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El comienzo de la noche ha estado bien. Los niños han colaborado en la cena todo lo posible para sus edades, charlando todo lo que él no puede y jugando entre sí.

Le asusta pensar lo mucho que le gusta tenerlos correteando por la casa mientras él friega los platos. No querría acostumbrarse a un ambiente así de familiar, a pesar de ser él quien lo ha provocado, para no sentirse solo.

Vuelve a la realidad cuando le dan un tirón en el pantalón. Mirando hacia abajo, descubre a la que cree que es Camila (sobre todo por la falta de moño y de boa rosa), que lo observa con ojos brillantes.

—Hola —pronuncia despacio—. ¿Qué estás haciendo?

Le señala el fregadero y se encoge de hombros, con la sonrisa pequeña. En el sofá, Vero intenta recuperar su boa de las manos de Martín, ajenos a la otra gemela. Solo espera que eso no lleve a gritos o a tener que llamar a una ambulancia.

» Tú no hablas mucho, ¿no? —Vuelve a encogerse de hombros—. Yo tenía un amigo así en clase, era muy majo.

«¿Qué significa eso de "así"?», le encantaría preguntar. Se muerde el labio y le hace un gesto para que siga. Tiene las manos mojadas, no puede escribir.

» No sabe decir bien algunas palabras. Las eses no le gustan. Le gustan mucho las "des", siempre las dice mucho. —Asiente despacio, con seriedad—. Y tiene un señor que lo ayuda mucho para que mejore. Creo que se llama bobopeda.

«Parece que la ha mandado mi madre».

Termina y se seca las manos antes de coger su libreta y apuntar la palabra que tanto lo asusta.

«Logopeda».

—Lo... go... peda —articula la rubia—. ¡Anda! ¡Eso era! ¡Un logopeda! Le está enseñando a hablar.

Agoney asiente con ternura.

» ¿Y tú no vas?

«No lo necesito»

—¿Por qué no?

Coge una gran bocanada de aire antes de escribir lo primero que le sale.

«Porque a mí no me puede ayudar».

—¿Cómo lo sabes, si no has ido?

Decide dejarlo ahí. No tiene por qué justificarse, no lo hace con su madre, no piensa hacerlo con una niña que pregunta demasiado. Da los pasos necesarios para considerarse en el salón y busca el mando. Raoul le ha pedido que, si no quieren dormir, les ponga una película de Disney Channel. Eso debería tenerlos tranquilos un rato.

Así, con Kim Possible de fondo, tres de cuatro se reúnen a verlo en el sofá. Él decide coger el sillón, y Javier, el único que pasa de la película, está recostado en la alfombra, siendo peinado de forma desastrosa por su hermana pequeña.

Ante la situación, al fin tranquila, se permite coger el móvil. Lleva ignorando la mayor parte de las cosas que salen de él, pero a veces simplemente quiere volver a lo que era.

Por eso mismo, tras darle unas cuantas vueltas a las aplicaciones, presiona el botón de Instagram por primera vez en más de un año. Exhala un suspiro que pasa desapercibido para el resto cuando comienzan a aparecer publicaciones de gente que reconoce: sus antiguos amigos. Ya sea del máster, de la carrera, o algunos que conservaba del instituto, todo el mundo tiene su vida, mientras él ha huido de su isla natal para empezar de nuevo.

Sabe que es consecuencia de cómo fue todo el mundo con él. Le vienen flashes de la habitación de hospital vacía, salvo por su madre cuando ella misma recibió el alta mucho antes que él. Entre eso y su descubrimiento de que era incapaz de hablar bien, necesitó muy poco para aislarse por completo de todo el mundo.

El chico de la ventanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora