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Es jueves, la semana está resultando casi tan agotadora como la pasada, pero tiene un aliciente nuevo: Agoney. Desde que se muestran más abiertos en cuanto a lo que quieren, se siente más relajado a la hora de expresarse, y ya le ha dicho al menos quince veces lo mucho que le gusta. El moreno también ha sacado la artillería completa de fichas, que, aunque más bestia, también es más sutil que decirle que le gusta mucho.

Se siente renovado, a pesar de la cantidad de trabajos que lo están destrozando a sus espaldas. Incluso sabiendo que el jueves no puede dejar a sus hermanos con él para trabajar, es que tiene fe en la semana, en la vida en general. Será verdad que el amor te vuelve cursi, pero no le molesta tanto como pensaba.

Así, ha tenido que interrumpir sus trabajos para llevar a Javi a su curso de robótica. Por supuesto, ha aprovechado la biblioteca del instituto para seguir trabajando. Ser universitario no le ha enseñado muchas cosas, pero diversificarse es una de esas pocas.

A la vuelta, la música está bajita, pues el castaño de la casa está dispuesto a contarle con pelos y señales sobre todo lo que está aprendiendo con el cohete. Varias veces menciona a Agoney y las ganas de contarle las novedades en su proyecto, con ese brillo que siempre le acompaña. Realmente tiene devoción por él desde que desveló sus conocimientos tecnológicos.

Aparca al descubrir a Agoney en la puerta. Suspira al recordar por qué está él recogiendo a su hermano en lugar de delegarlo en su vecino: acaba de volver del psicólogo.

—¿No entramos al garaje? —Javi frunce el ceño al volverse hacia él.

—Aún no. Ve entrando tú, que quiero hablar con Ago.

Parece entenderlo al instante, pues asiente y baja del coche sin mayor preocupación. Coge mucho aire mientras observa al moreno saludar a su hermano, mientras sigue con los pies clavados en el portal, como si no tuviera fuerzas para entrar. Se arma de valor y sale de su vehículo, cerrándolo antes de acercarse.

—Hey —saluda, relajando el paso—. ¿Qué tal todo?

Agoney se encoge de hombros. Se muerde el labio al comprobar que no tiene la menor intención de mirarlo.

» Vale... —acepta la situación, pero tantea el terreno—. ¿Psicólogo hoy? ¿Has ido al final? —Suspira con alivio al ver su leve asentimiento—. ¿No quieres hablar de ello?

—No m-mucho —pronuncia con cuidado, pero no evita que las palabras se deslicen cómo quieren por su lengua.

—Me parece bien. ¿Te importa si te acompaño y entramos juntos? —Le señala la puerta entreabierta.

Niega con algo muy parecido a una sonrisa y le hace un gestito para que pase. Raoul comienza a entrar, pendiente siempre de que Agoney lo siga. No suspira hasta que están los dos en el ascensor.

—¿D-dejaste t-tu c-coche fuera? —pregunta cuando el silencio va a llegar a su máximo exponente.

—Ah, sí. —Se encoge de hombros—. No pasa nada, está estacionado en buen sitio.

—¿P-por q-qué?

—Porque es zona de residentes y yo lo soy. Además, así por la mañana no tengo que sacarlo del garaje, que siempre es agotador ir esquivando columnas como en el Mario Kart. —Se ríe de su propia broma.

Agoney se muerde el labio, con otra pregunta clavada en la garganta:

—No, q-que p-por q-qué lo d-dejaste fuera. ¿P-por mí?

—Si quieres decir que si te he visto medio catatónico y quería comprobar cómo te encontrabas, sabiendo dónde habías pasado parte de la tarde..., sí, es por ti. Pero no es para tanto, solo necesitaba asegurarme de que estabas bien. —Retuerce su rostro en un gesto confuso—. Ya he visto que no estás muy bien, pero tampoco voy a obligarte a hablar, así que...

El chico de la ventanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora