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El destino favoreció la vida de Lara. El costo fue atarse al sedentarismo limitado al reino unido por cuestiones contractuales y entrevistas dónde compartió sus aventuras a las multitudes. Bien ávida, gozó con alborozo la atención que recibió. Era feliz y yo también. 

La ingratitud que pobló su apellido desapareció. Innegablemente estaba destinada a la esplendidez; y sabedora de su nueva posición, dejó que el ego la consumiera. Me gustaba verla feliz.

No volví a ver su dulzura. Pero encontré a una Lara más formidable y confianzuda. Se sabía capaz y eso le sentaba bien. A su edad ya tenía la vida bien vivida, había disfrutado de seguridad, fortuna, aventura y amor. Estaba llena de vida, retacada de placeres de aventura y tesoros que vertieron una ambición alimentada por Amanda. 

El tiempo la convirtió en una ladrona de tumbas. Y lo peor no era el hecho mismo, sino que yo no podría odiar más a aquellos profanadores de la historia, pero al ser testigo de que esas reliquias eran más valoradas en su propiedad que en las vitrinas de un museo, me volví un cuanto permisible. El aprecio de Lara por los tesoros no era uno superficial y banal como el de los muchos visitantes de museos que llegué a visualizar.  

 Sin embargo, Lara era humana, y su quimera despertada por la fama puso en tela de juicio sus principios. Conocí a una nueva parte de ella que recién descubrió en sí misma y le admiré aún más.

Las anécdotas de ese año tan prolifero que me contó a mí y a la sociedad, la convirtieron en una mujer distinguida, propia y de carácter extraordinariamente femenino y poderoso. Cualquiera se apresuraría a catalogarla como una mujer viril por las destacadas cualidades de autoridad, fuerza y valentía tan erróneamente circunscritas al hombre masculino. Pero eran cualidades naturales de nuestra especie que la distinguían por su capacidad de alcanzar a poseerlas.

—Debiste haberlos visto —me habló de su fanaticada en las calles. Caminaba de un lado de la habitación hacia otro mientras me pedía sentarme en su enorme silla de cuero, pintada de emoción.— me miran con asombro, quieren ser yo. —Ahí me di cuenta cuando le había afectado el rechazo por más piel dura que hubiera demostrado esos años, la habían corrompido con algo tan efímero como la fama. Ahora era capaz de cualquier cosa.

—Me alegro por ti, siento muy bonito la forma en que te expresas por esto que estás viviendo.

—Ahora que estoy en este punto, me siento satisfecha, pero a la vez me pregunto si es correcto que desee toda esta atención porque me parece algo enfermizo y totalitario.

—No es eso. Simplemente estás reconociendo tu capacidad y disfrutando de los frutos. —Le hice saber que validaba su sentir, porque en el fondo eso quería escuchar y yo no tenía problemas en reconocer una verdad que con firmeza creía. Su contradicción constante me recordaba que era humana.— Pero también he de admitir que sí es un cuanto desconcertante desear la esclavitud de la fama.

—Lo sé, pero al mismo tiempo me reconcilio con el hecho de pensar que estoy sucediendo a mi papá con dignidad —dijo para sí.— Sin ti, creo que me quedaría sola en este mundo, no he conocido a nadie que tenga las herramientas para tener una mentalidad así de abierta para comprenderme.

Más tarde Wiston avisó que una autoridad tributaria hizo acto de presencia. Ella frunció el rostro desconcertado a causa de la inesperada visita. Resultó que la autoridad se había constituido en el domicilio para verificar los tesoros que mantenía en custodia la mansión Croft y al termino conocimos la razón. Entre los libros que publicó de sus memorias habló de reliquias que no había declarado ante la agencia tributaria respecto a tesoros encontrados. El pez muere por su propia boca, y eso fue lo que le pasó. Un descuido por el poderío que adquiría le ató las manos.

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