34. SALVA

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🎵 Cure for me- Aurora🎵

Nunca he entendido a la gente a la que no le gusta celebrar su cumpleaños. Primero, porque es el único día del año en el que nadie te tacha de egocéntrico por creer que eres el centro del mundo. Segundo, porque todos tus seres queridos dedican el día a decirte lo mucho que te quieren y a hacerte feliz en general. Tercero, ¡los regalos! ¡la tarta!

En fin, que a no ser que tengas una situación personal complicada o lo que sea, que yo lo siento mucho, los cumpleaños son como la Navidad pero mejor. Quien no lo quiere ver, que no lo vea.

Este cumpleaños (diecisiete, madre mía) no me siento especialmente feliz ni realizado con mi vida pero por lo menos me he despertado de buen humor, que ya es para celebrar.

En mi casa, la rutina de cumpleaños es que los cuatro desayunemos juntos: mamá, papá, Juanjo y yo. El desayuno de hoy era un bizcocho casero, lo he olido antes incluso de verlo, cuando mi hermano ha venido a despertarme.

—¡Feliz cumpleaños!, haz el favor de ponerte una camiseta —me ha dicho —. He cogido la silla de ruedecitas del escritorio de mi habitación, por si te quieres subir aquí.

—No es mala —he dicho, haciéndome el ánimo de salir de la cama.

—Y oye ya podrías cambiarte la cadena esa del cuello, que da asco —ha comentado después.

A mi me ha entrado la risa. He pensado en Darío, por supuesto, joder, ya pensando en él desde primera hora... Me he acordado de lo de mi pezón y se me ha ocurrido que algún día (dentro de dos años, por lo menos, cuando supere la vergüenza) le podría contar esa historia a mi hermano. Seguro que se ríe muchísimo de mi desgracia.

El caso es que Juanjo no sabía de qué me reía así que ha puesto cara de "eres gilipollas" y me ha arrastrado hasta el salón donde estaban papá y mamá. Los dos me han dado un abrazo y papá se ha apresurado a poner unas velas en el bizcocho (que tenemos que darnos prisa, que se tiene que ir a trabajar, no hace falta que lo diga) mientras mamá hacía una foto del momento.

—Hijo mío, de deseo puedes pedir no tener ningún accidente más que no te imaginas el coñazo que es llevarte a todas partes con la escayola esa —ha suspirado mamá.

—Bueno, pero ya se la quitan pronto, ¿no? —pregunta papá.

—Como si le hubieses llevado al médico tú alguna vez... —reprocha mamá. Papá se limita a poner los ojos en blanco.

—Venga, hijo, abre tu regalo ya, que tengo que entrar a currar —dice papá, cargándose un poco la magia del momento y tendiéndome una caja envuelta con papel de regalo con motivos florales que tenemos en casa desde antes de que yo naciera.

Abro el paquete para encontrarme con una cámara analógica, de esas viejísimas y caras, que llevaba un tiempo haciéndome ojitos.

—¡Joder! ¡Es la hostia! —exclamo—. Mamá, anda, hay que repetir la foto.

—Siempre te han gustado las antiguallas esas —ha dicho mi padre sonriendo—. De pequeño decías que ojalá las fotos fueran en blanco y negro.

—Claro, menos mal que ahora tenemos los filtros de instagram —respondo—. Venga, vamos a hacernos un selfi.

Así que repito la foto (aunque con la mala luz probablemente no haya salido nada) y me muerdo el labio de la pura rabia al ser consciente de que tendré que esperar hasta tener pasta suficiente y rellenar el carrete para poder ir a revelarlo.

—Yo también te he comprado algo —murmura mi hermano entonces, sacando una segunda caja envuelta con el mismo papel de flores.

Eso sí que me sorprende. Mi hermano nunca ha sido el típico que te hace regalos de cumpleaños o de Navidad (más aún en mi caso, que cumplo años en diciembre), y, ¿para qué engañarnos? Yo tampoco soy el típico que le hace regalos. Abro la caja con desespero y me encuentro con una pequeña navaja suiza con muchas funciones que incluyen desde un espejo diminuto hasta un sacacorchos.

Perdona si te llamo Cayetano | A LA VENTA EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora