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El día que partió dormí en la nostalgia unas horas. Luego recogí nuestras pertenencias, me despedí de la casa y de los meses más hermosos de mi vida. Lara creó mi existencia tan solo con mirarme, que cuando se fue me convertí en nada. 

Entre la oscuridad de la madrugada y su imperiosa frialdad mi única certeza es que debía irme sin dirección. Tenía una promesa, y cumplirla me hizo identificar la pureza de mis sentimientos. Escaseando su compañía distinguí el terror de la inmensa naturaleza. Antes no temía perderme, porqué sabía que ella nos sacaría, pero ahora no podía dar pasos en falsos para salir de la sierra.

Mientras ella trabajó por seguridad y libertad, básicamente lo que todo el mundo, yo cumplí nuestro acuerdo. 

Saber que mi seguridad le ocupó consideración formulada en promesa a Lara, construyó una ilusión que incendió mi interior, retacándolo por su calidez en su ausencia. Me pregunté por días y noches si estaría a salvo, aunque era absurdo cuestionarlo tratándose de ella. Me preocupó pensar que había sido una trampa para llevársela, pero ella sabía lo que hacía y confié en su decisión. Solo a ella le confiaría mi vida.

Yo prometí estar dispuesto a asumir el riesgo por amarle, aunque noté la magnitud del peligro cuando ya no estaba conmigo, supe que era afortunado de tener esta vida donde yo no había elegido enamorarme.

Mi desplazamiento comenzó en Honduras, visité las ruinas de Copán por dos meses. Luego visité los grabados en la Plazoleta de la Isla El Muerto en Nicaragua unas semanas. Me las ingenié para pasar otras en Costa Rica, donde admiré la belleza de la tranquilidad caminando en las llanuras de Guanacaste, deseando por su compañía en la hermosura de la inmensa naturaleza. Plasmé mi travesía del sur en cuadernos de bitácora que ella me dejó. Nunca imaginé que el destino me sacaría de mi zona de confort para viajar, mi formación no lo requería, pero la vida te lleva por caminos extraordinarios.

Procuré limitar los destinos de visita, para visitarlos en compañía de Lara. Negándome a viajar a México quería conocer. Luego viaje a Panamá. Colombia. Ecuador. Perú. Bolivia. Chile. Argentina y finalmente concluí en Uruguay donde conocí a Lucas. 

Él me ayudó a llegar a los Cerritos de Indios, no había mucho que ver al exterior más que el resultado de la transformación de la tierra en manos de la humanidad hace más de cinco mil años tornados en pequeños cerros. 

Lucas era alto y delgado, su semblante causaba misterio, su piel era extremadamente pálida y sus labios rosados se decoraban de un bigote fino. Siempre fumaba dos cigarros por día y me habla de su pasado. Cuando Lucas tenía veinticuatro años conoció a un tipo por internet del que se enamoró, a él le gustaban hombres femeninos y el tipo de veintiún años no solo cumplió ese requisito, sino que resultó ser bastante culto, lo que cautivó a Lucas.

—¿Qué te hace pensar que estaba interesado en ti? —Me aventuré, Lucas insistía en el hecho de que iba a buscarlo y encontrarlo. Caminábamos sobre la ruta permitida entre los Cerritos que mostraban letreros de teorías sobre cómo era la vida hace cinco mil años atrás en ese sitio.

—Hablamos horas, se quedó conmigo pese a que yo solo escribía ya que mi micrófono no funcionaba. Se quedó y me habló de tantas cosas con una energía tan viva que jamás había visto. —Lucas estimó la propia suposición.

—¿Cómo que cosas hablaban? —le pregunté, él resopló entre su meditación de recuerdos.

—De que yo era como él, luego crecí y mis intereses cambiaron. Mis gustos se convirtieron en lo que fui, y buscando sexo por internet lo encontré. Él no quería sexo, pero usamos el mismo interés para el chat. Le conté de lo fui y lo que soy. Me hizo saber que eso lo llenaba de nostalgia al imaginar cómo es que las cosas cambian —retiró la ceniza de su cigarro en una caja de aluminio que llevaba siempre— no fue como otra gente que solo da por sentado que la vida es así y que las cosas cambian. No era algo que lo pusiera triste, su nostalgia se asemejó más a añorar algo que una vez fue pero que ya no lo es, pero no era melancolía simplemente era como si amara sentir cosas.

Habían pasado cuatro años desde que Lucas se topó una sola vez con él por internet y lo seguía recordando a cada minuto, con la incógnita perpetua de saber si lo volvería a encontrar y el deseo de que este lo pensara de la misma forma. 

Yo estaba a poco tiempo de ver a Lara y no soportaba lo desgarrador que era estar no escucharla hablar de sus teorías y pensamientos. No era capaz de imaginar el martirio de Lucas sin la tranquilidad de saber si esa persona le estaba esperando con el mismo deseo de reencuentro. Eso me hizo ver cuanto la extrañaba. La distancia me dolía porqué la amaba, porque estaba idealizando la vida que tendríamos cuando terminara aquel trabajo para el que había sido contratada. Y el tipo del que Lucas me habló tenía razón. Recordar la esencia más pura de Lara en el Salvador fue desgarrador.




Winston me hizo pasar a la suntuosa sala mientras iba por Lara que firmaba contratos para la publicación de libros. Estábamos demasiado cerca y tan lejos, los segundos se convirtieron en minutos y los minutos en horas que se traducían en agobio. Escuché a alguien bajando las escaleras frente a mí, era una joven entre nuestra edad. Su cabello era rubio y corto, su rostro era filoso y delicado al mismo tiempo. Mi asedio con el tiempo y su espera me hicieron levantarme del sofá en un brinco. Al darme cuenta de que no se trataba de Lara, oculté mi vergüenza en una reverencia con la cabeza y saludé con respeto.

—Buenas tardes —sonreí bajando mi habitual timidez, usualmente permanecería.

—Buenas tardes —dijo, su voz se asimiló más a una queja que a un saludo por lo seco. No cambió su expresión, solo me miró de pies a cabeza, atisbé un rechazo y deseé haberme callado— ¿Tú eres Aleister?

—Sí, Aleister Fletcher. Historiador —comenté extendiendo el brazo para saludarla, corroborar mi identidad logró intrigarla. Ella recibió el saludo.— No he tenido el placer de conocerle.

—Soy Amanda, iba con Lara en la universidad. —Su intervención desganada para fomentar el dialogo resultaba incomoda, pero luché por reducir el sentimiento. 

—Es un placer conocerla Amanda.

—¿Por qué me hablas como si fuera una señora? —preguntó clavando los ojos en mi traje, la reacción de Amanda se manifestó frunciendo el ceño por disgusto. No supe responder, me ofendí, pero saber que la vería dentro de unos minutos me obligó a ignorar las molestias.  

—Discúlpame, Amanda.

La satisfacción se hilvanó de incertidumbre y deseo esfumados al instante en que mis ojos la vieron bajando de las escaleras. Me sonreía emocionada. Se acercó caminando entre su belleza armónica y su sencillez, su caminata era predecible y al mismo tiempo contrastaba con la espontaneidad de lo profunda que se veía a simple vista. 

—Te extrañé —externó, noté el puchero de Amanda. 

—Te extrañé —Respondí recibiendo un efusivo abrazo por parte de Lara. Cuando me soltó identifiqué en sus ojos un brillo natural que salía de ese nuevo caparazón que había forjado. Estaba contenta y percibí su tranquilidad. 

—Hay tanto de lo que podemos hablar —me dijo observando cada pliegue de mi rostro con ternura. 

Y así pasaron horas mientras hablamos de nuestros viajes y descubrimientos que habíamos hecho. Una dichosa sorpresa me llevé al saber que lo último que Lara había buscado fue el espejo del humo en Yucatán. Es imposible negar que me sentí desilusionado, yo no había ido a México esperando a ir con ella. Pero Lara quiso conseguir el espejo y obsequiármelo, y no podría haber tal acción más amorosa que una de gran valor para mí. Lo tuvo en sus manos, pero decidió dejarlo en su lugar secreto para que se perdiera nuevamente entre el tiempo. Omitió los detalles, como en muchas de sus bastas travesías. Pero me aseguró que era mejor así, en su lugar me obsequió fotografías y videos del espejo y su templo. 


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