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—Podríais veniros a vivir a mi piso.

—R-Raoul...

—¿Qué? Mis padres se van en nada al Congreso más importante del año y estoy seguro de que Violeta está empezando a acostumbrarse a dormir con las gemelas. Podría dormir tu madre en la habitación de los míos y tú en mi cama. Estaríais a salvo.

—Jamás s-se me ocurriría p-poner en p-peligro a t-tus hermanos. Y-ya sabe d-dónde vivo yo, c-con él... no m-me arriesgaría.

—Lo sé, pero no los pondrías en peligro porque aquí no te encontrará.

—T-tengo un t-trabajo. —Entrecierra los ojos—. No v-voy a q-quedarme encerrado p-porque mi p-padre p-pueda estar p-por aquí. Sería d-dejarle ganar.

—Estoy de acuerdo, sí... —Su mandíbula se mueve conforme cambia de pensamientos, tratando de encontrar la mejor solución posible—. Aun así, estaría más tranquilo si vivieras en mi piso.

El moreno pone los ojos en blanco y se acomoda mejor entre las sábanas. Se está volviendo costumbre que Raoul salte para dormir en su cama, y también que salte antes de la hora del desayuno, para pasar el tiempo reglamentario con su familia. Eso quiere decir que a veces madrugan solo para sonreírse el uno al otro como idiotas y luego besarse con todo el cariño que son capaces de darse.

Enero sigue avanzando y con él los exámenes del menor. Lo tienen tan agobiado que apenas se ven por la ventana, y cuando este la cruza, por supuesto. Los carteles que le dedica su novio se han diversificado: ahora ya no solo son preguntas sobre la materia, sino que han empezado a incluir pequeños mensajes cariñosos, o de buenos días, que le sacan una sonrisa vergonzosa.

Agoney también ha tenido sus exámenes (dos, exactamente), yendo por primera vez a la sede de la universidad online en Barcelona, pero no le ha dado excesiva importancia. Sí que se la da a las sesiones con el psicólogo que le recomendó Raoul. No sabe por qué, no debería hacerlo por una persona concreta que no fuera él mismo, pero cada vez que le cuenta algo que no le sienta muy mal que ha sucedido durante la sesión, los ojos marrones del chico brillan de orgullo y siempre lo escucha con atención.

—Entonces... —comenta en otra ocasión el rubio, acariciando su costado por debajo del pijama— ¿qué vas a hacer cuando acabes el máster? Porque supongo que no querrás alargar más tu etapa universitaria.

El suspiro de Agoney inunda la habitación por completo, pero Raoul se mantiene firme, aguantando al respiración. Le gusta verlo pensativo, con esos ojos tan profundos moviéndose de lado a lado, como si estuviera en una dimensión diferente a la suya.

—R-Ra —solo con su apodo, dos letras y un tartamudeo, puede escuchar la vulnerabilidad en su voz—, no p-puedo ser p-profesor m-mientras esté así. P-pero es el único s-sueño q-que t-tengo.

—¿Significa eso que quieres ver a un logopeda? No son los malos, Ago —le recuerda con un tono tan dulce que no tiene más remedio que encogerse y asentir—. Quieren ayudarte, te mandarán ejercicios y poco a poco... entre tu psicólogo y tu futuro logopeda, lograrán que puedas soltar las palabras con fluidez.

—¿M-me lo p-prometes?

—Creo que es parte de algún tipo de código de psicólogos, pero no debería prometerte nada. Es más algo tuyo, de confianza. Y yo confío en ti, en que te vas a esforzar para conseguir esto. ¿Tú confías?

Agoney se encoge de hombros, con su cara mostrando la decepción y la seriedad que siempre lo caracterizan cuando la conversación gira en torno a su tartamudez. Raoul no se lo toma muy en serio, consejo de Linda.

De todas maneras, el tartamudo no promete ir a un logopeda en un futuro tan próximo, aunque internamente se está convenciendo. Lo importante es eso, que sigue viendo a su psicólogo en su cita semanal y, sobre todo, que cada vez le da menos vergüenza pronunciar palabra. Eso sí, siempre que sea con los Vázquez o con su propia madre. Fuera de su burbuja, aún se le hace muy difícil.

El chico de la ventanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora