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Confirmó la existencia y paradero de una llave que alguna vez decoró aquel enigmático Relieve de Burney. Después de ello, Lara se marchó a primera hora al Vaticano. Su infiltración constó de tres personificaciones: La primera la de ella misma haciendo turismo; La segunda rondando como monja; Y la última de monje para deslizarse entre los andares con mayor facilidad que la segunda encarnación. 

Estudió los planos del Vaticano antes de arribar pero el recorrido tenía fines de comprobar la fidelidad de los mismos. El arte de la humanidad consagrado en un único espacio fue se tradujo en el mayor deleite visual de multiculturalidad que nunca antes vio. Desde entonces quiso hacer de su galería de reliquias algo similar. 

 Las bibliotecas a las que el público tenía acceso eran inmensas, al igual que a las restringidas. Después de una caminata parroquial nocturna donde aprovechaba para trazar sus movimientos, al interior de una de las más pequeñas e insignificantes cocinas donde la guardia no rondaba en cercanía aquella noche, unas personas consiguieron burlar la seguridad. Probablemente de la misma forma que Lara.

—Todos en fila, rápido —ordenó uno de ellos, amenazando con armas a los ocho monjes que se encontraban cenando, uno de ellos Lara. Por el acento identificó que se trataba de estado unidences.

Los monjes acudieron la orden dejando el pan sobre la mesa. Aquel cuarteto de hombres se habían presentando en nombre de pasar a la historia por devolver a la iglesia todo aquello que le hizo a las masas en la Santa Inquisición y coartar el rumbo del desarrollo humano. Lara comprendía el punto de partida de aquel deseo de venganza de los hombres que por su edad lucían jóvenes, aún más que ella. Y si bien tampoco era seguidora de religión alguna y conocía las desgracias que hasta la fecha se cometían y cubrían en nombre de la iglesia, no podía permitir que corriera sangre que al menos hasta ese momento identificaba como inocente. Todos se formaron en fila y prosiguieron a arrodillarse de espaldas como lo habían exigido, <<Hijos tengan piedad>>, suplicó uno de los monjes antes de que le obligaran a callarse. Lara no pudo ver quien habló, el enorme gorro de la toga de monje le cubría la mitad de la cara y la periferia.

Fijó la mirada en las manos temblorosas del joven que le apuntaba con un arma, la cual sostenía de la misma forma que ella la primera vez que mató a alguien. Entre las jactaciones y trivialidades con las que se autonombraban héroes, este joven bajó la guardia para admirar el terror que sus compañeros provocaban en los monjes con quienes se tomaban fotos, los ancianos solo tenían la mirada en el cielo. Aprovechó su descuido, tumbó al susodicho de una acrobacia, el macaco lo mandó al suelo con desconcierto. Lara tomó en manos la pistola de este y se cubrió con el cuerpo del joven, adoptando así una pose letal. Ordenó a los jóvenes bajar las armas y en eso un monje fue por la seguridad.

Cuando la guardia estaba cerca se las ingenió escabulléndose entre callejones para evitar ser descubierta. Lo logró con éxito, el tiempo la convirtió en un santo que se esfumó después de proteger a los monjes. Su desplazamiento sobre los techos le ayudó a infiltrarse hasta una de las bibliotecas más resguardadas donde se custodiaban los libros bíblicos primigenios, la situación de los jóvenes que querían pasar a la historia había llamado a la guardia por lo que las bibliotecas quedaron libres mientras se resolvía dicha situación.
Los monjes no tenían acceso a los libros primigenios pero incluso las paredes hablaban de su contenido, los rumores facilitaron la tarea de búsqueda a Lara, y que aunque le resultara interesante conocer el contenido de todos esos libros, debía trabajar de forma inteligente y eso era entender que solo tenía poco tiempo para centrarse en Lilith.
Tomó fotografías a todas las referencias que pudo encontrar sobre ella y se encaminó a la sala de reliquias en dónde desde lejos atisbó la figura exacta faltante del Reliever Burney, era una cuerda moldeada en oro que distinguió por su refulgir y peculiar figura. La inmensa popularidad del personaje hizo a Lara esperar más protección de resguardo para la reliquia similar a la que otras contaban entre el chusmerío. No podía creer lo fácil que había sido.
Se movió con suma facilidad entre el sigilo y la oscuridad como Ninja, espiando que nadie estuviera cerca, así como analizando los puntos de vigilancia y alertas.
El pilar donde se encontraba la reliquia, y muchas otras más, poseía un sensor que al perder peso activaba las alarmas. Por ello Lara se las ingenió colocando un libro de ángeles al retirar el tallado de la cuerda de oro. Y cuando finalmente lo tuvo en manos, habiendo dejado atrás las edificaciones del Vaticano, se echó a correr. El flujo sanguíneo estaba a tope, la adrenalina se había regado por todo su cuerpo provocando vibraciones al reverso de su cuello. La garganta le ardía por la frescura de la noche que apuñalaba la fragilidad de las cuerdas vocales.
De aquel robo poco se pronunció, un robo insignificante expuesto para las masas que desconocían de que se trataba.



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