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Entra en casa empujando la puerta con violencia. Ha sido un desastre.

¿En qué estaba pensando su madre?

Hay mil y un trabajos en el mundo que podría hacer, no es muy inútil y aprende rápido, pero Linda ha decidido apuntarlo a una entrevista para un trabajo de cara al público, en el que tendrá que hablar con clientes todo el día.

Si es que solo con la mirada que le ha echado el encargado de la cafetería mientras intentaba responder a sus preguntas, está claro que no le inspira mucha confianza.

¿Quién iba a contratar a un tartaja como camarero? Era ridículo, hasta él se daba cuenta.

Si tiene suerte, será rechazado y no tendrá que hacerlo es, porque solo de pensar en tener que preguntar a los clientes ¿qué desean tomar? se le revuelve el estómago.

Está preparado para echarle una bronca a su madre por dejarlo en ridículo delante de ese señor, y por hacerle sentir un poco más inservible, pero cuando llega a la cocina, se encuentra una hoja con letra muy grande sobre la encimera:

"HE IDO A COMPRAR, SI HAS VULETO Y YA NO ESTOY ES PORQUE SEGURAMENTE DEJE TODO Y PASEE HASTA QUE TOQUE IRME AL TRABAJO. HAY COMIDA EN LA NEVERA. ESPERO QUE HAYA IDO BIEN LA ENTREVISTA, TE QUIERO <3".

Bufa, con los ojos ya en blanco. Así no le permite enfadarse con ella. Es que la quiere, a pesar de sus excentricidades. La quiere tanto que acabó como acabó por protegerla.

Tras guardar la nota, se dirige a su habitación. En esa semana, se han esforzado por mejorarla y que no se sienta tanto de prestada. Ahora hay un escritorio moderno frente a la ventana, han cambiado de sitio la cama y al menos ya tiene un armario gigante que sigue a medio montar. Es lo que pasa cuando juntas a dos personas que no entienden instrucciones a montar muebles. Pero lo resolverán tarde o temprano, como siempre.

Deja la mochila en el escritorio, justo al lado de su portátil abierto. Siguen en trámites, pero parece que va a poder retomar su máster en Psicología para músicos. No es lo que más entusiasmado lo tiene, pero es un comienzo para recuperar un poco de la normalidad que se le quitó el año anterior.

No sabe si le servirá de algo, pues tiene claro que no puede ser profesor, mucho menos volver a tocar el piano, pero al menos se entretiene y no se pasa el día sumido en las tinieblas. Algo complicado de todas maneras, porque por lo visto su habitación es la única sin persianas.

Sumido en sus pensamientos como está, no se da cuenta de que, al otro lado de la ventana, una niña entra riéndose en la habitación. Solo cuando alguien entra tras ella lo nota, y es porque ríe más fuerte y la persigue.

—¡Pero bueno! ¡Ven aquí, bichejo del demonio!

Agoney alza la mirada, encontrándose a la niña (o quizá su gemela) con la que se tropezó hace una semana, en su primer día allí. El chico que trata de agarrarla es el que tiene más o menos su edad, de pelo rubio oscuro. No puede evitar sonreír ante el juego que se traen los hermanos.

Su vecino acaba por levantar a la niña, que se revuelve con un chillido divertido, al menos hasta que se la pone en el hombro.

—¡Venga! ¡De aquí a la luna, Vero! —Comienza a balancearla hacia delante y atrás, hasta soltarla.

Agoney pierde la respiración al verla volar, hasta que la escucha reír mientras rebota contra la cama. Se muerde una sonrisa, sintiéndose un poco intruso en esa situación tan familiar y cotidiana para ellos.

—¡A ver, niños, dejad de hacer el tonto! —Escucha una voz de hombre, y no tarda en descubrir a uno en la puerta de su vecino, de pelo grisáceo y camisa formal—. ¡Vamos a comer, que tu madre ha hecho un asado!

El chico de la ventanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora