Las brillantes y alegres luces del parque de atracciones hacían que Gregory sintiera que era el mejor día de su vida. Desde hacía mucho tiempo le había pedido a sus padres que lo llevaran, pero siempre se negaban con la mejor excusa que se les podía ocurrir: no tenían el suficiente dinero, cosa que no era cierta, pero Gregory no lo sabía; sólo era un pequeño emocionado por el parque de atracciones y que se sentía mal al escuchar las historias de sus compañeros relatando lo bien que se la habían pasado ahí, gritando en la montaña rusa o admirando la vista que tenía la noria.
No sabía con cuál iniciar primero y eso lo abrumaba un poco, aunque sabía que tenía todo el tiempo del mundo para probar cada atracción. A sus padres no les podía importar menos en cuál decidiera montarse, con tal de que fuera feliz (y dejara de quejarse) ellos también serían felices. Pidió a su padre que le comprara algodón de azúcar y se acercaron al carrusel. La dulce música y las risas de los niños hacían que el lugar se sintiera mucho más alegre de lo que ya era. Un muy emocionado Gregory se decidió a montarse en el carrusel, mientras sus padres hablaban sobre quién iría a la reunión de representantes que tendrían en el siguiente lunes.
Gregory la estaba pasando genial: algodón de azúcar, palomitas, juegos de feria y un montón de cosas más; entonces miró a unos metros a algunos de sus amigos y le pidió permiso a su madre para ir con ellos. Los niños estaban con un adulto, así que su madre no le negó la petición. Maravillado, se encontró con sus amigos y comenzaron a hablar sobre el próximo juego al que se subirían: la gran montaña rusa. Gregory tuvo un poco de miedo, ya que la atracción era muy grande y solía marearse cuando iba muy rápido en el auto de su padre. Sin embargo, se tragó su miedo y subió junto a sus amigos, quienes estaban emocionados por subirse a la atracción.
Sin embargo, todo resultó como era de esperar: apenas se bajó de la atracción, Gregory corrió cerca de los baños y vomitó todo lo que había comido ese día. Se sentía terriblemente mal, mareado, asqueado y a pesar de que ya se había bajado de la montaña rusa, las náuseas no hacían más que aumentar. Se lamentó por haber subido y luego volvió a vomitar. Ahora la música y las risas de los niños era insoportable a sus jóvenes oídos, hasta que una melodía más dulce y completamente nueva se hizo presente. Una melodía única, completamente distinta a cualquier cosa que había escuchado antes.
Cegado por las luces del parque y mareado por la velocidad en la que todo ocurría, miró a su alrededor en busca del origen de aquella música tan dulce y angelical que lo hacía sentir bien. Caminó sin rumbo, casi hipnotizado, hasta dar con lo que parecía ser una nueva atracción que no había visto al entrar.
La apariencia era bastante distinta a pesar de que estaba en el mismo lugar que las demás y aunque todos parecían notar a Gregory, nadie se percataba de aquella gigantesca atracción llena de colores y completamente brillante y magnífica.
Una mano blanca salió del interior de la entrada de la atracción, casi asustando a Gregory por la repentina aparición. Sin embargo, el susto pasó rápidamente. Gregory intentó ver más allá de la mano, pero la negrura del interior se lo imposibilitó.
—Te vas a divertir mucho aquí dentro —dijo la dulce voz de una mujer—. Ven, cariño, aquí hay mucha diversión.
El malestar en Gregory se había ido, así que pensó que una atracción más no haría daño.
ESTÁS LEYENDO
Welcome to Autrain | Colección de Historias Cortas | COMPLETA
HorrorCierra la puerta, apaga las luces, métete debajo de las sábanas, y sé bienvenido a Autrain, un frío y neblinoso pueblo al noroeste de Estados Unidos, muy cerca de Canadá. Ten cuidado si oyes a tu madre llamándote a medianoche mientras estés aquí, pr...