamá. La mujer parece que ha dormido tan poco como yo esta noche pues las ojeras le ocupan toda la cara. Hoy no trabaja en el Súper, pero ha conseguido otro curro esporádico dando clases particulares a una niña y por eso estará liada también hoy.
—¿Qué tal lo pasaste anoche? —pregunta y su voz cansada y sin entusiasmo me hace pensar que en realidad no quiere saberlo, que solo pregunta porque es su obligación materna y que habría preferido comerse la magdalena que moja en el café en absoluto silencio.
—Bien. Muy bien.
—Me alegro —suspira—. Y te envidio, eh, hijo. Qué recuerdos de cuando era joven y también corría por la calle toda la noche con tu padre. Y aquí nos tienes ahora. A él durmiendo ahora después del turno de noche y yo teniendo que dar clases a una niñata rica de quinto de primaria...
—Tampoco te quejes tanto —le recrimino.
—Si yo no me quejo, trabajo es trabajo, solo te digo que me das envidia —suspira—. Y bueno, tu hermano también, que se pegó también una juerga de campeonato —dice señalando a Juanjo que aparece entonces para sentarse con nosotros en calzoncillos.
—Buenos días —suspira mi hermano.
—Anoche cuando llegaste a casa escuché a tu amigo Luis echar la pota en el portal desde mi habitación. Espero que aparezca pronto con una fregona.
—Estás lista si quieres esperarlo —dice Juanjo.
—Pues como no lo friegue él lo friegas tú, que no pienso acercarme a eso, ya es lo que me faltaba—recrimina mamá poniéndose de pie —. Bueno, yo me voy ya a cambiarme. Salva, cariño, ¿comes en casa tú también? Os he preparado cocido.
—No lo sé, ya te dije que había quedado —respondo.
—Sí, sí, por eso pregunto. Pues tú sabrás, ya me escribes con lo que sea. Pásalo bien —se despide de mí dándome un beso en la frente para hacer lo mismo después con Juanjo—. Y tú no te lo pases tan bien, que ya tienes una edad.
Juanjo pone los ojos en blanco.
—¿Has quedado con tu chico? —pregunta Juanjo cuando nuestra madre ya se ha marchado a vestirse.
—¿Mi chico? —repito, parpadeando rápidamente.
—Tu chico, tu pareja, como quiera que lo llames. Sé que tienes novio. Que escuché a mamá y a papá hablar del tema el otro día, cuando mamá le estaba contando todos los cotilleos y novedades de la semana.
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Perdona si te llamo Cayetano | A LA VENTA EN FÍSICO
RomanceDARÍO tiene dieciséis años, estudia en el instituto privado más elitista de Valencia y (casi) todos sus amigos se llaman Cayetano. Una noche, Darío se cuela en una discoteca y tiene un encuentro con Salva... o más bien, un reencuentro. SALVA también...