Capítulo XXVII: Gricia

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Los susurros de Cassian fueron como un potente hechizo que me llevó a otro momento, a otro lugar... A sentir que estaba viviendo todo de nuevo, que estaba en casa.

La pequeña aldea de Shur, entre Ethea y Etricane, mi hogar... o al menos un día lo fue.

Mi familia siempre fue distinta a las demás. Se regía por códigos y doctrinas arcaicas que debíamos seguir con obediencia y, de entre todas, a mí me tocó la peor, aunque aún no lo sabía.

Mi destino fue ser de la séptima, la doctrina del renacimiento. Un ritual antiguo que se realizaba cada siete años en nuestro clan.

⏤Vamos Ivi, si llegas tarde seguro que no te eligen ⏤bromeaba mamá con una amplia sonrisa mientras tiraba de mi mano para que fuera más rápido.

⏤Yo la llevo cariño ⏤proclamó papá a la vez que me alzaba por las axilas para sentarme sobre sus amplios y rudos hombros⏤. Además, sabes que depende de sus dones, no de su puntualidad.

Mis padres estaban nerviosos, a mi madre se le notaba en como no paraba de pasar su pulgar entre los dedos y a mi padre en como, cada cinco segundos, se peinaba el bigote con el índice y pulgar. Aún así me sonreían intentando relajarme.

Era la noche del renacer. Como hacían conmigo, las familias aptas llevaban a sus hijos a la gran fogata en la que, con la ayuda de la renacida más antigua, dos seríamos guiados en el proceso de ascensión.

De entre todos los niños y niñas de entre ocho y catorce años, dos eran seleccionados para adquirir casi todo el poder de los no elegidos.

A mí me parecía una tortura, el miedo a perder casi toda la magia que aún no había podido investigar me corroía por dentro. Pero mi madre me explicó que era la única manera de que el clan poseyera seres capaces de llegar alto en la sociedad.

Ese año fue especial. Las familias habían tenido bastantes hijos, teniendo una amplia cosecha. Solo de ver a todos en la plaza esperando su momento se me erizaban los pelos de la nuca.

Cuando mi nombre lo pronunció una mujer de unos setenta y muchos años, con el pelo pelirrojo y dos marcados mechones blancos, mi corazón se detuvo no sabiendo si sentir alivio o angustia.

Greine, la bruja que lideraba al Clan de los Renacidos, acababa de mencionar mi nombre.

Papá me había dicho que esa mujer veía cosas majestuosas y que si me había elegido era porque algo grandioso me ocurriría.

⏤¿Ivette? ⏤preguntó mi madre meneando mi hombro.

Mi cuerpo estaba paralizado, no pudiendo moverse ni llegar a asimilar lo que sucedía. Solo sentía un fuerte dolor en el pecho y un mal presentimiento.

Sonreí finalmente y, entre el agobio por las miradas, escuché como de fondo sonaba otro nombre: "Cassian".

Entré al palacio de ceremonias junto con ese chico, de unos trece años, y Greine. Yo tenía ocho en ese momento, apenas pude mirarle. La vergüenza y timidez me controlaban en aquel entonces.

Me dejaron en una habitación, con una amplia cama y un gran vestidor, un tocador en un lateral y toda la pared frontal llena de espejos. A los minutos llegaron mis padres, acompañados de varias doncellas y sirvientes que portaban vestidos y telas.

Las horas pasaban y se ultimaban los preparativos. Con la caída del sol, la música, cánticos y el olor a comida recién hecha, inundaba Shur.

Nos acabamos de arreglar y salimos al exterior, dónde esperaban la llegada de los futuros renacidos.

En medio de la plaza principal del clan, se encontraba la gran fogata de fuego rosado. A su alrededor, cuatro altos troncos clavados en el suelo, unidos por una cuerda de las que colgaban farolillos que desprendían una cálida y azulada luz.

Augurio ✔️ (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora