Relato #04: El Almohadón de Plumas.

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La luna de miel había sido un fiasco.

No sólo por la actitud compulsiva de Jordán, sino también por los celos infundados de Alicia. Durante cinco meses —se habían casado en mayo—, vivieron un infierno en la tierra. Todo en aquél viaje había salido estrepitosamente mal al punto que ninguno de los dos quería ver el rostro del otro, pero no tenían opción. La actitud posesiva de Alicia sofocaba a Jordán y, aunque en un principio el matrimonio era para tener la herencia del otro, el amor no pudo evitar surgir en aquellas almas podridas.

La mansión en la que vivían no ayudaba mucho al sentimiento compartido que tenían, sino que lo alentaba más; el aspecto lúgubre era algo que Alicia no podía soportar, sobre todo porque había sido criada en una granja donde la luz del día era el protagonista principal. A Jordán, en cambio, le daba igual el aspecto de la mansión, mientras no le hiciera daño a nadie, no había problema alguno. Las plantas y flores marchitas del otoño eran lo primero que uno veía al entrar, junto a la siniestra y oscura inmensidad del bosque que rodeaba aquella estancia. Las estatuas de mármol rotas y el pequeño estanque, sucio y seco, junto al insoportable y ensordecedor silencio, podrían hacer salir corriendo despavorido a cualquier persona que se atreviera a poner un pie en dicho lugar, pero aún así recibían visitas constantes de sus amigos y familiares cercanos.

Pasaron sus días en aquella extraña y sombría telaraña de amor, hasta que, de un momento a otro, para sorpresa de Alicia, Jordán cayó enfermo en cama hasta que no pudo caminar más. El día anterior había estado quitando las ramas y flores marchitas —por orden de Alicia, por supuesto—, y aunque él mismo había dicho que no había sido picado por algún insecto, algo no encajaba muy bien en aquella historia. Después, fue un ataque de influenza que empeoró su estado hasta dejarlo demacrado. Con sus desorbitados ojos miraba de un lado a otro, buscando a Alicia.

—¡Oh, amor mío, Alicia! ¿Dónde estás? —gritaba sin parar, tratando de levantarse y buscar a la mujer con apariencia inocente, pero no la encontró.

Cuando Alicia finalmente llegó a la casa, con un vestido negro y zapatos del mismo color, lo encontró en el suelo, a unos pocos metros de la cama.

Lo tomó entre sus brazos y juntos sollozaron un rato. Sus sentimientos eran confusos, como la misma naturaleza humana, podían amarse y preocuparse por el otro, aunque eso no evitaba que las miradas furtivas se hicieran presentes de vez en cuando. Alicia no tuvo más opción que llamar a los mejores médicos de todo el país, pero ni uno solo de ellos pudo diagnosticar bien al pobre de Jordán. Las luces permanecían apagadas en la habitación del hombre, porque según él, no quería ver a las criaturas que se le subían por la pierna y trepaban por la colcha.

Alicia parecía preocupada, aquellas terribles alucinaciones eran más frecuentes y los gritos la despertaban a la medianoche. En una de sus alucinaciones más porfiadas, exclamó haber visto a un ser negruzco y humanoide tratar de quitarle la cabeza.

Los médicos volvieron para hacer nada. Delante de ellos la vida de Jordán se desvanecía y dejaría un vacío —uno muy pequeño, pero vacío al fin y al cabo—, en el corazón de Alicia.

Días más tarde, cuando Jordán ya no podía mover ni uno sólo de sus músculos y mientras Alicia lo miraba con pesar en sus ojos, murió, por fin.

El mayordomo entró en la habitación a deshacer la cama, vacía, pero Alicia se lo impidió.

—Retírate, Alfred. Yo me encargo... —susurró con un tono melancólico y sombrío.

El mayordomo asintió y así lo hizo. Se dispuso a salir de la habitación, dejando sola a la señorita.

Alicia se acercó al almohadón de plumas, mirándolo con extrañeza. Tomó un cuchillo y cortó la funda y la envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron y Alicia observó con una sonrisa, entre las plumas, a un animal monstruoso moviendo sus peludas patas, era una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.

—Buen trabajo —susurró Alicia.

—Buen trabajo —susurró Alicia

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1. Al igual que el primer relato, "Croar Nocturno", esta historia fue hecha para una tarea del colegio, donde nos pedían una versión de "El Almohadón de Plumas" de Horacio Quiroga escrita por nosotros. Realmente creo que esos son mis mejores escritos.

2. A pesar de que este cuento esté en esta colección, no sabría decir si realmente esto ocurrió en Autrain o no, relatos en fin, (¿?).

Espero que les haya gustado, ¡nos vemos!

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