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Desde el principio fui un libro abierto al que leyó sin obstáculos, el único inconveniente que pudo existir fue el tiempo, pero ni eso me impidió verterme en su saber. Y poco a poco ella abrió la puerta para que pudiera conocerla. 

A los dieciocho, convencida por las insistencias de su entonces madrastra, asistió a una expedición en compañía de un renombrado explorador Werner Von Croy. Quién atendiendo a las palabras de la entonces viuda, su padre deseó de convirtiera en el mentor de su hija. Su iniciación fue en la investigación del Iris, pero en el inter todo se derrumbó y se vio obligada a abandonarlo para no morir aplastada.

Me contó que noche tras noche aquel hombre se aparecía en sus sueños y le reprochaba su abandono. Supuse que ese acontecimiento provocó el vacío que se atisbaba en su persona, concluí que evidente que se trataba de remordimiento. Me habló de su vida universitaria, de las amistades y amoríos que hizo durante esta.

—Steph fue la primera mujer que besé —me confesó añorando su recuerdo.— Nunca me atreví a aceptar lo que sentí por ella, me lo negué tanto tiempo que cuando pude ver la realidad y pensar en todo lo que pudo ser, ya era tarde. Se había ido para siempre y por mi culpa. —Apenas y respingó, no lloró, ni le tembló la voz. Se mantuvo firme y lo dijo con certeza para sí misma. Pero advertí dolor en sus palabras.

—No fue tu culpa. Todos en la embarcación se dirigían a ese lugar. Tú diste con su ubicación y cumpliste con el propósito para el que asististe. Lo demás ya no estuvo en tus manos.

Ella me miró, sus ojos estaban fijados en mi rostro, verla aguantarse el sentimiento era insólito, nunca me acostumbré a verla así por la poca frecuencia con que pasaba. Solo la vi de ese modo en dos ocasiones y esta fue una de ellas.

—¿Estas bien? —pregunté con mesura. Ella miró arriba queriendo evadir las lágrimas, ¿Cómo podría creerse culpable de haber matado a personas que amaba? Y peor aún ¿Cómo podía creerse insensible?

—No quiero llorar —expresó, esa fue la única vez que la escuché decirlo. Desviaba la mirada para no verme a los ojos y aunque pensé que en cualquier momento se quebraría, no lo hizo. Su voz ni titubeó. —Es que lo que dijiste fue reconfortante, nadie me había hecho verlo de ese modo.

Le hable sobre las ventajas que consultar un psicólogo y prosiguió a contarme que estuvo en terapia un largo tiempo hasta que descubrió que este trabajaba de la mano con aquella organización de la Trinidad de la que también habló. 

Prosiguió a contarme detalladamente lo que ocurrió en Yamatai y la historia de Himiko. Luego la fuente divina y del profeta. Luego de Perú y de Ixchel. Sin embargo en ningún momento pude olvidar un detalle del cual me percaté y ese era que ella confiaba solo en mí y me resultó triste. Bien justificadas tenía sus razones.

—¿Alguna vez te gustó alguien del mismo sexo? —Preguntó apaciguando el enorme torbellino de datos veloces que me contaba constantemente respecto a aquellos años. La miré un poco desconcertado después de escucharla hablando de su remordimiento a las muertes que tenía en las manos. Por eso cambió drásticamente el tema, yo no tenía expertiz en la acción. Ella era tan dulce pero letal al mismo tiempo.

—Sí —respondí recordando mi adolescencia. —En la preparatoria un chico del salón me llamó la atención pero nada se concretó. Siempre tuve como prioridad mis gustos por la historia. Lara movía un pie de un lado al otro con un buen danzón mientras me escuchaba hablar recostada en la hamaca.

—¿Entonces nunca te has enamorado? —me preguntó curiosa entrecerrando los ojos mientras se mecía. <<De ti>> pensé.








La falta de miedo de Lara me resultaba inquietante, había tocado muchos de los intereses de los altos mandos. Una cancelación de una celebridad no se asemejaba en ningún grado a lo que se sentía ponerse en sus zapatos durante aquel momento. 

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