12

706 81 255
                                    

No le dura mucho lo de ocultar la verdad con su madre. La tarde después del encuentro, lo pilla más inestable que nunca, así que se desahoga con ella. A veces le gusta dejar caer la coraza y abrazarse a su madre, como cuando era un niño que no tenía que protegerla.

Por lo visto, ahora tampoco, pues Linda está bastante tranquila, o al menos lo aparenta con devoción, ante la presencia de su exmarido en la ciudad.

—A partir de aquí, me encargo yo, ¿de acuerdo? —susurra, acariciando su mejilla—. No quiero que tengas que enfrentarte a esto tú solo.

Le resbalan las palabras por la lengua, dispuesto a explicar que no ha estado solo, que Raoul ha estado ahí todo el tiempo, hasta la hora de la comida con su familia. Pero prefiere dejar esa confesión para más tarde y dejarse mimar. Se lo ha ganado, o eso cree.

A la hora de dormir, se atreve al fin a volver a su habitación, a lo que considera lugar seguro. Quita el cartel que seguramente Raoul ya haya leído, y se le escapa una sonrisa. Ese chico es muy especial.

Su mente divaga por un momento a lo que pasó en el ascensor días atrás. Llevaba casi una semana sin invitar a una de sus citas de Grindr, pero se sentía sobrepasado por un compañero de trabajo demasiado entusiasta, el último intento de su madre de que asistiera a un logopeda, y que Raoul y él no habían hablado a través de la ventana demasiado.

Pero ahora se sentía mal. A él le había pedido perdón, excusándose con que sus hermanos pequeños lo habían pillado en una situación comprometida, pero en realidad las disculpas no iban por ahí. Ni siquiera tenía claro por dónde iba. Solo sentía que tenía que decírselo; que, de alguna manera, no había sido justo. Pero Raoul tenía razón: no le debía nada como para disculparse por otra cosa que no fuera lo de los niños.

Menea la cabeza como si de esa forma pudiera expulsar a Raoul de sus pensamientos. No necesita más problemas, ni meter al rubio en nada más. Bastante se han arrastrado en su mierda por culpa de su padre, él no tiene por qué cargar con alguien como él.

Vuelve a la realidad y sus ojos descubren un cartel en la ventana del vecino, que hasta ahora había pasado desapercibido. Se inclina y entrecierra los ojos hasta distinguir lo que pone:

«No es nada :) Sigue en pie lo de Halloween con mis hermanos, así que a menos que de repente te hayan entrado ganas de irte de fiesta, los talibanes estarán encantados de que vengas con nosotros»

Le sale la sonrisa sola. Es que es un sol, joder.

No puede entender cómo es que ese chico se ha mantenido soltero, pues ni siquiera con la justificación de sus hermanos le sirve. No solo los niños son una ternura y se hacen querer enseguida, es que cualquiera que tenga la oportunidad de conocer a Raoul, debe saber que merece la pena.

Con ese pensamiento de que no le importaría..., se acuesta en la cama, ojitos cerrados, y sonrisa que no se va con mucha facilidad.

∞∞∞

—¿Tienes planes para Halloween?

Sus ojos se cierran un instante, tratando de sobreponerse del susto que le ha pegado el moreno de piel pálida. Miki lo observa, esperando con paciencia inhumana una respuesta.

—S-sí. —Se encoge de hombros—. Q-quedé con m-mi vecino p-para salir c-con sus hermanos a p-pedir chuches.

—¿Va... en serio?

Asiente despacio, con convicción. Miki lo contempla con menos paciencia, ojos abiertos, como si tuviera verrugas por toda la cara y hubieran aparecido de la nada.

» Si te están secuestrando, parpadea dos veces.

Parpadea una sola vez, frente a él, antes de alejarse para tomar nota a una mujer que se ha sentado en la barra. Miki respeta eso, pero en cuanto se aleja hacia la cafetera para prepararle el café, se acerca como un perrito en búsqueda de comida.

El chico de la ventanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora