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Tras el agotador día de Año Nuevo, Raoul se ha obligado a ponerse en serio. Seis exámenes, divididos en dos semanas y media, y siente que se va a volver loco. Además, son los más duros antes de poder empezar las prácticas en una clínica privada, así que necesita pasar lo más limpio posible para poder centrarse en el último cuatrimestre de la carrera.

Aún se le hace raro tener a sus padres más de una semana seguida en casa, pero siente cómo el enorme peso en sus hombros se desvanece cuando los más pequeños se dirigen a su padre cuando quieren ir al parque, o a su madre para contarles una historia antes de dormir. Violeta ha pasado toda la semana en casa, una vez volvió por la noche del 1 de enero. A pesar de que no está castigada y de que le ha quitado importancia, no está con muchos ánimos de nada.

Agoney, por su parte, ha formado una parte muy importante de sus estudios en esta convocatoria. No solo estudia en alto, siendo escuchado por el vecino de rizos; sino que, algunas mañanas, se despierta con carteles en la ventana con preguntas sobre la materia del día anterior y tiene prohibido mirar apuntes antes de contestar y dejarlas anotadas en otro cartel.

En otras ocasiones, Agoney ha estado cotilleando sus apuntes en sus momentos de descanso y ha hecho flashcards para él, mostrándole la parte de la pregunta para que responda y él pueda comprobarlo desde la parte que ve él. No suele hablar durante sus sesiones, pero el hecho de que se esté tomando tantas molestias por ayudarlo a que los estudios sean más amenos es lo que lo motiva a comerle la boca cuando llegan las ocho de la tarde y deciden que han estudiado demasiado.

Porque ahí está lo importante: aunque no hayan hecho un gran anuncio, y aunque la mayor parte del día actúen como amigos, llega un punto en el que, si consideran que la cabeza les da vueltas por tanto estudio, no dudan en correr hacia el otro o, para ser más literales, saltar.

Es que se han besado mucho, ya sea contra el escritorio, de pie ambos o sobre la cama del moreno. También se han liado en el piso de Raoul, pero suelen quedar en el otro piso, no solo por la incapacidad de Agoney de saltar por el vértigo, sino porque siguen sin pestillo y se niegan a ser pillados por uno de los talibanes.

Sí, el piso de Agoney está perfecto por el momento. Además, si necesitan más intimidad, ya tiene persianas, y la habitación se ilumina en tonos azules oscuros cuando pulsas un botón de la lámpara del techo que descubrieron por pura casualidad. Eso sí, no se han vuelto a acostar, aunque Raoul todavía no tiene claro si es por el recuerdo de aquella primera y (por el momento) última vez o por tomárselo con más lentitud.

Lo que está claro es que su vecino no es lento para nada cuando lo besa. Es casi como si quisiera merendárselo y no pudiera abarcarlo todo, pero luego lo mira y se le derrite el estómago, los pulmones y el corazón. Hasta ahora, solo había visto a sus padres mirarse como si el resto del mundo no existiera, pero había dudado que alguien lo contemplara con ese nivel de amor. Hasta ahora.

Agoney suelta su labio inferior y lo observa desde unos centímetros por encima de su cara. Se lame los labios con una sonrisilla, que se ve azul por la luz que tienen puesta, dándole un tono íntimo a la tarde-noche.

—Creo que tendría que irme pronto —susurra, levantando la cabeza para pronunciar cada palabra acariciando su boca—. Quieren ver la cabalgata por la tele, al menos, y querrán comentarla conmigo, seguro. Si no me encuentran en la habitación van a hacer preguntas.

—P-podríamos haberlas llevado.

—Entonces no habría estudiado. —Pestañea con una inocencia que ya hace semanas que no tiene—. Ni podríamos estar así ahora, estaríamos intentando coger juguetes para las minions estas.

—¿P-pasaron de t-talibanes a minions? —pregunta con una sonrisa divertida.

—Es una evolución —explica, acariciando la mandíbula contraria con un gesto distraído—. Te cuento, porque no tienes hermanos pequeños para haber visto las películas: los minions son los secuaces del villano, de Gru. Por lo tanto, a ciertas gemelas rubias que de repente aman los petos les pega demasiado. Aún estoy pensando algo nuevo para Martín.

El chico de la ventanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora