✨ 8. Dulce condena

803 92 45
                                    

El ruido de la música se escuchó en cuanto se abrieron las puertas del ascensor. Era algo común que se armaran fiestas en el edificio los fines de semana, lo que no me esperaba es que fuera en mi departamento.

Abrí la puerta y entré con precaución, procurando mantener mi mente abierta a lo que pudiese encontrar dentro.

Descontrol. No podía calificarlo de otra manera.

Nuestro pequeño departamento estaba lleno a reventar; no entraba un alma más dentro de los 50 metros cuadrados donde vivíamos y por más que recorría el lugar no lograba ubicar a los dos inquilinos responsables de todo esto.

Avancé por la sala, esquivando cuerpos que bailaban y otros que se hacían los amistosos para unirme a ellos. Los ignoré a todos. Mi mente aún estaba en el casino con los ojos desorbitados del Sr. Parker observándome.

Encontré a Abby sentada en el respaldo del sofá, besándose con una chica de cabello oscuro. Ambas parecían estar en su propia burbuja, ajenas a las personas que las observaban y los celulares que grababan.

Seguí avanzando hasta que mis ojos se toparon con los de Geb. Estaba apoyado en la pared junto al pasillo que daba hacia las habitaciones con un vaso en la mano y tres chicas a su alrededor que le coqueteaban descaradamente mientras él sonreía y se dejaba mimar.

No sé si fue esta extraña conexión que tenía con mis sentimientos, peros sus ojos se alzaron buscándome. Su sonrisa se borró al verme y supe, de algún modo, que él sabía lo que me estaba pasando.

Pasé de largo por el pasillo hasta llegar a mi habitación. Antes de cerrar, Geb sostuvo la puerta y se metió dentro.

Llevaba una camiseta de mangas largas, en cuanto cerró, se arremangó hasta los codos, dejando sus brazaletes al descubierto. Ambos estaban apagados.

—¿Estás bien? —preguntó con cautela.

—¿Qué pasó aquí? ¿De dónde salió toda esta gente?

—Mmm... —Geb pareció dudar—. Abby y yo estábamos hablando, le dije que no podía emborracharme de ninguna manera y quiso ponerlo a prueba. Empezamos a beber, luego llamó a unos amigos y esos amigos llamaron a otros y...

—Ya, está bien. Me quedó claro —espeté, irritada.

Me quité la chaqueta lanzándola a la cama con un poco más de fuerza de lo necesario. Me senté en el colchón y me llevé una mano a la cabeza. Estaba agotada, frustrada y adolorida.

—Puedo sentir que estás molesta —dijo Geb.

—¡Felicidades, Sherlock! —espeté con ironía.

—¿Hay algo que pueda hacer para que dejes de estarlo? —preguntó. Alcé la mirada. Geb seguía de pie junto a mi puerta. Parecía nervioso.

—¿Por qué pareces inquieto por algo? —observé con los ojos entornados.

—Porque estás molesta conmigo, pero no sé por qué —respondió. Dio un par de pasos acercándose a la cama—. ¿Es por lo de esta tarde? ¿Porque no cumplí tus deseos como querías?

—No.

—¿Entonces qué...?

—Vincent Parker fue tu anterior amo, ¿no es así?

Geb abrió mucho los ojos con sorpresa. Pestañeó un par de veces antes de hablar.

—¿C-Cómo...? ¿Cómo...? —Los músculos de su mandíbula se tensaban. Cuando decía que no podía hablar de eso, no era que no quisiera, es que físicamente no podía.

—Lo vi. Al Sr. Parker en el casino —continué. Quizás él no podría hablarlo, pero yo ya sabía la verdad, me bastaba comprobar sus gestos para confirmarlo—. Él te recuerda, Geb. Recuerda todo lo relativo a la magia

[#1] La promesa de un deseo©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora