36. RAISA

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🎵 People Watching- Conan Gray🎵

Estoy de cuclillas frente al muro vacío justo para mí. No he necesitado hacer un boceto antes en la pared, tampoco he tenido que pensármelo mucho. La imagen y lo que quiero transmitir está tan claro en mi mente que el bote de espray que llevo en mis manos se ha convertido en una extensión de mi cuerpo.

Una de las cosas que más me gusta de pintar murales es que si me equivoco en algo puedo simplemente tachar, pintar por encima y seguir creando. Me recoloco un poco mejor la máscara que llevo y protege mi nariz y boca, así como mis ojos, de la pintura que puede ser nociva. Empiezo a moverme. Me pongo de pie cuando tengo que llegar a lo más alto al crear una figura de una persona larguirucha que observa el mundo a través de la ventana. No necesito muchos detalles, solo me hacen falta la persona y la ventana para que toda la escena se empape de nostalgia. ¿Qué está viendo? Lo que el espectador vea.

Vuelvo a agacharme para dejar el bote de pintura gris y rescatar el rojo intenso como el carmín que lo manchará todo. Creo con el rojo un corazón anatómico que ya pinté anteriormente en el papel. Hago detalles en blanco y morado para resaltar las venas y las arterias que bombean llevando la sangre a todo el cuerpo. Me agacho otra vez y recojo el verde como la hiedra con el que empiezo a destrozar el corazón llenándolo de enredaderas. Me echo un poco hacia atrás para poder observar el dibujo en la lejanía y pienso: "Mierda". Quizás la perspectiva no haya sido del todo acertada. Quizás este corazón no causa el efecto que yo esperaba. Pero respiro hondo porque lo bueno de pintar un mural es que siempre puedo arreglarlo.

Me muerdo el labio, me recoloco los guantes y vuelvo al ataque.

El tiempo desaparece a mi alrededor. Los minutos se deslizan entre mis dedos, pero al mismo tiempo pasan despacio porque yo tengo el control absoluto sobre ellos. Yo soy la dueña.

Estoy creando algo que no existía hasta ahora y no hay nada más mágico que eso.

En cuanto me aparto del dibujo una vez más me doy cuenta de que ya está acabado. Si volviese a añadir algún detalle, un reflejo en el rojo, una enredadera más... lo que fuese, solamente lo estropearía. He acabado. Le hago una fotografía a mi mural para poder enviársela a las personas que me han contratado. Se la envío también a mis padres, que siempre se mueren de ganas por ver mis obras y, por supuesto, a mis amigos en el grupo de WhatsApp. Alguna de estas instantáneas, espero, me servirá para la publicación de Instagram.

Me alegro de no haber tenido mucho público, siendo tan temprano en este domingo por la mañana. No me molesta que haya gente observándome pintar, solo cuando me preguntan o quieren algo. Para mí pintar es casi como vivir una experiencia fuera de mi propio cuerpo y no regreso hasta haber acabado.

En esta ocasión, he hecho mi mural en una de las paredes de un museo del museo de Ciencias Naturales de Viveros. No tengo costumbre de venir aquí a pasear, a hacer deporte o a lo que sea que haga la gente... pero reconozco que es un sitio precioso. Cierro los ojos y puedo escuchar la vida moviéndose a mi alrededor. Los pies golpeando el suelo y levantando tierra, las risas, los sonidos de los pájaros... No se me habría ocurrido un sitio mejor para este mural.

Deben ser las diez de la mañana cuando los veo: Salva y Darío, acercándose a mí sonriendo. Salva sigue con las muletas y juraría que Darío le regaña por ir demasiado rápido.

—Es que quiero ver el mural —responde Salva.

He quedado con ellos para aprovechar la mañana en Viveros, ya que iba a venir aquí de todas formas. Isaac y Jonathan tienen que estar al caer, también, pero no me extraña que tarden un poco más porque para ellos esto es madrugar muchísimo. Incluso es posible que Pelayo venga.

Perdona si te llamo Cayetano | A LA VENTA EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora