Aprendiz

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La llegada de la adolescencia en Teagan había representado varias cosas: el cambio en su percepción de ella misma y lo que la rodeaba, una forma diferente de pensar y comportarse, pero lo más difícil de todo era entender que físicamente ya no se v...

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La llegada de la adolescencia en Teagan había representado varias cosas: el cambio en su percepción de ella misma y lo que la rodeaba, una forma diferente de pensar y comportarse, pero lo más difícil de todo era entender que físicamente ya no se veía como una niña y los escuderos del castillo se daban cuenta de eso.

—Que tenga un excelente día, señorita Ambrosius—. Un joven alto y de cabellos castaños llamó su atención, vestía como si fuera una de los típicos tipos que Sir Lancelot entrenaba.

Le respondió con una sonrisa, las mejillas rojas y apretó el libro que cargaba en brazos contra su pecho; ya no era algo nuevo que todos los del sexo opuesto buscaran llamar su atención, pero eso seguía avergonzándola y provocando que su corazón se acelerara.
Aún con todos los jóvenes del reino detrás de ella seguía pensando lo mismo, tenía mejores aspiraciones como para bajar sus expectativas a un pretendiente, un matrimonio e hijos.
Pero solo tenía 15, estaba sumergida en su propio mundo así que aún no tendría que preocuparse por la realidad.

—Buen día señorita Teagan—. Otro escudero la saludó, ella elevó un brazo correspondiendo al saludo cuando una voz la hizo dar un pequeño brinco.

—¡Largo de aquí! ¡Tienes trabajo y mirar a mi hija de esa forma no es una de ellos!—.

La pelinegra rodó los ojos viendo como su padre espantaba al pobre chico, él salió corriendo y el mago suspiró antes de mirarla.
Por un momento quería ver a Teagan con un adorable vestido con flores bordadas, con sus dos trenzas oscuras  y una sonrisa de oreja a oreja. En su lugar había una chica con el cabello suelto acariciando su espalda, una blusa campesina blanca y una falda roja que cubría una botas negras con  pequeño tacón, no había sonrisa ni muestra de felicidad, solo las cejas fruncidas como si no estuviera de acuerdo por como acababa de tratar al escudero.

—¿Qué estás haciendo por aquí?—.

—¿Acaso los pasillos tambien están prohibidos para mí, padre?—.

—Deberías de estar con...—.

—La señorita Rottenmeier, teniendo clases como todos los días para algún día ser “una dama respetable y de sociedad"—. Ella intentó imitar el ridículo acento de esa mujer, aunque sonó más como una burla.

—Entonces deja de perder tú tiempo y ve con ella—.

Teagan asintió y cuando él le dió la espalda le sacó la lengua. Notó como su padre desaparecia en la dirección contraria a la que ella caminaba y se preguntó cuándo fue la última vez que la había hablado para algo que no sea reñirla.
Hace mucho.
La verdad es que desde el pequeño "desliz" (o así la llamaba al día en que se alteró tanto que le tiró una mesa de casi 40 kilos encima a su padre) las cosas entre ellos eran muy diferentes.

—Una mujer debe de complacer a su esposo y... oh ya lo olvide—. Teagan se repitió a si misma lo que su institutriz le decía, pues estaba segura de que si no lo respondía de la manera correcta sería castigada. —Meh, da igual, de todos modos esas tonterías no me servirán para nada en la vida—.

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