Las gotas de lluvia caían de una forma feroz en la ventana de la habitación del niño; las ramas de los árboles daban pequeños golpes a la susodicha ventana, produciendo un corto eco en toda la habitación, y todo aquél ruido era acompañado por el incesante croar de un montón de anfibios, que yacían en las afueras de la casa. Cómo todo niño, su imaginación no expresaba límites y apenas bastaban unos cuantos toques de aquellas tétricas ramas en el cristal para hacer volar su imaginación.
El nombre de aquél niño era Nathan, Nathan Grandbell; había estado entre los primeros de su clase por más de cinco años consecutivos, y a pesar de los problemas que había tenido con los demás, siempre lograba destacar entre todos. Su madre, Sarah, estaba en el piso inferior de la casa, tejiendo un par de preciosos guantes que, seguramente, el niño usaría días después. La mujer de cabellos oscuros observaba un programa en el televisor, una telenovela de la época de los sesenta, en el horario de «clásicos de la medianoche», por el canal noventa y seis.
Autrain era un pueblo conocido por sus mitos, pero en especial por su clima frío y húmedo que a más de uno hacía entristecer. El aspecto del pueblo era pálido, pero a pesar de eso era muy querido por sus lugareños e incluso por los extranjeros que hacían turismo. El clima frío era ideal para sus ciudadanos, mantenía frescas las cosechas y solo en extrañas excepciones, podría a llegar a ser un frío extremo.
Eran las doce con treinta y tres minutos, y entre todo el silencio de la casa y el pueblo, un agudo grito logró romper aquella tranquilidad y calma de todos en más de una cuadra.
—¡¿Qué ocurre?! —preguntó su madre histérica, asustada. Tan rápido cómo pudo dejó todo lo que tenía en sus manos para comprobar el estado de su pequeño—. ¡Cielo! ¡¿Estás bien, no te ocurrió nada malo, verdad?! —preguntaba la madre lo más rápido que podía, mientras con sus manos palpaba la suave piel del menor, asegurándose que estuviese bien.
Nathan estaba frío, más de lo usual. En su rostro se podía percibir una sensación de temor indescriptible, mientras que, su madre agitada, posaba el rostro de Nathan delicadamente sobre su pecho.
Después de largos momentos de dudas e incógnitas, el niño logró articular palabras para explicarle lo que había sucedido.
—E-en la ven-t-tana —dijo el chico tartamudeando; Sarah se separó del menor, y acercándose con precaución observó la ventana y lo que había fuera de ella.
—Cariño, es sólo una pequeña rana, no hay porqué temerle —murmuró la mujer con un tono de voz calmado, intentando tranquilizar al chico. Ella misma se encargó de tomar aquél animal y de alejarlo aún más del niño—. Son seres indefensos, no pueden hacerte daño —añadió caminando pausada y lentamente. Volvió a sentarse en la cama de Nathan, donde después de acomodar ligeramente su cabello, le dio un beso en su frente, y se despidió, cerrando la puerta de su habitación.
De nuevo, todo había quedado a oscuras, cómo en un principio lo había estado. La única y tenue luz que lograba entrar era la luz de la luna, y la de algunos focos de los faroles que adornaban las calles. Todo estaba de nuevo en silencio, exceptuando por las pequeñas gotas de lluvia que golpeaban perennemente la ventana.
No obstante, la serenidad y el calmante sonido de la lluvia al caer al suelo fue interrumpida de forma tan inesperada, que Nathan tuvo que darse un pequeño pellizco para comprobar que no estaba dormido.
La luz que entraba por la ventana se había vuelto más fuerte e incandescente que antes, también había adquirido un tono entre amarillento y rojizo, como si de fuego se tratase. Una sensación de malestar invadió al niño, quién con suma dificultad, se acercó a la ventana.
Esta vez, no produjo ningún sonido. No murmuró. No gritó. Pronto, comenzó a sentir náuseas y algunos mareos, entre los cuales, intentó contener el vómito dentro de sí. El sonido de las gotas de lluvia al caer en contra de las ventanas y el suelo fue opacado de forma tan sutil que a duras penas se podía escuchar que llovía; el grave sonido del canto de un anfibio era lo que más se lograba escuchar, produciéndole escalofríos y erizando la piel del niño.
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Welcome to Autrain | Colección de Historias Cortas | COMPLETA
HorrorCierra la puerta, apaga las luces, métete debajo de las sábanas, y sé bienvenido a Autrain, un frío y neblinoso pueblo al noroeste de Estados Unidos, muy cerca de Canadá. Ten cuidado si oyes a tu madre llamándote a medianoche mientras estés aquí, pr...